“Todo fluye, somos y no somos; bajamos y no bajamos en el mismo río”.

Heráclito de Éfeso. 540 a.C. – 480 d.C.

Sobre el siglo quinto antes de Cristo, con esta sentencia, más o menos, según versiones, Heráclito de Éfeso zanjaba un viejo debate en la Antigua Grecia sobre la inmutabilidad del Universo y la existencia de las cosas. Frente a la creencia en un Universo estático, dónde las cosas existían en tanto que esencia y a nuestros ojos sólo se presentaba la apariencia sensible y cambiante de las mismas, Heráclito introdujo el dinamismo, el cambio como motor de la vida, el devenir como garante de la existencia; no hay existencia de las cosas como tal, lo que verdaderamente existe es el cambio, pues qué es la vida si no una transformación constante del individuo y de la materia donde todo fluye y nada permanece inalterado.

Aunque parezca mentira, créanme, el debate sobre la mutabilidad del Universo, que parecía extinto en base a tan brillante aportación del eximio filósofo griego, vuelve a estar presente en nuestros días. Quién nos iba a decir que, unos milenios después, la “Liga de las Estrellas” iba a reabrir viejas heridas y a poner en tela de juicio tan sabia aportación metafísica. Porque si de algo está seguro el antimadridismo es de que en esta nuestra sacrosanta Liga nada ha cambiado: el Real Madrid sigue robando, verbigracia, por el mandato inmutable e imperecedero de Franco, por supuesto. Poco importa si lo ejerce desde el Valle de los Caídos, desde el cementerio de Mingorrubio, en el Pardo, desde la Real Federación Española de Fútbol, el Comité Técnico de Árbitros o un desde cuarto oscuro de vídeo arbitraje en Las Rozas, ciudad del fútbol.

Si alguien pensaba que desde el madridismo se iba a erigir un tótem heraclítico frente a la esencia imperecedera de nuestra competición casera se habrá llevado un buen chasco; antes bien, si un firme defensor del carácter inmutable de la Liga y su esencia existe, a la par que fiel discípulo de Parménides, ese es el madridismo. Tenemos asumido que si el Real Madrid robaba con Franco, pues seguramente lo siga haciendo de la misma forma hoy en día. Ahí estén las hemerotecas, los datos, los equipos de altos vuelos con genética castrense, las recalificaciones cortesanas y las medallas in pectore para revelar hechos incuestionables. La verdad está ahí fuera, que dirían Mulder y Scully; búsquenla.

Que la Liga lleve lustros pareciéndonos más de lo mismo, pese a que todos los que han pasado por sus estamentos afirmasen en su momento venir para cambiar, no es algo que a estas alturas de la vida pueda sorprendernos. Desde Tebas y sus tejemanejes económicos, compartiendo información privilegiada con socios preferentes, a Roures y las producciones de imágenes a la carta; desde Sánchez Arminio a Villar, pasando por Rubiales, Velasco Carballo, Clos Gómez y ahora Medina Cantalejo, VAR mediante, todos han afirmado que venían para cambiar nuestra Liga e impulsarla a lo más alto, pero no han hecho sino confirmar lo que todos ya sabíamos: algunas veces es necesario cambiar algo para que todo siga igual. Nunca soñó Parménides con tener discípulos tan aventajados.

Basta echar un ojo a las estadísticas arbitrales, a las repeticiones de jugadas dudosas en las retrasmisiones o hurgar en la piel de nuestro periodismo patrio para darse cuenta de que si hay una constante más universal que la velocidad de la luz en este, nuestro Universo, es el trato al Real Madrid desde cualquiera de los estamentos relacionados con el balompié. Y ya no se trata sólo de la ecuanimidad en el juicio e interpretación del reglamento cuando hay una camiseta blanca de por medio sobre el césped, va más allá; llega a la minusvaloración de los méritos, sean estos cuales sean y de la enjundia que sean. No hay partido o torneo que el Real Madrid gane que no se achaque a una deficiente puesta en escena del contrario, que habitualmente estará formado por un conjunto de viejigordos, carpinteros o albañiles; aunque a menudo bien podría tratarse de una cuadrilla de lampistas, por lo mucho y bien que se manejan con la estopa (y no me refiero a los hermanos Muñoz, desde Cornellà de Llobregat) con la aquiescencia de los árbitros, los comentaristas y el público en general. Si un jugador blanco recibe una patada, o veinte, es porque se lo merecía. No hay verdad más inmutable, ni más absoluta, que diría Sir Lord Kelvin, sólo comparable a los -273,15 grados Celsius.

Y es que el Real Madrid, más que arbitrajes y juicios adversos, lo que recibe son arbitrajes y juicios adversativos: aunque, más, sin embargo, empero, no obstante, antes bien, por lo demás …. Siempre hay un pero adecuado para justificar una jugada gris o interpretable o un logro nunca visto; desde las victorias vergonzantes, pasando por las bolas calientes o la literalidad del reglamento, Iturralde mediante, con la RAE hemos topado: “No es penalti a Marcelo. En el reglamento viene sujetar, no agarrar, porque sujetar es impedir disputar” (sic). Y se quedan más anchos que largos, cual Jabba the Hutt, con su séquito de cuatreros, en un universo imaginario de una galaxia muy, muy lejana.

Dos penaltis señalados en todo el curso 2021 al equipo de la Liga que más ataca, que más balones disputa en área contraria, que compitió la pasada edición hasta el último segundo y que en esta edición marcha líder en solitario, parece no extrañar a nadie. Es como salir indemne yendo a pecho descubierto del tiroteo más encarnizado, y eso sólo se lo he visto hacer a Kevin Costner en la escena de presentación de Bailando con Lobos. Cuando no es el empujón, que no es suficientemente fuerte, es que la zancadilla existe pero no impide la disputa del balón, que la mano está en posición natural (como si, salvando a Rocco, los humanos tuviésemos apéndices antinaturales), que la camiseta estira mucho o que el abrazo no es sostenido, que la acción se ha producido cuando el balón ya no está en posesión del jugador madridista o que el pelo de Marcelo es demasiado ensortijado como para que a uno no se le enreden los dedos en él. Hubo un tiempo en que en este país existía el premio Pantene; hoy parece que tener pelazo está mal visto. En cualquier momento te pueden hacer caer accidentalmente por un tirón involuntario y… pelillos a la mar. Ya puede ser la jugada más clara del mundo que, para el Real Madrid, como para Pierce Brosnan al servicio de su Majestad, de realeza va el asunto, el mundo nunca es suficiente.

Seguramente alguien nos trate de llorones, sin ir más lejos, Karabatic, ese gran lanzador de tiros libres; pero poco nos importa a estas alturas. Hay quién lleva décadas enjugando sus lágrimas en seis ánforas plateadas y ahí sigue, tan Lozano, como para negarnos al resto que podamos invertir nuestro flujo lacrimal en lo que consideremos oportuno. Aunque muchos de los nuestros lo sufran en silencio, con o sin Hemoal, llega el momento en que se hace necesario que desde el club alguien levante la voz. No para que algo cambie porque, conociendo la esencia de los discípulos de Parménides, somos conscientes de que nada va a cambiar; pero sí para que se escuche nuestra voz: que nos tomen por tontos no significa que lo seamos.

Llevaban los pensadores casi dos mil quinientos años de conocimiento, desentrañando los enigmas de la existencia en base al universo dinámico de Heráclito, y tuvo que llegar la “Liga de las Estrellas” para demostrarnos cuán equivocados estábamos. Hay cosas que permanecen eternamente; no cambian, ni cambiarán, por mucho caudal que lleve el río de nuestras lágrimas en el que alegremente se bañan los apóstoles de Parménides. En esta tesitura no es difícil imaginar al bueno de Heráclito revolviéndose en su tumba, víctima de una tomadura de pelo de dimensión universal, lo cual no deja de resultar extravagante si tenemos en cuenta que el antiguo Éfeso se halla enclavado en la Turquía de nuestros días, paraíso capilar.

De todas formas, para sosiego del hijo de Éfeso, habría que ser justos, no hacer de una particularidad un dogma y convenir que algunas cosas sí han cambiado. Ha sido modificar el protocolo de testeo de COVID de la Liga por uno más severo y, misteriosamente, han comenzado a brotar positivos como amapolas primaverales en las extensas praderas de Yosemite en clubes que parecían tener un ADN especial incorporando en sus genes una forja defensiva antiviral jamás antes conocida. Y luego nos extrañamos de que haya anti-vacunas. Quién va a querer una vacuna pudiendo estar protegido por el pedigree.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí