Con los grandes actores, aquellos que nos acompañan durante una vida, sucede algo singular: asistimos a su envejecimiento con la permanente comparación de sus imágenes de juventud. El impacto es considerable. Harrison Ford ha cumplido recientemente 80 años y en las redes se han mezclado sus fotos actuales con los retratos de Han Solo o Indiana Jones, de tal manera que se nos sirve en bandeja la exclamación o el lamento, incluso la negación: Harrison Ford es el joven, vaya usted a saber quién será ese viejo que aparece junto a él.
Ni siquiera nuestros familiares más cercanos están sometidos a semejante tortura, tampoco nosotros. Uno, si es lo suficientemente viejo, recuerda cómo eran sus padres hace 30 años, pero el recuerdo no está reforzado cada poco por películas de dos horas de su flamante juventud. Esa exposición a la natural decrepitud, en el caso de los actores, pone a prueba la vanidad de quienes, muchas veces, fueron identificados con el atractivo o la belleza. Quizá no sea un accidente que algunos parezcan personas distintas después de la inevitable cirugía; es posible que deseen serlo.

Redford y Newman en `Dos hombres y un destino` (1969). Dos mitos más allá de la apariencia fastuosa.
Otros como Eastwood (92), Redford (85) o el propio Harrison han practicado el ejercicio contrario: ganar visibilidad. Sucede con los muy guapos (hablo como observador) que nunca se libran de la íntima sospecha de ser apreciados solo por su físico. De modo que la vejez, en estos casos, es una forma de rescate. Doy por hecho que también le sucedía a Paul Newman (1925-2008). Ellos, y otros pocos, han mostrado sus arrugas casi como un acto de venganza: ya lo veis, no sólo era una cara bonita.
Desde este punto de vista, tiene todo el sentido que Ford haya rodado la quinta entrega de Indiana Jones, que se encuentra en postproducción y será estrenada en 2023. La primera vez que encarnó al profesor aventurero tenía 39 años. Cuarenta más tarde se ha vuelto a poner la cazadora de cuero, aunque ni Spielberg (75) estará detrás de la cámara ni Lucas (78) detrás del guion. Algo similar hizo en Star Wars: el despertar de la fuerza (2015) y en Blade Runner 2049, como si estuviera empeñado en cerrar el círculo de sus películas más famosas, como si quisiera mostrarnos en todas ellas su orgullosa vejez.

Pero cuidado: a los actores viejos se les ofrece una salida que se niega a las actrices simplemente maduras, no digo viejas. Según un estudio publicado por la Fundación Annenberg, entre mil películas estrenadas entre 2007 y 2017, sólo el 24,6% contaban con actrices mayores de 40 años. Jane Fonda (84) no se cansa de denunciarlo: «Todavía vivimos con el viejo paradigma de la edad como un arco. Esa es la metáfora, la vieja metáfora. Naces, llegas a la mediana edad y declinas hacia la decrepitud. La edad como patología. Pero hay muchas personas hoy en día, filósofos, artistas, médicos, científicos, que están dando una nueva mirada a lo que yo llamo `el tercer acto`, las tres últimas décadas de la vida (…). Una metáfora más apropiada para el envejecimiento es una escalera: la ascensión del espíritu humano, llevándonos a la sabiduría, la autenticidad y la integridad».
Frances McDormand (65) lo explica así: «Se supone que nadie debe envejecer más allá de los 45 años en términos de vestimenta, cosmética y actitud. Todo el mundo se tiñe el pelo y se preocupa por tener una cara tersa. Pero verse viejo es una señal de que eres alguien, de que detrás de ese pelo blanco hay un catálogo de fichas de información valiosa».

Otro asunto es cómo gestiona cada cual su edad. Se dice que Greta Garbo se retiró a los 36 años porque detestaba la exposición pública que imponía la fama, pero es posible que también lo hiciera para congelar un recuerdo, como quien corta una flor y la guarda en un libro. Gina Lollobrigida (95 años este mes) se siente aún con la responsabilidad de seguir siendo guapa, aunque el esfuerzo sea más patético que heroico. Sophia Loren (87) se ha revelado extraordinariamente bella cuando ha dejado de preocuparse por su belleza. Son opciones.
En todos estos casos, y admito que el pensamiento es un tanto lúgubre, me pregunto cuál será la foto que acompañe cada obituario. Tengo claro que el deportista fallecido debe ser recordado con una imagen de sus años en activo, pues así era cuando formó parte de nuestro paisaje sentimental. No me vengan con imágenes de su último acto público o de un reciente saque de honor. Pero qué hacer cuando mueran Eastwood, Redford o Harrison Ford, o cuando desaparezca el refrescante activismo de Jane Fonda y Frances McDormand. ¿Qué imagen debe prevalecer entonces? La de los 25 años o la del ochentero que siguió al pie del cañón. Quizá haya que hacer sitio a ambas. O incluso buscar una más. La del impreciso momento en que doblaron la esquina y se aceptaron viejos, pero en lo alto de la escalera.