La documentación de los cuadros del Museo del Prado suele ser exhaustiva, tanto desde el punto de vista artístico como en la descripción de las estampas que se representan. Sin embargo, en la obra que tiene por nombre El Juego del Balón (Charles Joseph Flipart, 1779), óleo sobre lienzo, la indefinición del tema es inquietante. Lo que practican tan elegantes caballeros no es un juego cualquiera, aunque es cierto que un balón está suspendido en el aire y eso lo relaciona con otros divertimentos de la época. Sin embargo, hay algo que distingue su entretenimiento de los juegos de pala o raqueta, ya habituales en las cortes de Europa. Tampoco nos encontramos ante el juego de palma francés que derivó en las muchas variedades del frontón. La pelota, además, resulta de un tamaño excesivo.

A poco que se fije la atención en los protagonistas de la escena se descubre en los brazos de los jugadores un accesorio extraño, de forma cilíndrica y salpicado con lo que parecen púas. La primera tentación es imaginar una excentricidad de la época, un juego experimental que no prosperó, algo que solo cabe definir, de modo genérico, como un juego de balón. Craso error.

Pallone col bracciale. Museo del Prado.
El Juego del Balón (Charles Joseph Flipart, 1779).

Antes de proseguir será bueno detenerse en el autor del cuadro. Charles Joseph Flipart (1721-1797) fue un pintor y grabador parisino que llegó Venecia a los 18 años para completar su formación artística. Allí permaneció hasta que se trasladó a Madrid en 1748 como ayudante de Giambattista Tiepolo, gran maestro del barroco italiano. Lo que aprendió Flipart en los talleres venecianos de pintura y grabación queda de manifiesto en su obra. Lo que vio y le impresionó en aquella Venecia del siglo XVI también lo podemos advertir en sus pinturas. Concretamente en El Juego del Balón.

El juego del cuadro no es otra cosa que el pallone col bracciale, algo así como el balón con brazalete, la evolución de un juego grecorromano que aparece reglamentado en 1555 y que llegó a ser considerado deporte nacional y símbolo de la reunificación italiana. Entre sus derivaciones encontramos el pallapugno, que también se juega con una mano protegida.

Se cuenta que los jugadores del pallone col bracciale, conocidos como pilibulus, eran tan admirados a principios del siglo XX como los toreros en España o los luchadores de sumo en Japón. Ganaban cien veces más que un maestro y estaban agrupados en compañías que los trataban como si fueran actores y los llevaban de gira por Europa, Egipto o Argentina. Tal era su popularidad que fueron inspiración de poetas como Giacomo Leopardi (oda A un ganador de la pelota) o de novelistas como Edmundo de Amicis, autor de Los azules y los rojos, en referencia a los colores de las fajas que distinguían a los jugadores.

Tratado sobre el Pallone col Bracciale de 1555.

Wolfgang Goethe también se quedó impactado por el pallone. En 1786, el Grand Tour que las clases pudientes hacían por Europa (de ahí procede la palabra turismo) le llevó a Italia, concretamente a Verona. “Cuando regresé esta noche a la arena encontré un espectáculo moderno (…). Cuatro caballeros veroneses estaban jugando a la pelota contra cuatro de Vicenza. Practican este ejercicio entre ellos durante todo el año, dos horas al día, pero esta noche había reunidas una gran cantidad de personas. Podría haber entre cuatro y cinco mil espectadores, pero no vi mujeres”.

“En ese ejercicio se producen movimientos, hermosas actitudes, dignas de ser talladas en mármol (…) Y dado que los jugadores son jóvenes audaces y vigorosos, todos vestidos igual y completamente de blanco, llevan, para distinguir los campos de combate, una señal de color. La actitud del jugador es singularmente hermosa cuando se arroja con el cuerpo inclinado contra el balón para golpearlo. Recuerda al gladiador del museo Borghese”.

Mitad tenis y mitad pelota, el pallone col bracciale no es un juego complicado. Tres o cuatro jugadores por equipo se disponen en una cancha llamada esferisterio de ochenta metros de largo y 16 de ancho. Cada equipo juega en una mitad del campo y en cada uno hay un bateador que da comienzo al juego con una pelota lanzada por uno de sus compañeros. La pelota debe entrar en los límites marcados y el sistema de puntuación de los juegos es antecedente del que se usará en el tenis: 15, 30 y 40.

Lo único complicado del bracciale es, precisamente, el brazalete con el que se golpea la pelota, fabricado artesanalmente con madera de nogal, salpicado de aristas, y que pesa un kilo en la versión piamontesa del juego y dos en la versión toscana, la más extendida. 

En la segunda mitad del siglo XX, la llegada del fútbol en los barcos ingleses que arribaban a Italia terminó con el esplendor del bracciale hasta convertirlo en un deporte marginal, casi extinguido. Gracias al esfuerzo de los municipios de Mondolfo, Treia y Monte San Savino, en 1992 se estableció un Comité Nacional y se organizó un Campeonato Italiano regular reconocido por el Comité Olímpico Italiano.

En el Museo del Prado también se le rinde homenaje gracias, muy probablemente, a la afición de Charles Joseph Flipart. Se pinta lo que se sueña. Alguien lo dijo o debió decirlo.

1 COMENTARIO

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí