«Ha pasado algo extraordinario. Esta mañana, un alemán gritó que querían una tregua de un día. Así que, con mucha cautela, uno de nuestros hombres se levantó por encima del parapeto y vio cómo un alemán hacía lo mismo. Uno de mis informantes me dijo que había podido fumarse un cigarrillo con el mejor tirador del ejército alemán, quien no tenía más de 18 años, pero ya había matado a más hombres que doce soldados juntos”. Así es como empezaba la carta que el general británico Walter Congreve envió a su mujer explicando cómo se fraguó la Tregua de Navidad de 1914 con la Primera Guerra Mundial (1914-1918) en plena ebullición. Pese a todo, Congreve no quiso unirse a la fiesta por si se trataba de una trampa. Lamentablemente, se perdió uno de los pocos episodios humanos que dejó la primera gran guerra: la confraternización, con ayuda del fútbol, entre ingleses y alemanes.
El conflicto había comenzado el 18 de julio de ese mismo año con el asesinato en Sarajevo del archiduque Francisco Fernando, heredero de la corona astrohúngara. Fue a partir de entonces cuando el Imperio centroeuropeo le declaró la guerra a Serbia y las principales potencias se posicionaron por uno u otro bando. Por un lado quedaron los imperios astrohúngaro, alemán, otomano o el Reino de Bulgaria. Por otra parte, los Aliados: Francia, Reino Unido, el Imperio ruso, además del Reino serbio (posteriormente, se unieron Bélgica, Japón, Italia o Estados Unidos).
Bélgica, ese mismo julio, ya había sido invadida por Alemania con el objetivo de asaltar París, pero los franceses y los británicos hicieron dique y el frente se estancó, a cambio de una ingente cantidad de muertos. Ambos ejércitos quedaron inmovilizados en los primeros días del invierno de 1914. Tan solo 36 metros, el largo de una pista de frontón, separaban las trincheras de uno y de otro bando.
Había buenas razones para bajar la guardia y que los enemigos se acercaran. El espíritu de la Navidad, la morriña por estar lejos del hogar. La Nochebuena obró el milagro: un breve alto el fuego a espaldas de los altos mandos.
El cese de hostilidades permitió que los cuerpos de los abatidos fuesen recuperados en tierra de nadie. Incluso se oficiaron ceremonias religiosas para enterrar a los muertos que fueron presenciadas por militares de ambos bandos. No está de más recordar que en la Primera Guerra Mundial murieron diez millones de personas, además de veinte millones de heridos y ocho millones de desaparecidos. El último veterano de guerra superviviente de aquella tregua, Alfred Anderson, falleció el 21 de noviembre de 2005 a los 109 años.
En muchas zonas del frente la paz se restringió a la Nochebuena pero en otras se prolongó hasta Año Nuevo, incluso febrero. Hay cientos de historias. La principal tuvo Flandes como escenario, concretamente Ypres. Y fueron los alemanes quienes tomaron la iniciativa. Empezaron decorando sus trincheras, cantando villancicos como Stille Nacht (Noche de paz). Así lo contó el sargento británico Bernard J. Brooks en una de sus cartas: “A última hora de la tarde, los alemanes se volvieron divertidísimos, cantando y gritándonos. Dijeron en inglés que, si no disparábamos, ellos tampoco lo harían. Encendieron fuegos fuera de su trinchera, se sentaron alrededor y empezaron un concierto”.
Poco a poco el acercamiento fue a más. Diarios personales, al igual que la carta del general Congreve, constatan que un inglés salió de su trinchera con los brazos en alto. Fue Willy Loasby. Llevaba con él un sombrero lleno de cigarrillos y estaba desarmado. No hubo disparos durante 48 horas. En ese tiempo soldados de ambos bandos intercambiaron saludos y se hicieron regalos: botellas de whisky, tabaco, tabletas de chocolate…
“Los ingleses sacaron un balón de fútbol de sus trincheras y de inmediato nos pusimos a jugar un partido. Qué maravilloso fue aquello, a la vez que realmente extraño”, redactó el teniente alemán Kurt Zehmisch en una carta.
No se sabe quién puso la pelota en juego. Pudo ser un soldado inglés perteneciente al Football Battalion, un batallón del ejército británico integrado por futbolistas y al que se unieron árbitros y aficionados. Se estima que alrededor de 600 hombres cambiaron las botas, los silbatos o las bufandas por las armas; menos de cien sobrevivieron. En total fueron 122 los futbolistas que peleaban de lunes a viernes y jugaban al fútbol los sábados con el correspondiente permiso. Frank Buckley, miembro del Bradford City y de la Selección inglesa, fue el primero en alistarse; Walter Tull, delantero de Tottenham, saltó a la fama por ser el primer hombre de raza negra en convertirse en oficial de infantería en el Ejército de Su Majestad, no sin polémica. Arthur Conan Doyle, creador de Sherlock Holmes, se posicionó a favor: “Si un futbolista tiene fuerza en sus extremidades, que las use en el campo de batalla”.
Otro teniente alemán, Johaness Niemman, contó que los ingleses fueron los primeros en construir su portería; lo hicieron con unos cascos. Inmediatamente después ellos hicieron lo mismo. No tuvo que ser sencillo jugar en un lugar lleno de obstáculos: el terreno congelado y desnivelado, con barro y restos de sangre; pero nada los detuvo. Respetaron las reglas del juego y no hizo falta la presencia de un árbitro, parece mentira. “Mi nombre es Tom Palmer y soy soldado escocés del Imperio británico. Solo tengo una orden: matar alemanes. Y hoy, día de Navidad de 1914, he jugado al fútbol con ellos”, aparece escrito en otra carta.
Hay dudas sobre la duración del partido y el resultado final. “Podía haber cincuenta jugadores a cada lado. Yo jugué porque me gustaba el fútbol. No sé cuánto duró. Probablemente, media hora. Nadie contaba los goles”, testificó Bertie Felstead, miembro de la brigada galesa, muerto en 2001 a los 106 años. Otros afirman que se prolongó el doble de tiempo, una hora. Un rumor extendido dice que los alemanes ganaron 3-2 a los ingleses. En otros casos se dice que el marcador fue de 2-1, también a favor de los germanos. El imaginario popular sabe de sobra que siempre ganan ellos. Puede que la leyenda de la bestia negra empezara hace más de un siglo. En cualquier caso, fue lo único que ganaron en esa guerra.
En otros lugares también se disputaron partidos. Se habla de encuentros entre el regimiento Sutherland Highlanders y los soldados teutones. El partido entre La Royal Field Artillery y los prusianos se jugó Le Touquet, en la costa norte francesa, con una lata de conservas de picadillo de carne haciendo de pelota. Así hasta un total de 29 batallas futbolísticas. El historiador Mike Dash cree que la mayoría de esos partidos se disputaron entre compatriotas y tan solo tres o cuatro enfrentaron a soldados de distintos países. Fuere como fuere, hubo fútbol. Patadas al balón o simples toques, todo eso antes de empezar a dispararse de nuevo.
La cultura popular se encargó de recrear los acontecimientos. Uno de los cuentos más conocidos al respecto lo escribió Robert Graves: Tregua de Navidad (1962). Su versión da como válido el resultado de 3-2 a favor de los alemanes. Ken Follet también trata aquel parón de paz en La caída de los gigantes (2010).
El videoclip de Pipes of Peace (1983), con la voz inconfundible de Paul McCartney, es una recreación que resume en menos de cuatro minutos lo que pudo suceder entonces. En 1990, el grupo The Farm publicó All Together Now, una canción cuya letra también habla del suceso.
La Tregua de Navidad fue inspiración de la película francesa Joyeux Noel (Feliz Navidad, 2005), nominada al premio Óscar a mejor película de habla no inglesa. Lo ocurrido también aparece en ¡Oh, qué guerra tan bonita! (1969), aunque no es el tema principal. La última en homenajear los hechos fue la serie The Who.
Por su centenario, la cadena de supermercados inglesa Sainsbury rodó en 2014 un anuncio muy en la línea del vídeo de McCartney. Lo hizo en asociación con la Royal British Legion, una organización que ayuda a soldados retirados. Ese mismo año, la UEFA, entonces presidida por Michel Platini, celebró una ceremonia conmemorativa en la iglesia de Saint-Martin de Ypres, pues fue junto a ella donde tuvo lugar el histórico partido. Allí se inauguró un monumento en recuerdo de “los soldados que hace un siglo expresaron su humanidad jugando juntos al fútbol”. Estuvieron presentes Bale, Rooney, Lahm, Lloris y Schweinsteiger. Una escultura en la iglesia de St. Luke en Liverpool también rinde homenaje a lo ocurrido.
El 1 de junio de 1937 sucedió algo parecido en España durante la Guerra Civil (1936-1939): la Tregua del Manzanares. Ocurrió aproximadamente a las dos de la tarde, entre la Colonia del Manzanares, custodiada por el bando republicano, y la tapia de la Casa de Campo de Madrid, bajo vigilancia franquista. Cuatrocientos combatientes de uno y otro bando se encontraron en tierra de nadie. Por entonces la confraternización con el enemigo estaba perseguida y podía acarrear pena de muerte. Pese a todo, se hablaron, se abrazaron, bebieron y fumaron juntos.
Se dice que el acto incluyó un partido de fútbol, pero no hay confirmación. Valeriano Ruiz Melero dio fe de otro que sí se jugó. Contó que en Albolote, cerca de Granada, un soldado ofreció un día jugar en vez de pelear: “Los comisarios políticos republicanos y mis sargentos se reunieron sin armas, en zona neutral. Y lo acordaron. El primer tiempo lo pitó un alférez nuestro y el segundo lo arbitró un comisario político. Terminó cero a cero o uno a uno, lo mejor que podía ocurrir. Cuando nos despedíamos alguien dijo: “Vamos, señores, esto se ha acabado, ahora al que asome la cabeza se la volamos”.
El armisticio no oficial de las Navidades de 1914, el que no se creyó el general Congreve, no se repitió. Para que no volviera a suceder se ordenaron bombardeos durante las fiestas. Los ejércitos también hicieron rotaciones en sus filas para que sus tropas no familiarizasen con el enemigo, si bien se dice que los soldados pactaban disparar sobre sitios concretos para evitar mayores bajas. Hubo otros acercamientos, pero de menor trascendencia. En ningún otro momento de aquella terrible guerra la paz se volvió a erigir en vencedora.