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Ana Alonso: «No escribo para mujeres o para hombres, escribo para lectores»

Ana Alonso (Tarrasa, 1970) es poeta y novelista. En el terreno poético ha recibido reconocimientos como el premio Hiperión, el premio Ojo Crítico, un accésit del Adonáis o el premio Manuel Acuña en México. Como autora de novela infantil y juvenil ha obtenido el prestigioso premio Barco de Vapor, así como el premio Anaya y dos premios Templis a la mejor saga española. Su obra se ha publicado en diversos idiomas, desde el francés o el alemán hasta el japonés y el coreano. Durante la pandemia, su agente la convención de escribir una novela para adultos. Con únicamente cinco capítulos escritos, Espasa, apostó por ella. Algo verían.

—Tú eres de Terrassa, pero te has criado en Castilla León, la tierra de que han cantado Unamuno y Machado. ¿Eso marca?

—Sí, es que mis padres son de León. Ellos estaban dando clase en un Instituto en Barcelona, y por esa circunstancia nací en Terrassa. Luego, con tres años, mis padres decidieron volverse a León, así que yo me considero de León realmente. Y sí, yo creo que es una tierra que marca carácter en todos los aspectos y más con esta vinculación a la biología. El paisaje de León en los bosques, la montaña, toda esa geografía, es también una geografía sentimental y marca mucho mi escritura.

—¿Pensaste desde el principio en escribir una novela sobre una novela?

—Sí, esa fue la idea, y se me ocurrió cuando me enteré de la existencia de esta colección de novela rosa anarquista, La Novela Ideal, que me pareció muy curiosa. Eran historias muy sencillas con los componentes de las novelas románticas de toda la vida, pero al mismo tiempo con una intención educativa o incluso propagandística, y siempre intentando comunicar esta forma de ver el mundo, la del anarquismo. Y por eso empecé a pensar en escribir una historia sobre una de estas novelas. Además, el título de la novela idea se prestaba a un juego mental literario muy interesante así que no me pude resistir.

—Y siguiendo con tu novela, ¿de dónde nace don Marcos, el cura?

—Bueno, Don Marcos para mí es un personaje muy, muy querido y en parte inspirado en la figura de mi padre. Mi padre fue sacerdote y dejó la Iglesia a finales de los años 60, cuando era Papa Juan XXIII. Le costó mucho trabajo. En primer lugar dar el paso y luego que ese paso fuera reconocido. El obispo de León le invitó a quedarse dentro de la Iglesia llevando una doble vida, estas cosas ocurrían entonces. Yo quería hablar de estos curas que estaban dentro de la Iglesia con voluntad de servicio. Quiero decir, no es que ellos estuvieran allí fingiendo, pero al mismo tiempo no habían tenido la posibilidad de elegir mucho. Hay que recordar que mucha gente llegaba al sacerdocio porque entraban en el seminario para estudiar. Eran chicos de familias pobres de pueblos que no tenían otra opción si querían estudiar que ir al seminario. Mi padre entró con nueve años. Nadie le dio a elegir y luego ya no regresabas, ni siquiera en los veranos. Mi padre pasó mucha hambre en el seminario porque coincidió con la posguerra. Él siempre decía que estaba muy agradecido por toda la educación que había recibido allí, pero llegó un momento en que ya tenía que elegir entre ser fiel a sí mismo o seguir en ese lugar. En el personaje de don Marcos hay mucho de esos curas que llegaron a la Iglesia de esa manera, a lo mejor no con una vocación extraordinaria o con esa vocación católica, pero sí con la vocación de estar en el mundo y ayudar.

—¿Más vocación social que religiosa tal vez?

—Sí, completamente, porque en el caso de mi padre esto era muy claro. De hecho, hubo muchos sacerdotes que hicieron una gran labor en esos años 60 y en los en los años 70. En la novela, quería dar una imagen un poco diferente de la que se suele dar del clero de la posguerra, en el que seguramente, como en todos los colectivos, hubo de todo.

—¿Por qué le gustaba tanto Adela el mundo de la moda?

—Bueno, Adela es costurera. Ella proviene de una familia de obreros textiles. Aunque no aparezca directamente trabajé mucho la biografía de Adela y de sus hermanos, todo. Siempre hago este trabajo previo, aunque luego este material no siempre aparece en la novela y por eso ella tiene todo este trasfondo de las de las fábricas textiles catalanas. Y luego entra en el taller de Asunción Bastida, que fue una de las creadoras de la alta costura en el siglo XX. También refleja un interés mío también por ese mundo de la moda, porque me parece que es un fiel reflejo de una sociedad, no solamente de lo que está pasando, sino de lo que va a pasar. Es como si la moda se adelantarse a veces a esos pulsos que se pueden ir notando en la sociedad. Esta novela se sitúa a finales de los años 40, cuando la moda dijo basta a esa sencillez y a esa austeridad de los años de la Segunda Guerra Mundial, y aparecieron estas siluetas de la mujer flor de Dior y el look que era ya un anticipo de lo que iban a ser los 50. Esa búsqueda de la prosperidad, del placer, de la sensorialidad, se reflejó luego en muchos otros aspectos de la sociedad.

—Puede ser que cada paso que avanzaba la moda femenina también era un paso que avanzaba la mujer, si la falda se llevaba un poco más corta o el vestido más ceñido…

—Sí, porque la moda a lo largo del siglo XX estuvo muy influida por mujeres, desde Schiaparelli a Coco Chanel. En todos los momentos hubo mujeres muy influyentes y sí que había una voluntad de cambiar a partir de esa apariencia externa el papel de la mujer en la sociedad de su momento. Cuando Coco Chanel decide vestir a la mujer con un traje es como la voluntad de insertar a la mujer en el mundo laboral, en la vida pública. A finales de los 50 se deja eso un poco de lado para decir, bueno, podemos estar en la vida pública sin renunciar a la feminidad. Eso también es una declaración de intenciones. Creo que la moda ha ido glosando los distintos cambios que ha sufrido el papel de la mujer a lo largo del siglo XX y lo seguirá haciendo en el siglo XXI. Con todo lo que tiene luego de frivolidad, claro.

—Has hablado de Bastida, que es una personalidad, pero también aparece Gloria Fuertes.

—Sí, Gloria Fuertes aparece también porque yo tengo una trayectoria amplia como escritora de libros infantiles y juveniles y al hablar de estos años en Madrid me surgió de una manera natural el rendirle este homenaje, que en realidad es más que un homenaje, porque es más como un cameo, porque realmente es un personaje de la historia. Gloria fuertes aparece y además aparece como un personaje que genera un punto de inflexión en la historia. Yo quería retratar a esa Gloria Fuertes, muy joven, que ya estaba activa en el terreno de la literatura infantil, escribiendo viñetas para la prensa, pero que también estaba activa como poeta con muchísimas dificultades, porque el año 51 puso en marcha su tertulia Versos con faldas, que fue sistemáticamente boicoteada por poetas hombres que iban a la Casa de Galicia en Madrid, que era donde se celebraba. Tal era su rechazo que estos hombres mandaron poner un futbolín, para que con el ruido y los gritos a las mujeres no se las oyera. Y estas cosas nos dan una idea del camino que hemos recorrido para que otras y yo podamos hacer esto.

—Hay una ambigüedad en los personajes, de quién es bueno y quién es malo. Los buenos no eran tan buenos y los malos no eran tan malos.

—Sí, esa ambigüedad es totalmente deliberada, porque al final todos somos complejos, todos tenemos nuestras luces y nuestras sombras y una lección que he aprendido escribiendo literatura juvenil es que cuando tú sobrecargas de bondad a un personaje lo matas porque no es verosímil. Para que sean verosímiles, los personajes tienen que tener luces y sombras, y yo creo que esas luces y sombras las llevamos todos independientemente del color político, en este caso de cómo estuvieran posicionados en relación con el régimen.

—Ahora que estamos hablando de esto, esta novela puede ser una crítica a todo aquel momento, a toda la posguerra, pero yo en realidad la veo como un canto a la mujer.

—Hay mucho de eso porque en la novela yo creo que uno de los ejes fundamentales es el de la solidaridad entre mujeres. Cuando yo empecé a pensar sobre escribir esta novela hablé con mucha gente y entrevisté a muchas personas mayores que fueron niños en la posguerra e intentaba buscar el aglutinante, algo que me diese el impulso suficiente como para escribir todas esas páginas, algo en lo que yo creyera de verdad. Hablando con un amigo que es pintor, me comentó la solidaridad que había sacado adelante a esa sociedad tan dolorida y tan herida después de un conflicto tan duro. Esa solidaridad de los barrios, de las vecinas y de las amas de casa fue uno de los grandes motores sociales en esa época y más adelante. A mí me molesta mucho cuando se pintan las relaciones entre mujeres como relaciones siempre de competencia, y se dice que las mujeres son muy malas unas con otras. Yo creo que no es así y que esto es un estereotipo contra el que tenemos que luchar porque no ha sido así nunca. En momentos especialmente difíciles de la historia, ha sido más importante que nunca esta solidaridad entre mujeres y esta es una de las claves de esta historia.

—Yo estoy contigo. Creo que las mujeres sois mucho más solidarias que en los hombres y, sobre todo, en circunstancias difíciles.

—Y una solidaridad intergeneracional además, entre mujeres mayores y mujeres más jóvenes, y también en un plano más transversal, entre distintas clases sociales, incluso distintos ámbitos sociales. Yo creo que eso está ahí y se ve. En el caso de los hombres es diferente, porque por supuesto que la amistad masculina ha sido cantada en la historia de la literatura y muy bien contada.

—De tu extensa literatura, porque tienes un montón de libros publicados, hay uno que es Concierto para violín y cuerpo roto, ¿Qué me puedes contar de ese libro?

—Bueno, ese libro lo escribí después de una grave enfermedad, un cáncer de mama que sufrí en el año 2017. Me lo diagnosticaron el día de Reyes. Curiosamente y como a todo el mundo que ha pasado por esa experiencia, a mí me supuso un punto de inflexión, me cambió la vida, me hizo replantearme muchas cosas. Fue una experiencia difícil y transformadora. Y de ahí surgieron muchos libros. Surgió este libro de Concierto para violín y cuerpo roto, que cuenta de una manera muy directa la experiencia del cáncer y surgió otro libro también de poemas, Todo lo abierto, que recibió un premio en México, donde también se publicó, y se va a publicar ahora en España también próximamente. Y me hizo escribir un libro para niños también, porque yo creo que es lo que tiene la escritura, que es también muy terapéutica. Para mí fue la manera de superar ese momento.

—Tú tienes  22 libros publicados en literatura infantil y juvenil, escribías poemas… Y de pronto te lanzas con una novela que, por cierto, te pública Espasa, Grupo Planeta.

—Todo ha sido más improbable de lo que puede sonar a simple vista porque llevo bastante tiempo dedicada a la literatura infantil y juvenil y tengo muchos libros publicados. Es un mundo que me gusta mucho, porque no te expones tanto en lo personal como en contacto con los lectores adultos y es muy gratificante. Los niños son unos lectores muy sinceros y muy entusiastas a la vez. Yo ya estaba muy metida en ese mundo y tengo mi agencia literaria, que es la de Sandra Bruno. Ella me siempre me preguntaba si no tenía algo para público adulto. Yo le había hablado de este proyecto y ella me dijo que en algún momento lo tenía que realizar porque es algo que me iba a gustar. Le decía que no, que no tenía tiempo, pero cuando llegó el confinamiento me encontré de repente con todo el tiempo del mundo en las manos, como nos pasó a todos. Yo tenía mi agenda llena de encuentros literarios con niños para todo 2020 y parte del 2021 y todo eso desapareció. Fue entonces cuando Sandra Bruno me llamó y me dijo: “¿Por qué no escribes unos capítulos?”. Yo estuve muy deprimida al principio del confinamiento porque mi parte de bióloga me hacía ver que esto iba para largo y que no iba a ser un camino fácil. Entonces Sandra me dijo que escribiese cinco capítulos, con eso alguna editorial podría apostar. Y no solamente ha apostado una editorial, sino que hubo un interés de varias, fue una pasada. Al final nos decidimos por muchas razones por Espasa, que adquirió los derechos y apostó con únicamente cinco capítulos escritos.

—Algo verían…

—Tengo que decir que su entusiasmo ha sido uno de los motores para mí. Es un impulso que alguien vea eso en ti y apueste tan decididamente.

—Además de bióloga y de escribir poemas, literatura infantil, y una novela, también has hecho traducción de clásicos.

—Sí, yo he traducido mucho del inglés y del francés. Justo ahora estaba con una traducción de Tom Sawyer, porque ahora me han dado mucha traducción. Es verdad que la traducción en España no es algo que esté muy reconocido, pero es que a mí me encanta. Aunque ahora ya son traducciones un poco más especiales. A lo mejor con algún ingrediente que hace que para mí resulte atractiva la colección o la forma en que se va a publicar. Y se aprende muchísimo. Para un escritor, no hay escuela mejor que traducir a un clásico, porque es como leerlo de una manera muy profunda, muy rigurosa.

—Has tenido muchísima aceptación ahora con esta novela, pero es que tú tienes un premio Barco de vapor, que a nivel infantil y juvenil es lo máximo.

—Lo bueno de los lectores infantiles es que nunca te los ganas para siempre, porque crecen y te los tienes que ganar a cada generación, cada año vuelves a empezar. Tú puedes tener un premio Barco de vapor, pero a los niños eso no les importa nada, lo que les importa es que les guste el libro y en ese sentido es siempre un reto. Cuando escribes literatura infantil y juvenil, aprendes mucho. Y también aprendes mucho de esa naturalidad de los niños, de esa ausencia de prejuicios y aprendes a escuchar, a a escuchar a los lectores, a tenerles mucho respeto. Yo, si de algo presumo, es del respeto a los lectores. Pienso mucho en el lector cuando escribo porque soy lectora también, y entonces intento tomarme muy en serio la escritura como acto de comunicación, no solamente como acto de expresión.

—Como experta en literatura infantil, ¿tan malos eran los cuentos de antes? Ahora hay una polémica con los cuentos antiguos, que se quieren revisar.

—Bueno, si te refieres a los cuentos de toda la vida, los cuentos tradicionales, yo creo que a lo mejor estamos sobreprotegiendo un poco a los niños. Cuando decimos que estos cuentos eran terribles es verdad, estos cuentos son terribles porque reflejan la vida, porque hablan de la muerte, porque hablan del amor, porque hablan de las cosas más graves que nos pasan a los seres humanos y lo hacen sin condescendencia, sin filtro ninguno. También es verdad que no surgieron como cuentos para niños. Esto de adjudicárselo a los niños es algo que sucede en el siglo XIX, a partir de las compilaciones que se hacen. Pero yo no creo que los cuentos hayan hecho daño a los niños, al contrario. Para eso estamos los padres, para poner en contexto esos valores y para actualizarlos, no hay que tenerle miedo a la literatura. Recuerdo a mi abuela y la forma exacta que tenía de contar el cuento de Cenicienta y cómo al cambiar una palabra, mi hermana y yo nos poníamos enfadadísimas. Se puede experimentar con los cuentos pero sin renunciar a los originales, creo yo. Luego cada padre y cada madre conocen mejor que nadie a sus hijos, y si piensan que un detalle en concreto puede resultar traumático para ellos, pues ahí está el mediador, porque los niños necesitan unos mediadores de lectura.

—Muchos de tus libros los has escrito al alimón con Javier, tu pareja, ¿Hay que quererse mucho para escribir juntos?

—Yo creo que sí, bueno, a lo mejor hay gente por ahí que lo consigue de otra manera, pero sí que sí, hace falta una complicidad muy grande, una visión común del mundo, porque al final cada libro tiene un eje que te quiere llevar alguna parte, hacerte alguna pregunta. Las preocupaciones tienen que estar en consonancia con las dos personas que escriben, porque si no sería imposible. Al mismo tiempo hace falta muchísimo respeto, cosa que no es sencilla cuando hay mucha confianza. Ese fue el reto para nosotros, el aprender. El respeto nunca ha faltado, pero sí que cuando estamos trabajando juntos somos especialmente cuidadosos y nos aplicamos unas normas que tienen los estudios Pixar de animación para los trabajos en equipo: cada vez que alguien propone algo en una tormenta de ideas, los demás no ponen mala cara. Los demás intentan decir algo que sea positivo aunque no les guste mucho la idea. Porque tú ya ves una mala cara y bueno…

—Javier y tú sois profesores… ¿Qué os parece la eliminación de la filosofía de los planes de estudios?

—Bueno, lo vemos mal y lo vemos innecesario. Yo soy profesora de biología, aunque llevo muchos años en excedencia y Javier es de lengua y yo creo que la filosofía es fundamental. De hecho, en gran parte de Europa se están incluyendo en los currículos de los niños más pequeños, incluso en la educación infantil. Creo que vamos a contracorriente de lo que son las tendencias educativas más innovadoras. Eliminar la filosofía supone que vamos a renunciar a educar en el espíritu crítico y que vamos a renunciar a enseñar a pensar. Y estas generaciones nos están pidiendo todo lo contrario. Creo que la filosofía volverá, volverá con fuerza porque además es una tendencia general muy asentada en el mundo educativo. Ahora estamos viviendo quizás estos momentos de desconciertos legislativos en los que a veces se mueven las cosas un poco a golpe de ocurrencias. Pero confío en que por encima de eso se imponga la sensatez yse escuche a los profesionales, a los docentes.

—¿Cómo has vivido la polémica generada en torno a la verdadera identidad de Carmen Mola?

—Tengo que confesar que no he leído ningún libro de Carmen Mola, así que en lo literario no puedo opinar. Todo el mundo es libre de escribir bajo pseudónimo, de hecho creo que todos tenemos la tentación de hacerlo en algún momento. En este caso, es el tiempo el que nos dirá si esto ha sido una operación pensada con unos fines que no son literarios o si hay un equipo de tres personas que realmente tienen una vocación literaria. Eso lo vamos a saber a partir de ahora, porque hasta ahora yo creo que podemos tener la duda de si ha sido un juego o ha sido una provocación. La literatura lo dirá. Lo que escriban a partir de ahora nos lo contará.

—¿Tú crees que hay literatura de hombre y literatura de mujer?

—Yo nunca he leído así la literatura. Sí que pienso que hay cierta ciertas tendencias, sobre todo en la literatura infantil, que no existían cuando yo era pequeña y que sí veo ahora. No de publicar libros para niñas o libros para niños. Yo nunca he querido entrar en esos juegos en la literatura infantil y sí que me lo han pedido. Siempre nos dicen a Javier y a mí que nuestros libros gustan igual a los chicos y a las chicas, y para mí eso es algo muy bonito porque pienso que no estamos condicionando ni a los lectores ni a las lectoras. Y cuando escribo ahora para adultos, pues lo mismo. Hay gente que me ha dicho que esta es una novela escrita para mujeres y yo no creo que sea una novela escrita para mujeres. Es una novela escrita para lectores.

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