Tal vez era la hora del partido. O ver el campo sin un lleno hasta la bandera para un partido internacional. Acaso fue el calorcito. O esa música y ese logotipo extraños. Sí. Parecía el Gamper. Pero no. Y la urticaria que daba ver la nueva camiseta europea barcelonista era la misma que daba el ver el Camp Nou empapelado de carteles de Europa League. Una alegoría a la pizarra de ese niño que se ha portado mal y le obligan a escribir una frase humillante en la pizarra que le recuerde sus malos actos.
Porque la última vez que el Barça jugó la Europa League fue la última sin Leo. Y la primera vez que la volvía a jugar era la primera sin el Messias. Castigo divino. Y había que tomarse esta penitencia como una manera de evaluar el desempeño de la nueva hornada de jóvenes a nivel internacional. Tal vez enfrentarse a equipos de segunda fila europeos sea el primer y más conveniente paso. pero el Nápoles es algo más que un segunda. Tampoco es un primera. Dejémoslo en primera y medio. Pasa por ser el equipo menos goleados de la Serie A y si enfrente tiene a un equipo que le cuesta D10S y ayuda marcar un gol no fue extraño que la primera parte, pese al dominio posicional y las continuas recuperaciones de los de Xavi, apenas se registrasen claras ocasiones porque Koulibaly se bastaba solo para cortar cualquier amago de peligro. Y porque ya se empieza a ver que Adama solo tiene una (buena) jugada. Todo apunta a que, en cuanto le cojan el truco, no será tan peligroso: basta con taparle bien la salida hacia la derecha porque nunca regatea hacia dentro. Eso, o que sea la copia en negativo de Robben. Que también tenía una sola jugada pero nadie lo podía parar. Excepto Casillas. Gracias, Iker.
Pero sí hubo una ocasión muy clara en la primera parte. La tuvo Ferrán Torres en sus botas. O en la caja de cartón en la que venían esas botas. Y que al chaval se le olvidó quitar, una vez visto su remate. A renglón seguido y, como marca el reglamento no escrito del fútbol, se pasó del 1-0 al 0-1. No habían pasado ni 30 segundos del remate cajazapatil de Ferrán, cuando Zielinski remataba por segunda vez dentro del área. Y aunque la repetición mostraba a la defensa azulgrana en pausa, no se trataba de una repetición del VAR ni un error en la señal televisaba: porque el polaco sí se movía y adelantaba a los italianos.
Sin cambios al descanso, metieron los azulgrana una marcha más en la reanudación y a más velocidad llegaron más ocasiones. Uno de esos ataques fue cortado por un defensa napolitano con uno de los queratinocitos de la capa basal de la epidermis de su dedo meñique. Penalti claro en tiempos del VAR. Como aporte al nuevo reglamento, sugiero que los árbitros se ahorren el paseo a la pantalla: siempre que van a verlo, lo pitan. Y Ferrán, que por más que lo intentaba y no le salía nada, probó a sacudirse la mala suerte asumiendo el lanzamiento con personalidad. Empate. También entre quienes piensan que ahí hay un gran jugador y quienes afirman que Guardiola le ha metido un caballo de Troya a su antiguo club.
Con Busquets entrando los últimos 30 minutos y fresco para dirigir el juego —Xavi debería proporcionar al de Badía un retiro progresivo similar al que él tuvo— llegaron los mejores minutos de juego del Barça. Pero acaso por celebrar su cumpleaños solo una vez cada 4 años (nació un 29 de febrero) Ferrán Torres solo puede festejar una de cada cuatro ocasiones claras de gol. Y como el de Foyos ya había anotado una de ellas, amplió su colección de horrores hasta hacer palidecer al propio Dugarry. Leyenda Christophe. Qué poco se dice esto. También cabe la posibilidad de que los losers profesionales de la plantilla, esos que cuentan con un lustro de experiencia en humillaciones europeas, le hayan contagiado en apenas un mes de su aura maldita.
Se jugó Xavi la carta del De Jong bueno y el holándes se puso el disfraz de Marco Van Jongsten con una acrobática chilena que hubiese derrumbado los ya inestables cimientos del Camp Nou… de haber entrado. Pero se fue al limbo. Ahí donde quedan de momento las opciones de levantar el único trofeo europeo que falta en las vitrinas del club. Porque de Barcelona a Sevilla hay 829 kilómetros. Pero ahora ya son 1.000.