Comenzaré por algo subversivo: el Real Madrid es, sobre todas las cosas, un equipo bien entrenado. Asumo la provocación porque lo habitual es pensar (y decir) que Ancelotti es sólo un entrenador con mano izquierda, un gestor de egos (deportivos y presidenciales), lo que es tanto como afirmar que sabe más de diplomacia que de táctica. Tendemos a pensar, y esto nos ocurre en todos los ámbitos de la vida, que la buena educación es un premio de consolación para la gente menos extraordinaria, cuando no hay nada más extraordinario que ser brillante y educado.
El Madrid que domina ahora mismo el fútbol español es obra de Ancelotti. Vinicius es su primer mérito, hasta Zidane lo había dado por imposible. El siguiente es haber logrado que la pareja de centrales haya hecho olvidar a Ramos y Varane, que no eran poca cosa. Pero además de favorecer las revelaciones individuales, el entrenador ha impuesto un sistema de juego que destaca por su versatilidad y por su disciplina. Se suele creer que la personalidad de un equipo se define por la fidelidad a un estilo. Sin embargo, el Real Madrid ha demostrado en esta Supercopa de Arabia (perdón, de España) que su singularidad se basa en su capacidad para adaptarse a diferentes circunstancias y rivales. Contra el Barça, el contragolpe fue el argumento. Contra el Athletic se recuperaron las viejas esencias: dominio y conquista.
Lo de la disciplina no lo quisiera dejar en un mínimo apunte. En sus mejores momentos (que han sido casi todos durante el torneo), el equipo se mueve con una coordinación, tanto en el repliegue como el despliegue, pocas veces vista. En este caso es fundamental el sacrificio defensivo de Rodrygo y Vinicius, sin menospreciar el estado físico de Modric y Kroos, medalla que habrá que colgar del cuello del preparador físico. Con las cuerdas tan afinadas, vencer al Madrid es una tarea más que compleja, al menos para el rango medio-alto de equipos españoles (no me adentraré en honduras europeas). La prueba es que el Athletic solo pudo aspirar a recortar distancias en el marcador, nunca a ganar el partido. Jamás tomó ventaja en el juego. A lo sumo igualó el pulso en algunos minutos de la primera mitad. Sin embargo, cualquier esfuerzo del Athletic se tropezaba con algunas evidencias. Williams no tiene gol y solo Sancet (figura en ciernes) es capaz de generarse ocasiones ciertas. En el mediocampo no hay más imaginación que la de Muniain y tampoco existe desborde por las bandas, de modo que el equipo es chato y estrecho, menos de cada cosa cuando Raúl García pisa el césped.
El gol de Modric fue la simple decantación de los elementos en suspensión. Rodrygo atrajo a parte de la defensa y el croata tuvo espacio para disparar con la derecha. Va a ser cierto que los 36 son los nuevos 26. Bastó el mínimo desajuste de la defensa para que el Madrid se pusiera por delante, lo que fue recibido con una petrolífera ovación por el estadio Fahd Bernabéu.
Cuando marcó Benzema se acabó la intriga. Quedaban 40 minutos para el final, pero para imaginar la remontada había que recurrir a la ciencia ficción. No me detendré en el penalti porque lo pareció, y tampoco es cuestión de ponerse a discutir ahora sobre braceo natural o antinatural de los cuerpos celestes. Igual de claro fue el penalti de Militao, aunque en este caso sigo buscando explicación para la tarjeta roja. Si fue un recurso en favor de la emoción, se admite.
Que Courtois repeliera el penalti con la bota izquierda es menos noticia si pensamos que calza un 45,5. O si tenemos en cuenta que ha heredado de Casillas el puesto de ángel de guardia. En mayor o menor medida, siempre hay algo de Courtois en los partidos. Es la demolición de las esperanzas del rival. Hay que jugar muy bien para tener una ocasión contra el Madrid, pero andado ese trecho, todavía hay que escalar el Col de Courtois, de primera categoría.
Que Marcelo levantara la Copa fue para el madridismo un doble tirabuzón de felicidad que sólo admite una duda, una nube en el horizonte, ¿no será demasiado pronto para tocar el cielo?