Ha muerto José Luis Balbín, el presentador de La Clave (programa mítico de los tiempos de la Transición), y entre las condolencias generales se me ocurrió preguntar en Twitter si sería posible un programa como aquel en la actualidad; no satisfecho con eso, pregunté también si resultaría factible una Clave deportiva. Hago aquí un inciso para explicar a los más jóvenes que La Clave era un espacio dedicado al debate que planteaba cada semana un asunto que jamás era superficial (el Valle de los Caídos, el Opus, el ejército y el periodismo, el juego, el humor…) y que convocaba a expertos de diferentes ámbitos y países para desmenuzarlo. La proyección de una película, más o menos vinculada al tema, servía de excusa para introducir la cuestión y también ejercía como señuelo para los espectadores que no se hubieran sentido atraídos por la simple exposición del debate.
La Clave se estrenó el 18 de enero de 1976 en la segunda cadena de TVE (21:05) y esa noche de domingo rivalizó en audiencia con la retransmisión en directo del Betis-Real Sociedad. Encontró mejor acomodo en los viernes, pero nunca lo tuvo fácil. No diré que rivalizó con el Un, dos, tres porque Chicho no tenía rival, pero sí consiguió ganar adeptos y prestigio, al punto de ser reconocido, tanto tiempo después, como uno de los mejores programas de la historia de la televisión pública.
El éxito de La Clave no tenía secretos, más allá de la inmensa categoría de Balbín como moderador y comunicador (también como conductor de sabios) y la esmerada elección de los participantes. Neil Armstrong, el primer hombre que pisó la luna, llegó a ser uno de los invitados.
¿Sería posible algo así en estos tiempos? O mejor dicho, ¿serviría para convocar a una audiencia mínimamente significativa? Mi amigo Pepe Brasín lo pone en duda, pero yo no soy tan pesimista. De tanto en cuanto nos sorprendemos al descubrir que un especial informativo ha batido récords de audiencia. Es cierto que son casos aislados y referidos a acontecimientos extraordinarios. Pero digamos que son una prueba de vida, en este caso inteligente. Cuando nada parecía capaz de discutir la popularidad a los programas de cotilleos de viernes y sábados, La Sexta plantó cara con un espacio dedicado a la política (no ignoro que el formato tiende en ocasiones a los terribles sálvames…). Lo importante es que quedó demostrado que otro mundo es posible.
De algo no hay duda: los debates fueron y son interesantes para la audiencia televisiva. La diferencia con La Clave es que ahora se plantean con contertulios recurrentes, que igual hablan de la eficiencia energética, de la guerra de Ucrania o de anatomía forense. Saben de todo y de todo opinan, obedientes, eso sí, a su adscripción política. Con la excepción de algún verso libre (pocos), los de derechas son fieles a su papel y los de izquierdas al suyo. Lo mismo sucede en la mayoría de los debates deportivos, aunque en este caso la sobreactuación es mayúscula, dado que se concede al espectador deportivo el mismo rango intelectual (subterráneo) que al espectador de los cotilleos.
¿No tendría más sentido buscar contertulios expertos para cada asunto? Eso hacía La Clave con los medios de la época. Y frente al Un, dos, tres…, no olvidemos el detalle.
Estoy convencido de que habría público para debates, políticos o deportivos, de mayor calado y con variedad de opiniones. Tal vez descubriéramos que hay una mitad de la audiencia desatendida. Un tercio ya sería bastante. Además, ya es hora de dejar de hacer valoraciones al peso. La cantidad de la audiencia debería ser un concepto secundario en comparación con la calidad de la audiencia. Sé que aquí abro otro melón, tan grande y complejo que Balbín, a buen seguro, le dedicaría un programa de La Clave.