La proeza es enorme, apabullante, pero no será de largo recorrido en los términos ahora establecidos. El 21 no es el número que pasará a la historia como la última frontera del tenis. Será el 22, el 23, quién sabe si el 24. Djokovic sigue siendo el favorito para finalizar su carrera con récord de Grand Slam si el negacionismo no le consume. Como Nadal no gane otro gran título este año —París es el lugar más propicio, lo ha sido 13 veces antes— tendrá muy difícil seguir por delante cuando se baje el telón, seguramente en 2023 (para 2024 ya debería haberse liberado la generación oprimida: Medvedev, Tsitsipas, Zverev). Desde este punto de vista, la carrera no ha concluido, sino que entra en su fase decisiva. Así está planteada la disputa más extraordinaria que ha vivido el deporte, salvo que alguien que corrija y me descubra otra rivalidad que haya hecho coincidir a los tres mejores de siempre a lo largo de tres décadas.
Resulta increíble que haya tomado ventaja quien peor lo tenía. Cuando Nadal irrumpió en el circuito con aquella exuberancia física convinimos en que la suya no sería una carrera larga. No podía serlo. Antes le reventarían las rodillas o los pies. Lo asombroso es que le reventaron, pero siguió adelante. Siempre con la obligación de compensar algún déficit, el saque en primer plano y últimamente la edad. De tal modo afrontó su partido contra Medvedev. Debía doblegar a un tipo sin fisuras, diez años más joven e inasequible al desánimo, no se sabe si por tener la cabeza amueblada o por tenerla vacía de distracciones. Un ruso de catálogo, en definitiva.
Another chapter is written 🏆@RafaelNadal defeats Daniil Medvedev 2-6 6-7(5) 6-4 6-4 7-5 to win his second #AusOpen title in an epic lasting five hours and 24 minutes.
— #AusOpen (@AustralianOpen) January 30, 2022
⁰
🎥: @wwos • @espn • @eurosport • @wowowtennis #AO2022 pic.twitter.com/OlMvhlGe6r
La final de Australia 2022 fue un compendio de las dificultades que ha afrontado Nadal para instalarse en la cima. Mientras Medvedev solventaba su servicio con cierta tranquilidad, cada saque de Nadal era un drama. El plan no era de ataque, sino de supervivencia. Revés cortado (muy cortado) para no ser agredido y bolas abiertas para mover al gigantesco insecto palo. Y ganar tiempo. Porque cuanto más tiempo consigue Rafa mantenerse en pie más posibilidades hay de que el otro se ponga a pensar, qué demonios, qué cabrón.
Esa heroica humanización distingue a Nadal del resto de campeones. No es un tenista flamígero que todo lo haga bien; por momentos, Rafa es capaz de hacerlo casi todo mal (68 errores no forzados, por 52 del ruso). Sin embargo, sale adelante. Antes lo hacía a base de coraje y ahora incluye el cálculo infinitesimal. Tal y como hacían los Pelayos, Rafa conoce las derivas de las ruletas, léase cabezas. También sabe cuáles son los momentos que lo deciden todo, los juegos clave y los puntos decisivos. Lo que hizo ante Medvedev fue una optimización de su sabiduría como tenista.
El affair Djokovic ha potenciado lo conseguido por Nadal a nivel deportivo y de afectos. Las disputas se disfrutan más cuando identificamos al villano. Con Federer de por medio el papel de galán estaba siempre ocupado, pero ahora la elección es sencilla. Que gane Rafa, que siga ganando títulos y perdiendo pelo. Así es como debería ser la vida. Viejos pero sabios. Ajados, pero en pie.
The last time @RafaelNadal won the #AusOpen…#AO2022 · @rogerfederer pic.twitter.com/ssd58dFRfC
— #AusOpen (@AustralianOpen) January 30, 2022