Puesto a buscar el momento clave del partido, me pregunto qué fue más relevante, si el fallo de Militao o el penalti no pitado por agarrón a Marcelo. Tiendo a pensar que fue más influyente lo primero, en tanto en cuanto condicionó lo demás, la prisa del Madrid y la confianza del Getafe, la sensación de que el destino había hecho quiniela y elegido el uno. Por errores como el de Militao han sido ajusticiados no pocos centrales y casi todos han aceptado la pena con resignación, casi con alivio. Un central puede ser cualquier cosa (hay asesinos en serie que han hecho carrera en el puesto), pero no se le permite ser blando. Y Militao fue espuma de gel para niños. El asunto es más grave porque quien le presionaba no era el lobo feroz, sino Enes Unal, que es lo más suave que se exporta como macho turco. De modo que la jugada fue dolorosa por los cuatro costados, por la torpeza, por el robo, por el ladrón y por el gol.
Es verdad que Modric pudo empatar al rato (tiro al larguero), pero no es menos cierto que Maksimovic pudo hacer el segundo. En este último caso, diremos que el futbolista no estaba preparado para gestionar una ocasión tan clara (tanta felicidad), con Courtois fuera de la portería y con tiempo para relamerse. Que los serbios sean ahora tan inocentes es mala noticia para el Getafe y buenísima para los Balcanes.
Ancelotti fue severo con su equipo a la conclusión (“estábamos aún de vacaciones”), pero yo creo que el Real Madrid cumplió con el protocolo de las remontadas. Se apoderó de la pelota, acechó al rival y se quedó muy cerca de los goles de otras tardes. La diferencia, además de la suerte caprichosa, es que el Getafe se defendió con una pulcritud prusiana. Y cuando no brilló la zaga, lo hizo el portero. David Soria es un guardameta de planta y condiciones, esto es conocido, tanto como su tendencia a coquetear con el lado oscuro. Casi en cada partido comete una cagada para que dejemos de preguntarnos por qué no juega en el Milán. Esta vez se abstuvo.
El Madrid acumuló delanteros en la segunda mitad en busca del empate, y cuento a Marcelo en la línea de atacantes, incluso a Hazard. Pero el Getafe era una sinfonía metalúrgica; más que una cadena de montaje, una cadena de desmontaje. Enes Unal era una flor en mitad del asfalto.
En ese último tramo llegó el penalti a Marcelo. Es una pena que la palabra «agarrón» vaya con el aumentativo incorporado, porque lo que hizo Damián fue más bien una agarradita, suficiente para interrumpir el desborde, pero no lo bastante para tirar al jugador. Penalti, en cualquier caso. Una torpeza que hubiera sido comparable a la de Militao de haber acabado en gol.
El Madrid estuvo lejos de resultar épico en el arreón final. Los jugadores apretaron, no se niega, pero sin rasgarse la camisa, conscientes de su ventaja en el campeonato. La derrota no pasaría de anécdota si no fuera porque en la última temporada de Ancelotti, hace seis años ya, el equipo se desplomó a la vuelta de las navidades después de una racha magnífica de 22 victorias seguidas. Este es otro mundo, no hay más que mirar los alrededores, pero no olvidemos que el fútbol es un deporte de historias circulares que a veces aprietan el cuello.