Hace unos días escribía sobre el comienzo del final de Boris Johnson como Primer Ministro del Reino Unido. Desde entonces, han sido publicadas por diversos medios del país más noticias sobre fiestas en Downing Street, desde su fiesta de cumpleaños a la celebración de vaya usted a saber qué el día antes del funeral del Príncipe Felipe. A los ciudadanos británicos, esta última, en concreto, les ha parecido una falta de respeto hacia la Reina y el asunto ha resultado especialmente doloroso para aquellos que adoran su monarquía. Pongamos de un lado las restricciones de covid y miremos simplemente a las alegaciones de consumo de alcohol en el lugar de trabajo: Queda la sensación de que a los habitantes del Reino Unido nos gobierna un grupo de altos cargos con excesiva pasión por el alcohol, aunque al menos esto sirve para explicar algunas decisiones y comportamientos.
Ha habido algunos intentos irrisorios de defender a de Boris. Cuando todos los periódicos dedicaban su portada al enésimo escándalo, The Sun —el tabloide más populista, sensacionalista, desinformativo y fanático de Boris— dedicaba su portada a la relación sentimental de un famoso. Poco después intentaron mostrar que Keir Starmer, líder del partido laborista, también había estado en una fiesta una noche. Aquello no tuvo más recorrido ante la avalancha de sucesos alrededor del Primer Ministro. La estrategia de Boris era seguir despejando balones y dejar pasar el tiempo. Quince minutos de entrevista en el canal ITV mostraron a un hombre perdido y que no hacía más que responder que habría que esperar al informe oficial de Sue Gray, un miembro del alto funcionariado británico que está investigando las posibles fiestas.
El día 25 de enero las cosas se prometían muy felices para Boris: el vuelo se enderezaba y era posible el aterrizaje en un lugar cómodo y seguro. Putin y sus ímpetus colonialistas propiciaban una cortina de humo: ¿Que podría ser más importante que luchar por las libertades de Ucrania y evitar una guerra? ¿Cómo se puede perder el tiempo debatiendo quién se comió una tarta en mitad de una crisis que afecta a millones de ciudadanos?
La policía de Londres (Met Police) ha decidido investigar la situación a partir las pruebas obtenidas por Sue Gray. Algunos ya hacían las cuentas: el informe de Gray no se publicará porque está en posesión de la Met, y estos tardarán un buen rato en llegar a la conclusión de que Boris es imprudente —para esto no hace falta Scotland Yard— pero no verán indicios de criminalidad. Si en Downing Street hubo pizzas y tartas ya no quedan ni las migas. Boris habría ganado así dos o tres meses de tranquilidad.
Fue entonces cuando las condiciones cambiaron y el vuelo tomó un rumbo inesperado. A Boris le empezaron a recordar que parte de su gobierno ha tratado de impedir la libertad de millones de ciudadanos retirando al Reino Unido de la UE. Aunque esto no hizo tanto daño como el comunicado de la Policía, que no se opone a la publicación del informe de Gray, algo que se espera en los próximos días. Eso sí, quedan dudas sobre el contenido la publicación: ¿será su totalidad o una lista de conclusiones? La oposición pide el texto íntegro y el gobierno retira importancia al contenido.
La Policía ha tardado tanto en actuar que hasta los creadores de Line of Duty, la serie de la BBC sobre investigaciones de corrupción policial (véanla si no lo han hecho aún), instalaron una pantalla a la entrada de Scotland Yard con el protagonista de la serie dirigiéndose a la directora de la Policía, Cressida Dick, pidiendo su intervención. Dick había negado cualquier posibilidad de investigación (por falta de pruebas) hasta que el informe de Gray no ha ofrecido otra alternativa. Obligada a investigar, cabe la posibilidad de que entre las botellas semivacías de vodka, rosados y espumosos los agentes de la Met encuentren documentos esclarecedores sobre la entrega de contratos públicos a empresas demasiado cercanas al partido conservador.
Pudiera ser que la policía ni buscase esos papeles. O que no considerase que Boris Johnson ha quebrado la ley. Sin embargo, es difícil que el público acepte tal conclusión de buena gana. Lo que sí va a quedar claro en el informe de Gray es la cultura festiva en Downing Street, el desarrollo continuado de actos sociales durante periodos en los que la ley le exigía el confinamiento e imponía restricciones que llegaron a afectar al apropia Reina de Inglaterra y al funeral de su marido. También quedará claro en el informe que Boris Johnson no fue sincero en el Parlamento y que, sabiendo lo que ocurría, decidió voluntariamente dar una respuesta falsa. Mentir al Parlamento es demasiado serio. Ya no hay tabloide que le disculpe ni militante extravagante que pueda salvar su cara en las redes sociales.
Este aterrizaje forzoso no tendrá final feliz para Boris.