La última vez que el Athletic había ganado en el Camp Nou, jugadores como Pedri, Nico o Gavi ni siquiera habían nacido. Las rachas tan negativas siempre quedan en el subconsciente. A eso había que sumar la inminencia de la semifinal de Copa que los bilbaínos han de disputar en breve. Se notó en su alineación. Demasiadas concesiones para enfrentarte a un equipo como el Barça que está en el momento álgido de la temporada.
Con el equipo engrasado, con los fichajes invernales siendo claves, con las chavalería con el hambre habitual, con fondo de armario que permite rotar a De Jong (al bueno y al menos bueno)… el partido fue básicamente un monologo blaugrana de principio a fin. Y con momentos con picos del 85% de posesión que a punto estuvieron de provocar una embolia de placer a Xavi. Se tardó un poco más de la cuenta en abrir la lata. Pero la duda no era si se abriría sino el cómo, quién y cuándo. Y fue Obama quien, como el equipo, siguió con su racha. El supuesto problemático sigue cerrando bocas con un remate de cazagoles. En el debe de Pierre-Emerick solo se puede poner su celebración con voltereta. Primero, porque ya tiene una edad y la racha de lesiones del equipo esta temporada no invita a tentar a la suerte. Y segundo, porque recuerda demasiado a Hugo Sánchez. E invocar al mexicano es tabú en el Camp Nou. Son ya cuatro goles en tres partidos para el gabonés, ¿de verdad queremos salmón noruego?
La segunda parte fue aún más aplastante. En medio del gran juego colectivo, emergía la figura de Pedri. Su caño a Balenciaga, acaso homenajeando a Riquelme en su gran noche —y la de todo el barcelonismo— frente al Real Madrid, hacía que su aura se engrandeciese por momentos. Parecía incluso escucharse la celestial voz de Johan abriéndose paso entre las nubes y susurrándole al canario al oído: “Ahora te digo yo: tú eres Pedri. Y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Y el poder del autobusismo no la derrotará. Te daré las llaves de mi reino; lo que ates en el centro del campo, quedará atado en el área, y lo que desates en el centro del campo, quedará desatado en el área«.
Se gustaban los azulgrana y gustaban a la afición. Pero no acababan de cerrar el partido. El empujón definitivo lo dio la salida de DembeLOL. Es difícil pensar que los silbidos del público estimulen a quien parece vivir en otro planeta. Pero Ousmane decidió, por fin, jugar en una dimensión desconocida para el aficionado culé. Desbordando por izquierda y por derecha, exhibió recursos técnicos y, de manera sorprendente, culminaba las jugadas. Como en el 2-0 que clavó a la escuadra de Unai Simón. Golazo tras el cual ni se encaró con el público ni hizo un mal gesto. Se hace difícil afirmar que fue por respeto a la afición. Porque la posibilidad de que pensase que los pitos no eran contra él es una realidad factible. A Xavi habrá que beatificarle si el francés rinde así hasta final de temporada. Porque el chaval (solo tiene 24 años, aunque parezcan más por llevar un lustro penando) continuó con su exhibición y cambiado de banda asistió de manera casi consecutiva, primero a De Tronk y después a De Pay. Porque cuando un equipo está en racha hasta tus dos delanteros suplentes marcan en el primer balón que tocan.
Cuatro goles nuevamente. Doce en los últimos tres partidos. Y con el juego y las sensaciones incluso por encima de los resultados. Imposible no imaginarlo con la guinda de Messi. Imposible no hacer conjeturas sobre dónde estaría el Barça si Xavi hubiera estado desde junio. O si no hubiese estado Q-Man. Porque esto sí que es lo hay.