Cuando pienso en Pedro Ferrándiz (1928-2022), y hablo de tipologías y no de profesiones o caracteres, me viene a la cabeza el cantante Tony Bennett, y lo digo por el modo que tuvo Pedro de transitar por la vejez, al menos mientras tuve la ocasión de tratarlo. Diría que siempre le vi preparado para salir al escenario, impecable el traje y el peinado, adornado el conjunto con un pañuelo de seda en la garganta o en el bolsillo de su chaqueta blazer. Qué bien le encaja a Ferrándiz la réplica que le dio Norma Desmond (Sunset Boulevard) a quién le dijo que ella había sido grande. “Yo sigo siendo grande, querido, es el cine el que se ha hecho pequeño”.
Nunca le vi como un viejo, aunque lo fuera. A cambio él nunca me consideró un pardillo, aunque lo era y se demostró luego. Me advirtieron de su arrogancia y en cuanto asomó, desbordante, descubrí que Ferrándiz sobreactuaba y se divertía con su propia sobreactuación. Tenía risa de niño travieso. Presumía de haber despedido cada temporada como entrenador con un streaptease delante de los jugadores. Aseguraba que sabía cómo dejar afónicos a los aficionados contrarios antes de los partidos: le bastaba con darse un paseo por la cancha mirando al tendido.
Era un conversador formidable. Sus anécdotas eran espléndidas, supongo que aderezadas a conveniencia. Recuerdo la del embajador de cierto país tropical que ligó con una mulata en una discoteca de moda. Se la llevó a su casa y ella quiso ducharse antes de proseguir la fiesta. Incapaz de esperar los minutos protocolarios, el tipo descorrió la cortina de la ducha. Entonces ella, Venus en remojo, giró la cabeza hacia él y de su boca salió un sensual chorro de agua con el que regó al excelentísimo señor. El embajador se corrió al instante. Tengan por seguro que Ferrándiz lo contó mucho mejor.
En otra ocasión explicó cómo había fichado a Joe Arlauckas. En la reunión que mantuvieron le dijo que un jugador como él y un club como el Madrid no podían ponerse a regatear el montante del contrato. Así que le propuso lo siguiente: él anotaría en un papel el dinero que estaba dispuesto a ofrecer y Arlauckas anotaría en otro lo que estaba dispuesto a aceptar. Luego se intercambiarían los papeles. Si la diferencia era demasiado grande se desearían suerte y se irían cada uno por su lado. Arlauckas temió pasarse y rebajó sus expectativas. Cuál fue su sorpresa cuando leyó lo que había escrito Ferrándiz: “De acuerdo”.
Doy por hecho que hubo muchos Pedros Ferrándiz y de la época y de la experiencia de cada uno dependerá el recuerdo. El que yo conocí era un hombre fascinante que parecía salido de una película de Scorsese y que podía pasar por conseguidor de la Mafia o por contratista en Las Vegas. Era una persona que pertenecía a un mundo extinguido pero que todavía conservaba la curiosidad. No hay antioxidante como ese.
Siempre fue afectuoso conmigo sin necesidad de serlo. Le gustaba cómo escribía y confío en que también le parezca adecuado este obituario aunque sólo incluya una breve mención de los títulos que logró como entrenador del Real Madrid de baloncesto: cuatro Copas de Europa (más tres finales), doce Ligas (de 13), 11 Copas (de 12) y una invención (la autocanasta) que obligó a cambiar el reglamento.
Pues bien, después de todo eso, siguió creciendo hasta los 93 años y ahora más allá.
Buen viaje, Pedro.