Tal día como hoy, un 16 de diciembre, se fundaba el Milan Cricket and Football Club. Fue en 1899, gracias a la iniciativa de un grupo de milaneses e ingleses entre los que destacaban Alfred Edwards, vice-cónsul anglosajón muy conocido en la alta sociedad de la ciudad, y Herbert Kilpin, futbolista nacido en Nottingham y trabajador textil. El propio Kilpin aportaría el matiz poético en la reunión constitutiva, quién sabe si influido por la homofonía de su apellido con el del gran poeta del imperio británico: “Saremo una squadra di diavoli. I nostri colori saranno il rosso come il fuoco e il nero come la paura che incuteremo agli avversari”. “Seremos un equipo de diablos. Nuestros colores serán el rojo como el fuego y el negro como el miedo que infundiremos a nuestros adversarios”. Semejante contundencia convertía en barata la cuota original para los socios, consistente en veinte liras anuales.
Acaso espoleado por la arrogante sentencia de Kilpin, autor del primer gol en la historia del club, el Milan comenzó pronto a acumular trofeos. Y, como suele ocurrir cuando las necesidades más perentorias se cubren y la barriga se llena, hubo tiempo para la reflexión metafísica: ¿quiénes somos y adónde vamos? ¿Debía el carácter popular del equipo implicar una restricción para los jugadores extranjeros? Los debates acerca de la identidad no suelen tener un final feliz, y aquella ocasión no supuso una excepción. En marzo de 1908, un grupo de miembros disidentes abandonaron la entidad para fundar al que sería, desde entonces y ya para siempre, su más encarnizado rival. Bautizado como Football Club Internazionale para subrayar su condición cosmopolita, desde su origen en el Ristorante Orologio quedó patente que los numerosos empleados suizos de la banca local serían bienvenidos. En realidad, todos los foráneos: “Questa notte splendida darà i colori al nostro stemma: il nero e l’azzurro sullo sfondo d’oro delle stelle. Si chiamerà Internazionale, perchè noi siamo fratelli del mondo”. La afirmación prácticamente no necesita intérprete. Así pues, la diferencia con su matriz sería incluso cromática, vistiendo de azul y negro.
En el mejor de los casos, el reparto ideológico de papeles entre los equipos de una misma ciudad o región suele conllevar una simplificación. Otras veces, directamente se trata de una patraña. Sin embargo, en los inicios del fútbol italiano se podía asumir —con matices múltiples e innegables— la identificación mayoritaria de los trabajadores milaneses con el Milan, mientras el Inter se presentaba como una opción más burguesa, intelectual, casi artística. Más allá del jugueteo simbólico, los duelos pronto adquirieron gran fiereza. Los cambios obligados de nombre promovidos por el fascismo no diluyeron el interés: poco importó que la denominación Internazionale —demasiado aroma a comunista— se cambiase por la de Società Sportiva Ambrosiana en 1928, tras la fusión de los nerazzurri con la USM, el tercer conjunto de la ciudad. Los encuentros continuaron atrayendo las pasiones de los tifosi, quienes conseguirían recuperar el apelativo original tras el final de la Segunda Guerra Mundial. Para entonces el Derby della Madonnina, así llamado por la característica imagen de la Asunción de la Virgen que corona la catedral milanesa, ya constituía el segundo mejor partido de toda Italia; y aún hoy, pese a la pujanza de otras ligas como la Premier, persiste como uno de los principales enfrentamientos del fútbol europeo. Celebrémoslo deseando un feliz aniversario al más veterano de sus contendientes; y esperando que cumpla, o más bien que ambos cumplan, unidos por el origen y por el destino, muchos más.