El Concierto de Año Nuevo fue una ocurrencia de los nazis (como la Fanta), concretamente de Joseph Goebbels, ministro de propaganda. Se celebró por primera vez el 31 de diciembre de 1939 en Viena, cuatro meses después del inicio del Segunda Guerra Mundial, y se retransmitió por radio con la intención de levantar los ánimos de la tropa y los ciudadanos. El 12 de marzo del año anterior, Austria se había convertido en una provincia más del Reich después de someterse la cuestión en un referéndum tan sospechoso como se quiera imaginar: cuatro millones y medio de austriacos votaron a favor del Anschluss (la unión con Alemania) y sólo 12.000 lo hicieron en contra.
Aquel Concierto de Año Nuevo (fue en 1941 cuando se tocó por vez primera el 1 de enero) tenía como objetivo celebrar la ampliación oriental del imperio y recaudar fondos para la Organización benéfica de Ayuda de Invierno, creada por Hitler para financiar a sus ateridas tropas.
La Filarmónica de Viena fue depurada en cuanto se confirmó la unificación con Alemania. Quince músicos judíos fueron expulsados (siete murieron en campos de concentración) y se dio a entrada a músicos afiliados al partido: hasta el 50% de la orquesta acabó siendo manifiestamente nazi. La infamia llegó al punto de que en 1942 se entregó el Anillo de Honor de la Filarmónica a Baldur von Schirach, responsable de las Juventudes Hitlerianas y de la deportación de varios miles de judíos; fue condenado en los juicios de Nuremberg a pasar veinte años en la cárcel de Spandau.
La obsesión antisemita de los nazis había alcanzado antes del Anschluss a Johann Strauss, autor de la Marcha Radetzky y padre Johann, Josef y Eduard. Se descubrió que el músico tenía sangre judía, pero el asunto fue silenciado por Goebbels. El ministro entendió, muy a su pesar, que si se seguía repudiando a los artistas de origen judío el patrimonio cultural de Alemania corría el riesgo de ser como el de Liechteinstein.
De modo que los Strauss ya fueron protagonistas en el primer Concierto de Año Nuevo, dirigido por Clemens Krauss, íntimo de Goebbels, y, al terminar la guerra, apartado durante dos años de la dirección por sus amistades peligrosas.
No fue hasta terminar la guerra cuando la Marcha Radetzky se estrenó en el Concierto de Año Nuevo. Johann Strauss la había compuesto en honor del mariscal de campo Johann Joseph Wenzek Graf Radetzky von Radetz, un aristócrata austrohúngaro de rancio abolengo como se puede observar por su tarjeta de visita.

Papá Radetzky, como acabó siendo conocido por sus animosos húsares, fue un héroe de guerra tirando a sanguinario, lo que era tendencia en la época. Sin embargo, la inmortalidad se la ganó por dos actividades tan poco beligerantes como la música y la gastronomía. Es decir, por la Marcha que le escribió Strauss y por su contribución a la receta del escalope milanesa. Radetzky, que pasó muchos años guerreando en Italia, escribió una carta con una fiel descripción del filete empanado que cocinaban en aquellas tierras (cotoletta alla milanese) y que fue adoptado en Viena como wiener schnitzel.
«Tómense costillas de vacuno finamente cortadas y sin quitarles el hueso, retirándoles toda la grasa. Se las colocará a continuación sobre una tabla de madera dura y se las golpeará con el mazo para quebrar las fibras de la carne. Este procedimiento debe efectuarse con delicadeza y diligencia pero sin apuro. Una vez ablandadas, se las pasará por huevo batido y más tarde por pan rallado. Algunas veces los milaneses repiten este procedimiento en dos oportunidades. El rebozado debe ser uniforme, suave y completo. Las cotolette deben dejarse entonces reposar durante un lapso regular.
Hecho esto, se derrite un trocito de manteca en aceite de oliva caliente, y de esta forma se freirán las costeletas, que deberán quedar de un atractivo color dorado.
La extremidad de hueso de la costilla debe cubrirse con un papel decorado o dorado, para animar a los comensales a tomarlas con la mano y llevarlas a la boca de esta suerte.
Las costillas así fritas se acompañan con risotto alla milanesa, aunque también se suelen guarnecer con papatas fritas, puré de papas o diversas ensaladas».
Si Johann Strauss padre no fue tan eximio músico como su hijo del mismo nombre es por el tiempo que le ocupó la paternidad. Con su primera mujer tuvo seis hijos y otros seis (o siete, no queda claro) con su amante. Su amplia progenie es la perfecta demostración de que los valses son una invitación al amor.
Johann padre se quedó huérfano muy pronto. Su madre murió enferma cuando tenía siete años y su padre apareció ahogado en el Danubio en extrañas circunstancias, lo que no impidió que su hijo Johann Strauss II compusiera el gran clásico del Concierto de Fin de Año, el Danubio Azul. Es obvio que Johann no tenía la imagen de su abuelo flotando en sus aguas cuando escribió su obra magna.
La popularidad de la La Marcha Radetzky, compuesta en 1848 y liberada desde 2013 de los arreglos que le hizo el nazi Leopold Weninger, se ha mantenido viva hasta nuestros días, quizá por ser el antecedente de otras expresiones musicales más ligeras pero igual de pegadizas; no creo pecar demasiado si digo que Paquito el Chocolatero es la Marcha Radetzky española.
La Marcha suena antes de algunos partidos de la selección austriaca y sus acordes también son utilizados por algunos equipos de fútbol para celebrar los goles de su equipo. Escucharla mientras se degusta una milanesa es el placer mayúsculo con el que todos deberíamos empezar el año. Quizá así nos vaya mejor.