En España estamos acostumbrados a viajar con la libertad de movilidad que nos ofrece la UE y ya no hacen falta visados y papeleo para viajar a Amsterdam, París o Roma. Es como ir a otra comunidad autónoma, o lo era antes del Covid. Con esa mentalidad de fronteras abiertas es fácil olvidarse de que la mayoría de países exigen algún tipo de documento de entrada.
Australia es uno de esos países y lo era también antes de la pandemia. No deja de ser curioso que una sociedad que está formada fundamentalmente por emigrantes cierre sus fronteras con tanta facilidad. Un ejemplo. Los agentes de aduana multan a viajeros que intentan entrar en el país con alimentos que consideran contaminantes para su medio ambiente. Basta un simple bote de mahonesa no declarado. Si ustedes viajan a Australia y llevan pipas para distraerse en el viaje, terminen la bolsa antes de aterrizar.
Por supuesto son mucho más severos revisando los visados de los ciudadanos. La más mínima sospecha de error o mentira lleva a una entrevista. Y si no es satisfactoria, la decisión es inapelable: avión de vuelta y visado cancelado. Los visados de trabajo son tan estrictos para un cantante que va a actuar en un pub un par de semanas como para un empleado permanente de una empresa de construcción.
Con esos antecedentes la situación de Djokovic no es distinta a la de tantos otros viajeros. En este caso, el problema es que todas las partes han actuado mal. Sabiendo que al ciudadano corriente se le pide doble vacunación, el Open de Australia debía haberse regido por el mismo criterio. Sin embargo, el estado de Victoria y el gobierno federal dejaron abierta la puerta para una excepción médica que Djokovic quiso aprovechar.
Por arrogancia o por otro motivo, Djokovic quiso acogerse a esa excepción. ¿Qué problema médico puede tener un súper atleta? Hemos visto que ninguno. Luego nos hemos enterado de que se olvidó de permanecer en cuarentena después de dar positivo (al día siguiente fue a una entrevista) e igual de olvidadizo fue su agente a la hora de consignar qué países había visitado el tenista antes de llegar a Australia.
Djokovic ha sido terco pese a estar claro que la mayoría de los australianos están incómodos con su presencia en el país. Tampoco el resto de tenistas ven correcta la actitud de un jugador que preside su propia asociación de jugadores. Si Djokovic pierde la apelación puede enojar al gobierno australiano lo suficiente como para que le prohiban la entrada en el país por tres años. Si prospera el recurso los pitidos de los aficionados se van a oír en Belgrado. Sería el campeón de Grand Slam menos aplaudido y más repudiado de la historia.
Las leyes australianas son muy mejorables para un país democrático, pero la actitud de Djokovic está muy lejos de un número uno. Le hubiera bastado con decir lo siguiente: “No me vacuno. Siento mucho no poder ir a Australia este año y nos vemos en 2023”. Mejor eso que querer pasar por encima de las normas.