- El rendimiento antitético de los ala-pívots. Con la ausencia de Higgins y Calathes, a Mirotic le correspondía asumir los galones que deben justificar su sueldo, y a fe que lo consiguió. Por encima de los 31 puntos y 10 rebotes, destacaron la jerarquía y el atrevimiento a la hora de buscar las penetraciones y los lanzamientos. Contrasta con la pobre actuación de Yabusele, hasta ahora una de las sensaciones en el inicio de temporada madridista, quien naufragó sacado de quicio por los continuos contactos que los árbitros no pitaban.
- 2. El Madrid no dio una a derechas. La lectura de esta afirmación puede hacerse de manera literal, no solo como frase hecha. Jasikevicius se ha empeñado, desde el primero de los Clásicos en que ha entrenado al Barcelona, en transmitir a sus pupilos la decisiva importancia de forzar a los tiradores madridistas para que definan desde su perfil malo, habitualmente el izquierdo. El técnico lituano se pudo ir a la cama contento: nunca sus muchachos habían logrado el objetivo de manera constante a lo largo de los cuarenta minutos, hasta anoche. Lo sufrieron todos, pero especialmente un Heurtel obcecado por momentos en romper la piedra a base de tropezar en ella una y otra vez, siempre por la izquierda.
- 3. Los gladiadores secundarios. A Jasikevicius no le ha temblado el pulso a la hora de desprenderse de jugadores de talento incuestionable, prefiriendo en su lugar a estajanovistas de su confianza sin el mínimo atisbo de rubor. Comodines con grandes aptitudes físicas como Hayes, el debutante Exum o el brioso Rokas Jokubaitis constituyen armas utilísimas en manos de Saras. Aunque no siempre los busca fuera: Sergi Martínez, por ejemplo, ilustra el canterano predilecto, dispuesto sin rechistar al obediente sacrificio. Su labor como perro de presa que muerde al base rival le augura un buen futuro en la plantilla azulgrana.
- 4. No todos los ex son iguales. A la frustración de Heurtel —abucheado por el Palau con algún cántico de excesivo mal gusto, recordando el affaire del avión— se unió un discreto papel de Hanga, superado por el ritmo del encuentro y cargado de faltas. Por el contrario, Laprovittola supo reivindicarse frente a su antiguo equipo. A pesar de no desterrar sus lagunas defensivas —como sabe cualquiera que tenga un ex, a ciertas edades hay cosas que ya nunca van a cambiar—, fue capaz de castigar al Madrid con triples dolorosos y con penetraciones llevadas a cabo con ese ritmo tan sui generis, casi al trantrán, que provoca una sensación de irrealidad en los rivales cuando observan cómo la pelota acaba entrando a cámara lenta contra todo pronóstico.
- 5. Tavares no es un pezqueñín. Con tantas campañas por parte del Ministerio de turno en favor de las criaturas diminutas, habrá que ir pensando en montar una asociación que defienda a los gigantes. Los contactos que recibe en la pintura son múltiples, y la mayoría de los árbitros tienen la humana reacción de ser más permisivos con los defensores, un poco para compensar inconscientemente la superioridad física. El caboverdiano ha desarrollado poco a poco un estoicismo inesperado —a la fuerza ahorcan—, si bien también ha terminado desquiciado en más de una ocasión. Poirier rebotea y abarca mucho espacio, pero la intimidación de Edy resulta inigualable, de modo que su ausencia condiciona inevitablemente el desarrollo de los partidos. Por otro lado, Jasikevicius ordenó a sus pívots que saliesen de la zona para lanzar, otra de las posibles estrategias antiTavares, efectuada anoche con gran éxito.
- 6. Laso no muestra sus cartas. El Barcelona fue superior al Madrid en todos los períodos, sin que la pizarra del vitoriano tratase de buscar alguna de las soluciones heterodoxas que tantas veces ha planteado. Es probable que, con el acierto culé de anoche, ningún conejo de la chistera hubiese bastado, por lo que Pablo optó por reservarlos. El tiempo dirá si su austeridad tuvo sentido: el próximo Clásico llegará en menos de un mes, y la Copa, primer test auténticamente serio de la temporada, ya comienza a atisbarse en el horizonte.