En el colegio de los Escolapios al que yo asistí se recomendaba confesarse ante un cura con problemas de oído, tal y como delataba el rudimentario audífono que tenía enganchado en una de sus orejas. Su sordera se tenía por legendaria. Había quien aseguraba que ante el “Ave María” protocolario, uno podía prescindir del consabido “sin pecado concebida” y responder “sin pescado y con cebolla”, prueba definitiva de que el sacerdote estaba como una tapia. A partir de aquí, el joven feligrés podía hacer recuento de los pecados de la carne, entre siete y catorce por semana, de los pensamientos impuros y demás divertimentos.

Si me viene a la memoria aquel cura teniente es porque me dispongo a hacer confesión y, como entonces, me ayudaría mucho que la penitencia me la impusieran los de peor oído. Allá va. Desde aquí declaro mi rendición incondicional ante el Real Madrid y ante la evidencia de los puntos: ocho sobre el Sevilla, diez sobre el Atlético y 16 sobre el Barcelona. Sobre este asunto no hay subjetividad que valga. Cualquier cuestión es discutible menos el álgebra. Si un equipo toma semejante ventaja a primeros de diciembre es porque hace algo muy bien. La novedad es que el Madrid en Anoeta dio un paso adelante y lo hizo absolutamente todo bien, sin dejarse nada en el plato.

Prosigo con mi confesión. Nunca imaginé, ni en la más delirante de las suposiciones, que Jovic y Militao serían protagonistas principales de un partido perfecto. De hecho, tenía a Jovic por un futbolista irrecuperable para el Madrid al estilo de Bale e Isco. Con Militao manejaba mayor clemencia, pero tampoco mucha: en mi opinión era (hasta hace dos horas) un portento físico sin la templanza que exige el puesto.   

Pues bien. Entre Jovic y Militao aniquilaron a la Real Sociedad. El serbio entró en el minuto 16 por lesión de Benzema y desmanteló la principal de mis certezas: que el Madrid es un equipo disminuido cuando falta el francés. No lo pareció en este caso. Todo lo contrario. Jovic hizo lo que hubiera hecho Benzema al asistir a Vinicius y lo que nunca hubiera hecho al cabecear en plancha jugándose los parietales. En todo lo demás, apoyos y desmarques, estuvo igualmente impecable. Hasta parece que ya es capaz de doblar un poco la columna vertebral.

Entretanto, Militao fue un prodigio de elasticidad y sentido de la anticipación. Incluso se permitió el lujo de repartir estupendos balones en profundidad, capacidad que algunos creíamos que le estaba vedada por la diosa naturaleza. Todavía tendemos a pensar que existe algo así como una teoría de la compensación que impide que muchas virtudes confluyan en un mismo individuo. Kroos es la prueba de lo absurdos que somos.

Tampoco imaginé nunca la persistencia de Vinicius como jugador excelente. Pensé que lo visto era una racha que se había prolongado gracias, quizá, a una novia de tres meses (nada motiva tanto). Estaba convencido de que antes o después volvería a ser el futbolista precipitado de tantas veces. Ya es hora de entregar las armas. Su importancia en el equipo es tan relevante como la de Kroos, Casemiro y Modric. El éxito son ellos en compañía de otros. Y la mejor noticia es que cada vez se suman más. No hay límites en esto. Ahora mismo veo posible que Ancelotti recupere a Bale e Isco. En este instante creo probable que cese la gastroenteritis de Hazard y hasta que Mendy entienda los conceptos básicos de la ayuda y el desdoble.

Es por eso que me comprometo a comerme todas y cada una de mis dudas. Eso sí, sin pescado y con cebolla.

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