Hay una imagen icónica que sirve para definir más de cuarenta años de historia: un joven pívot, con el número 15 a la espalda, rompe el tablero tras recibir el balón, girarse y superar con su salto el tapón de Alfonso del Corral. Esa acción de Arvydas Sabonis, apenas 20 años recién cumplidos, en un encuentro entre la selección de la URSS y el Real Madrid provocó que ese partido tuviera que suspenderse definitivamente cuando faltaban 2:08 minutos para el final y los soviéticos vencían por catorce puntos (92-78). Fue en diciembre de 1984 con motivo de la disputa de un acontecimiento que a algunos les suena como a algo mitificado de un pasado más o menos reciente, pero que para muchos otros supuso durante décadas uno de los vértices de la Santísima Trinidad del consumo televisivo navideño en familia: el Torneo de los 4 Trampolines de salto de esquí, el Concierto de Año Nuevo de Viena y, como la mayoría habrá adivinado, el Torneo de Navidad de baloncesto de la FIBA.
Sí, de la FIBA, no del Real Madrid, que hasta la década de los ochenta únicamente cedía la cancha: ideado por Raimundo Saporta, aquel visionario directivo de la entidad blanca, de la Federación Española de Baloncesto y también de la Federación Internacional de Baloncesto que entre otras muchas cosas creó la Copa de Europa de baloncesto, el Torneo de Navidad fue organizado desde su inicio y hasta 1980 por el Comité de Actividades Internacionales del máximo organismo mundial (dicho comité estaba presidido por el propio Saporta) y contó con el apoyo de William Jones, secretario general de la FIBA, lo que le convirtió en un torneo de carácter casi oficial, el denominado “mejor torneo amistoso del mundo”.
Pese a que esa última afirmación recurrente es discutible (el nivel de calidad de los equipos a lo largo de su historia fue tremendamente irregular), lo que sí que es cierto es que el Torneo de Navidad fue durante muchísimo tiempo sinónimo de éxito debido a una serie de factores, principalmente cuatro: el impulso económico (Philips lo patrocinó desde su inicio hasta 1980, mientras que El Corte Inglés le sucedió desde 1981 a 1989), el apoyo de Televisión Española (familias enteras se sentaban frente al televisor a ver los partidos), las fechas vacacionales (se disputaba durante tres días: unos años, en Nochebuena, en Navidad y en San Esteban; otros años, el día 23, en Nochebuena y en Navidad) y su carácter internacional en una España hermética debido a la dictadura franquista. La presencia de equipos como el Victoria de Melbourne, el Merlaco de Manila, el River Plate o el Unión Española de Chile, selecciones nacionales como las de Uruguay, Cuba, Puerto Rico o Australia, combinados de los mejores jugadores de continentes como África o universidades estadounidenses como Arizona State, Virginia, North Carolina o la Tennessee de Bernard King (máximo anotador en un solo partido y en una única edición del Torneo de Navidad) significaron en esa España ahora apolillada entre el blanco y el negro novedad y extrañeza ante lo exótico, una situación a la que los seres humanos suelen responder con curiosidad e interés.
No en vano, su carácter internacional se destacó desde su génesis: el primer torneo, que se celebró en enero de 1966 debido al retraso de las obras del por entonces nuevo Pabellón de la Ciudad Deportiva del Real Madrid (se habían olvidado de hacer los servicios para mujeres), se denominó Copa Intercontinental FIBA y contó con la presencia, además del Real Madrid, del Ignis Varese, el Corinthians y el Jamaco Saints de Chicago (un equipo de la extinta NABL) en un torneo de cuatro días de duración con dos semifinales, partido por el tercer y cuarto puesto y final. Por su parte, la segunda edición estrenó el formato más tradicional del torneo (liguilla entre todos los equipos; en 1997 regresaría al formato de semifinales y final, mientras que a partir del año 2000 se disputó a partido único) en una competición que se denominó Copa Latina y que contó con la presencia, además del Real Madrid, del Villeurbanne, el Simmenthal de Milán y el Benfica. Ya en 1967, el campeonato por fin adoptó su nombre más habitual, Torneo Internacional de Navidad FIBA, si bien también conviene destacar los otros dos nombres que le acompañaron en buena parte de su historia: desde su inicio, Trofeo Raimundo Saporta y, desde 1989, Memorial Fernando Martín.
En esa primera época de las décadas de los sesenta y de los setenta, las buenas ediciones de los años inaugurales dieron paso a unas ediciones más limitadas hasta que en la edición de 1971 se celebró el que, según analistas y espectadores, fue durante muchos años el mejor partido de baloncesto que se ha visto en España. Enfrentó al Real Madrid y a la Universidad de North Carolina entrenada por el mítico Dean Smith y que contaba en sus filas con George Karl (por aquel entonces, base; un tiempo después, entrenador del propio Real Madrid; más tarde, el técnico mejor pagado de la NBA) y Bob McAdoo (en su época profesional, ganó dos anillos con los Lakers del showtime). Era la primera vez que una universidad estadounidense jugaba en territorio español y los Tar Heels acabaron adjudicándose ese vibrante encuentro por 77-83.
Fue el anticipo perfecto, tras unos años de nuevo de menor nivel, a la otra gran época competitiva que vivió el Torneo de Navidad en la década de los ochenta, ya desde 1981 bajo la organización del club blanco con el apoyo de la FIBA (Saporta abandonó la directiva del Real Madrid a la muerte de Santiago Bernabéu). El motivo fue la reiterada presencia de las selecciones de la URSS y de Yugoslavia en la Navidad madrileña. Tanto yugoslavos como soviéticos participaron en cuatro ediciones y se convirtieron, junto al anfitrión, en los únicos combinados que vencieron en el Torneo de Navidad en más de una ocasión (Real Madrid, 26 títulos; URSS, tres; Yugoslavia, dos). En cualquier caso, la edición más emotiva de la década de los ochenta fue la de 1989: Fernando Martín, ídolo del madridismo, falleció repentinamente el domingo 3 de diciembre en un accidente de tráfico al perder el control de su vehículo, saltarse la mediana, invadir el carril contrario e impactar con otro coche en la circunvalación de la M-30 dirección norte tras incorporarse desde la N-II, y ese Torneo de Navidad se llenó de lágrimas y homenajes. Los rivales del Madrid también estuvieron a la altura, ya que Jugoplastika, Aris y Maccabi revivieron la final four disputada apenas unos meses antes en Múnich (cambien al FC Barcelona por el equipo blanco; los otros tres conjuntos son los mismos) y que coronó al mismo campeón tanto en Baviera como en Madrid: aquel inolvidable equipo de Split entrenado por Bozidar Maljkovic que ganó tres veces consecutivas la Copa de Europa y que contaba con jugadores como Velimir Perasovic, Toni Kukoc, Zan Tabak, Dusko Ivanovic o Dino Radja.
Precisamente, fue la asistencia de los mejores equipos continentales de aquellos años (Limoges, Benetton Treviso, Cibona, Olympiacos, Efes Pilsen, Scavolini Pesaro, CSKA, Partizan, Union Olimpija, Panathinaikos) la que mantuvo el nivel durante los años noventa de un Torneo de Navidad que empezó a respirar asistidamente con la entrada del siglo XXI, las reclamaciones sindicales de los jugadores de descanso vacacional y la dificultad de un calendario cada vez más cargado de partidos. En el año 2000, el Torneo de Navidad pasó a ser a partido único y con rivales de menor entidad hasta que en el 2004 certificó su defunción con un nuevo homenaje a las figuras de Raimundo Saporta y Fernando Martín en un encuentro entre el Real Madrid y el Telemar Sao Paulo (85-69) disputado en el Palacio Vistalegre ante alrededor de 6.900 espectadores. Tras un paréntesis en 2005, hubo todavía un epílogo más en 2006, ya en verano y sin el nombre de Torneo de Navidad: el XLI Trofeo Raimundo Saporta – XVI Memorial Fernando Martín que enfrentó en julio al Real Madrid contra el Lietuvos Rytas (88-78) para poner fin después de 41 ediciones, cuatro décadas y justo en el año en el que la sección de baloncesto del Real Madrid cumplía 75 años de historia (las efemérides son veleidosas), a aquel torneo que en un tiempo no tan lejano fue denominado el “mejor torneo amistoso del mundo”. Un torneo que contó entre sus participantes con una lista casi infinita de leyendas del baloncesto: Sergei Belov, Drazen Petrovic, Bobby Jones, Bob McAdoo, Corbalán, Brabender, Emiliano Rodríguez, Fernando Martín, Clifford Luyk, Tachenko, Kukoc, Bertovitz, Delibasic, Gallis, Vlade Divac, Oscar Schmidt… y, por supuesto, Sabonis, el jugador que regaló la fotografía de un póster para la eternidad a costa de un tablero de cristal roto.