Era el último partido de un año prácticamente para olvidar en clave azulgrana. Y se jugaban los de Xavi algo más que tres puntos: en todo el 2021 no se había hecho un partido futbolísticamente decente ante rivales con cara y ojos. Así que el Pizjuán se presentaba como una buena reválida para medir a la chavalería frente a armarios roperos de tres puertas: Koundé, Fernando y Diego Carlos.
No se achantaron los jóvenes ante un rival con ataque de pulgas: no paraba de rascar. Los niños plantaban cara y por momentos dominaban futbolísticamente con llegadas de Jutglá, DeCepJong o Gavi. Ilusionante, sí, pero el problema crónico del equipo sigue pasando por las áreas. Justo donde se decide todo. A falta de un jugador al que se le caigan los goles (Ansu) el equipo necesita generar demasiado para marcar. A cambio, suele encajar en el primer disparo rival. Por méritos ajenos o deméritos propios. Como esta vez, con Abde y Jutgla pecando de bisoñez en la jugada de estrategia con la que el Papu Gómez adelantaba a los locales.
Y antes de que el culé pesimista buscase consuelo en ver al Sevilla a solo tres puntos del Madrid, los suyos le recordaron que el club está en plena reconstrucción. Que el timón lo lleva un chaval que no tiene carnet. Que, en definitiva, hay motivos para creer. Hoy era el turno de Araujo, el único que, físicamente, podía mirar de tú a tú a las torres sevillistas. E incluso por encima de ellas, como en el gol del empate. Es cierto que el charrúa pierde como lateral pero, para los desmemoriados: míticos defensas como Puyol y Sergio Ramos se pulieron durante muchos años en la banda. Y también iban sobrados de cabeza.
Al descanso, el presidente del Sevilla excusaba el partido de su equipo en que el Barça no tenía tantas bajas. Probablemente se refería al número de aficionadas que no miden más de un metro cincuenta. Si acaso hablaba de la ausencia de jugadores importantes, seguramente el Barça no habría tenido problema en devolverles a De Tronk para la segunda parte.
Se esperaba el habitual bajón azulgrana. Pero esta vez no llegó. En gran medida por la autoexpulsión de Koundé. Rodeado de tanto niño, le salió el alevín que tiene dentro y lanzó el balón a la cara de Alba. Lo cierto es que una acción así solo debería ser roja si se realiza con un Mikasa en pleno invierno soriano (o burgalés). El feo gesto del francés, paradójicamente, le vino bien al Sevilla. Por un lado, evitaba la más que previsible expulsión del Papu Gómez que, para entonces, acumulaba méritos sin que Del Cerro Grande atendiese a su petición. Y por otro, justificaba la aplicación del libreto mourinhista que se vería hasta el final del partido: poco juego y mucha bronca. Las pocas pero mejores ocasiones siguieron llegando del lado blaugrana, la más clara con un disparo al palo de DembeLOL. Pero ganar con un gol de Ousmané hubiera significado un auténtico punto de inflexión del equipo. Pero como el francés, el equipo aún solo genera expectación. Y ese punto aún está por llegar.