Rafael Tarradas (foto de Lupe de la Vallina) nació en Barcelona en 1977 y estudió diseño industrial. Le pareció poco y ahora diseña sueños y paisajes situados en esa parte de la Historia que desde niño le ha apasionado: los siglos XIX y XX. A veces desde Barcelona, otras desde Madrid, pero la mayor parte del tiempo desde una cabaña de 40 metros cuadrados en Tiétar, en Ávila. Se ha empeñado en mostrarnos aquella España y sus trozos, contándonos cómo éramos, lo que ayuda mucho a entender cómo somos. El Valle de los Arcángeles es su segunda novela tras El heredero, y ya ha logrado que la crítica lo califique como el autor del año.

—¿De dónde surge la idea de escribir sobre Cuba?

—Me encanta Cuba y el espíritu digno, educado, amable y orgulloso de su gente aunque viva en la pobreza. Paseando por La Habana todos nos preguntamos alguna vez cómo debía ser en sus buenas épocas, porque la maravilla y el halo de prosperidad sigue presente en los innumerables palacios, avenidas y monumentos. Yo no me quedé en la pregunta, me puse a investigar y descubrí toda una época, el siglo XIX en el que Cuba era la joya del imperio Español y su sacarocracia (la élite azucarera) uno de los grupos más ricos y poderosos del mundo. En definitiva, descubrí una historia que merecía ser contada.

—¿Cómo atreverse con una novela tan extensa en estos tiempos?

—Nunca planteo un libro en función de sus páginas y jamás relleno por rellenar, pero necesito contar la historia bien, que el lector entienda lo que quiero explicar, los sitios a los que le quiero llevar y las personas que le voy a dar a conocer. Personalmente hay libros que no quisiera que se acabaran nunca y me encanta que algunos lectores ya digan eso respecto al Valle de los Arcángeles. Carmen Posadas (para mí un súper referente) dijo del libro : “No querrás salir del Valle de los Arcángeles”. Y me hizo muchísima ilusión.

—¿Pensaste desde el principio en desarrollar tantos personajes?

—¡Intento contenerme pero nunca lo consigo! En El Heredero, mi anterior libro, me pasó lo mismo, pero es que la vida es así. Raras veces te relacionas con solo dos o tres personas. Vivimos en sociedad y los personajes de mis libros también lo hacen.

—¿Eres estricto en la trama o dejas que tus personajes te susurren?

—Mis personajes me susurran, me acompañan, me divierten, me enfadan y me asustan. A las pocas páginas de crearlos tienen vida propia, lo que me parece muy bonito. Su destino final está escrito, pero su paso por las páginas suele cambiar desde la idea inicial.

—¿Tardaste más en escribirla o en documentarte?

—En este caso tuve la ayuda de dos historiadores cubanos, lo que lo agilizó todo mucho, sobre todo en la verificación de las fuentes que yo iba encontrando. Escribo lento porque intento verificar cada información. Lo hago a la vez.

—¿Es cierto que te aislaste en una casa en Ávila?

—Sí, en una pequeña cabaña que tengo en la falda de Gredos, de apenas 40 metros cuadrados pero en un lugar muy bonito, rodeado de ríos y naturaleza. Es fácil inspirarse ahí. Un privilegio. 

—Algunas escenas con esclavos son muy duras.

—La vida de los esclavos era durísima. Trabajaban diecinueve  horas al día en muchas de las plantaciones, porque se creía que los africanos tenían suficiente con dormir cinco horas. Pero la vida del trabajador de campo, incluso el asalariado, era durísima. En algunos casos, por increíble que parezca, cuando se prohibió el tráfico (no la tenencia) de esclavos, a los esclavos se les trataba mejor que a los jornaleros, porque eran un bien escaso y caro. En cambio los jornaleros firmaban contratos en los que incluso aceptaban el castigo físico y se les cuidaba menos porque había recambio para ellos.

—Hablas de aquellos semiesclavos españoles y de la famosa Junta, tan desconocidos en España.

—Exacto. Las malas cosechas hicieron que algunos españoles, sobre todo gallegos, firmaran contratos para ir a trabajar a Cuba. Les prometían manutención, ropa y un trabajo digno. Al llegar allí todo era mentira y eran explotados por una miseria, tanto o más que los esclavos. También fueron muchos chinos, que ante la humillación del castigo físico se suicidaban.

—Se dice que esa fue la base del mestizaje.

—Los españoles se mezclaron con todos. En Cuba no había indígenas —murieron por las enfermedades que trajeron los conquistadores en el siglo XV—, pero sí mucha población afroamericana, no solo esclava. Se mezclaron desde el principio.

—¿Por qué Matanzas?

—Porque es uno de los vértices del llamado triángulo de oro del azúcar que enmarcaban La Habana, Matanzas y Colón, el lugar donde estaban las mejores plantaciones, los mejores ingenios, como se llamaban en Cuba.

—¿Crees que hay mucho desconocimiento de Cuba a España y viceversa?

—Creo que hay mucho cariño, pero sí, también cierto desconocimiento. Por ejemplo de la época de la que hablo en el libro, de gran prosperidad. Los españoles deberíamos tener más empatía con un pueblo que está sufriendo, que lleva años empobreciéndose y falto de libertad.

—De los muchos personajes que has desarrollado, ¿hay algún personaje familiar?

—En muchas familias del norte y de Cataluña hay antepasados indianos. En la mía también. Por desgracia conozco muy poco su historia y solo hay pequeños objetos, algún mueble y cuadros en casa de mis abuelos que los recuerdan. En cualquier caso, todos mis personaje siempre están creados de la mezcla de personas reales que conozco.

—¿Tienes más de Miguel o de Gabriel?

—Tengo de ambos. Gabriel es más joven que Miguel y por tanto más inseguro, más temeroso. Miguel ya es un hombre hecho y derecho, lleva años llevando una plantación y se ha acostumbrado a mandar. Posiblemente en unos años los dos se parecerán. A Gabriel aún le falta crecer. Imagino que me pasó lo mismo a mí. Ahora tengo la edad de Miguel y quiero creer que estoy más centrado y me parezco más a él, pero no está mal mantener algo de la inocencia, la curiosidad y la humildad de los 20.

—¿Escribir es un placer inmenso o es como un parto, algo doloroso pero necesario para alumbrar una vida?

—Es un placer inmenso. No tiene nada de malo.

—¿Es una novela única o se viene una trilogía?

—¡El tiempo lo dirá! El tema da para más, sin duda, pero como novela única creo que queda muy redonda.

—¿Cómo se lleva compartir trabajo y literatura?

—Fantásticamente. Soy un afortunado y doy gracias a Dios todos los días por poder hacer ambas cosas. Mis dos trabajos me encantan.

—Tras esta explosión mediática, ¿te planteas dedicarte únicamente a escribir?

—Creo que siempre me dedicaré a más de una cosa. Al final forma parte de mi carácter inquieto. Me gustan los retos y aunque me encanta la tranquilidad, siempre me acabo liando con cosas nuevas. En cualquier caso, escribir siempre será uno de los ejes de mi vida porque me encanta.

—He leído reseñas de tu libro de Carmen Posadas o Juan del Val…

—Como te decía antes, soy un auténtico privilegiado. Además ellos son muy generosos. Es todo un honor que gente a la que admiro tantísimo tenga palabras tan increíbles sobre mi libro. Para mí un libro es algo muy personal, en el que inevitablemente te estás desnudando frente al lector, que acaba por conocerte a través de tus personajes, así que cuando primeros espadas como ellos hablan bien del libro, siento que también lo hacen un poco de mí. Es muy emocionante y nunca encontraré la forma de agradecérselo lo suficiente.

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