Ya había demostrado el Barça ser superior futbolísticamente a este Nápoles en la ida. Mas no en el marcador. Y por ello, los refranes habituales —el que perdona acaba perdiendo et altri— vaticinaban una posible debacle transalpina. Pero resultó que a la vera del Vesubio el mejor fútbol azulgrana terminó de explotar. Probablemente no sea el mejor día para utilizar nomenclatura bélica, pero acaso sirva esta línea para recordar que tal día como este empezó otra exhibición de estulticia humana.
De fútbol también la hubo. Porque a la buena sensación de la ida se le sumó la contundencia en el remate. La delantera, formada íntegramente por fichajes del mercado de invierno, apenas tardó 8 minutos en hacer su primera demostración de fuerza. A cargo de Adama, por supuesto. Brutal arrancada del extremo y no menos brutal acompañamiento en la jugada del renacido Jordi Alba. Gol con la derecha del lateral izquierdo, ver para creer, que adelantaba a los suyos. Había que remontarse al luchoenriquismo para ver un contraataque similar en versión blaugrana, esta vez rojigualda.
Solo era el comienzo. ¿Estaba siendo el Barça tan superior? Frankamente sí. Y en parte porque De Jong renacía de sus cenizas. Su calidad técnica, nunca discutida, se empañaba por la ausencia de todo lo demás que debe acompañar a un gran jugador. En Nápoles, partidazo del holandés, rememorando sus días del Ajax y coronándolo con un gol de crack tras una asistencia a la escuadra.
A estas alturas Xavi no solo había recuperado a las trillizas, sino que también había resucitado al decaído Frenkie, mejorado las prestaciones de la chavalería y sumado a los nuevos fichajes. El único lunar parecía continuar en la portería. En la prevía, Ter Stegen reivindicaba su valía, pero las palabras dicen una cosa y sus acciones la contraria. Un absurdo penalti, digno de Busquets Padre, y su estatua en el lanzamiento provocaron que más de un culé pidiera su colocación como nueva gárgola del Duomo de Nápoles.
Un 1-2, injusto a todas luces, que podía inducir a cierto nerviosismo. Pero no. Cero. Nada en absoluto. Tan solo un accidente. Se siguió dominando por completo el partido y las ocasiones se sucedían. Solo que esta vez el cántaro sí se rompió al ir tanto a la fuente. No lo logró Obama, que parecía haberse puesto las mismas botas que Ferrán en la ida, y lo hizo la bota izquierda de Piqué. Reivindicación absoluta de las vacas sagradas y tres goles antes de acabar el primer tiempo. Comienza a ser norma. Y a tener aroma de pasado reciente. Así como el culé comienza a divertirse viendo a su equipo. Una sensación casi olvidada sin Messi en el campo.
El descanso tampoco relajó al equipo que continuo en la misma línea. Hay refuerzos, sí, pero es evidente la mejora en el juego combinativo, en la profundidad y en la presión, cosas que se trabajan en los entrenamientos. Tras ver el cuarto gol se hace difícil pensar que el Barça no está volviendo. Además, en el entretiempo, Aubameyang se puso bien las botas y la clavó en la escuadra. Los datos dicen que el gabonés ya ha sido máximo goleador en la Bundesliga y en la Premier. Si Arteta hubiera hecho su regalo antes, quizá podría haber añadido el Pichichi a su colección.
El último gol del Napoli, con falta previa a Nico, ni siquiera ilusionó al antiguo San Paolo: sabían que el baño había sido devastador. Al menos le sirvió a Ter Stegen para mantener su impoluto promedio de tiros a puerta/goles encajados