La vida no era sencilla para una mujer a finales del siglo XVIII en España. Probablemente no lo era en ninguna parte. Las mujeres apenas tenían escapatorias porque su capacidad para decidir era casi inexistente. Hija del mar es la vida de Ana de Sotomayor, la historia de una de aquellas pocas mujeres que tuvieron el coraje de rebelarse contra lo que les tocaba. Esta es la aventura de una chica de Aguilar de la Frontera, en Córdoba, que no quería criar gallinas ni acarrear agua, ni tampoco casarse obligada por su padre y mucho menos soportar sus palizas. Ana no pretendía eludir responsabilidades, sino afrontar otras. Su motivación nunca fue el miedo, sino la valentía. Era plenamente consciente de los peligros que corría a bordo de un buque de la gloriosa Armada Española.
Acatar órdenes sin levantar la cabeza, padecer escorbuto o recibir latigazos era mejor que lo que le ofrecía la vida. Así que decidió que el sueño que siempre tuvo mientras recorría con su hermano Antonio los caminos de Córdoba se iba a hacer realidad. Costase lo que costase, navegaría por los mares, sentiría el viento en la cara y se batiría con una espada o un hacha de abordaje contra los ingleses o los franceses. Por honor y por nuestro Rey Carlos.
Si alguien podía contar esta historia era Alicia Vallina (Pola de Siero, 1976). Doctora con mención de Sobresaliente Cum Laude en Historia del Arte y Estudios del Mundo Antiguo, Licenciada en Ciencias de la Información y con formación especializada en Arte Moderno y Contemporáneo, y un Máster en Catalogación y documentación de obras de arte y en Ciencias Históricas. Entre otras muchas cosas. Pero, sobre todo, con un máster en pasión por la Historia, con toda una vida dedicada a los museos, al Naval de San Fernando, al Sefardí de Toledo, al Museo de América o al Museo Sorolla.
Alicia Vallina es una especialista en arte fascinada por la vida de Ana María de Soto, a la que se encontró por casualidad en el Museo Naval de San Fernando, en un cuaderno de tintes administrativos. Descubrió entonces que Ana, aunque tuvo que ocultar su sexo —cambió su nombre por el de su hermano, Antonio de Sotomayor— fue la primera mujer Infante de Marina española. Ana, además, fue condecorada por el propio Rey Carlos, aunque luego el tiempo y la desgana fueron haciendo que su nombre cayera en el olvido, enterrándolo en la misma manera que sepultó a la Mercedes, el San José o el San Juan Nepomuceno.
Del mismo modo que estos buques fueron localizados, Alicia Vallina ha rescatado a Ana María de Soto de las profundidades. En su libro nos muestra esos enormes tesoros que fueron su vida, su tenacidad y su valor. No sólo eso. También nos sube a bordo de un buque de guerra español del siglo XVIII, pero sin usar tecnicismos para eruditos; su intención es justamente la contraria. Pretende que el lector sea uno más de la tripulación y que cuando escuche el primer cañonazo luche codo con codo con la protagonista. Ana María de Soto nunca confesó a nadie que le temía más a los cañonazos del corazón que a los de ocho libras que disparaban los ingleses. Ella jamás se rindió. Porque era mujer y porque era una Infante de Marina española. Salve, oh reina de los mares.