Muere Santana. ¿Qué foto escoger para ilustrar un artículo entre cientos? Hay quienes no prestan la menor atención a este asunto y hay quienes se decantan por las últimas fotos del fallecido. Yo siempre he pensado que quien se marcha merece ser recordado tal y cómo era en el instante de su plenitud. Es cierto que la plenitud de Santana duró casi 50 años, los que caben entre sus éxitos como deportista y esa otra vida en la que fue la perfecta representación de un caballero con pañuelo de seda, justo lo que imaginamos que eran aquellos tenistas de raquetas de madera y bambas blancas, cuando sentarse estaba prohibido y gemir también.

Santana se embelleció con la edad. A los sesenta años era más guapo que a los veinte y ya nunca dejó de ser un hombre apuesto, de una elegancia extrema, doy por hecho que la misma que tenía cuando era jugador de tenis. No es extraño que ocupara un lugar preferente en todos los palcos de todas las pistas centrales del mundo. Otros ganaron más (Laver, Emerson, Rosewall…), pero envejecieron peor. Santana conservaba en su galanura la esencia de aquella época. En cierto sentido, su distinción estaba congelada en el tiempo.

Tuve ocasión de entrevistarlo poco antes de la final de la Copa Davis del año 2000; España estaba a punto de ganar el título que a él tanto se le había resistido. Nos citamos en el aeropuerto de Málaga poco antes de que partiera hacia Barcelona. Me dedicó más de una hora, amable y locuaz. Recuerdo que me dijo que la diferencia primordial entre el tenis que él jugó y el actual estaba en las raquetas. Ni en la preparación física ni en la táctica. En los materiales. Lo entendí como la orgullosa reivindicación de una época. Fuimos tan buenos como estos y probablemente mejores.

En los últimos años se le veía debilitado por la enfermedad y creo que esas imágenes no deben ser las que acompañen ahora su recuerdo. Santana fue un gigante. Un bendito intruso como Seve. No deja de ser una paradoja, y un acto de justicia, que el hijo de un republicano represaliado (“A veces pagan justos por pecadores”, le dijo Franco en una audiencia) se convirtiera en héroe de un país que entonces era escasamente heroico. Santana fue una doble coincidencia porque brotó como una flor en mitad del asfalto y porque nos congregó a su alrededor sin la menor disidencia. Santana era de todos. Y lo seguirá siendo porque su nombre es una evocación permanente con aroma a otro tenis y a otro mundo.

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