Sin una victoria a domicilio en Liga en todo lo que va de temporada, el partido se antojaba clave para permitir pensar que este neo-Barça va a poder estar en la Champions del año que viene. Lo de luchar por la Liga entra directamente en la categoría de ciencia ficción. El Villarreal parecía un buen rival: siempre pone a los azulgrana en aprietos pero desde hace más de una década no es capaz de vencerlos. A eso había que sumar el looserismo innato de Emery frente al Barça (remember the 6-1).
Y el partido comenzó trepidante. En todos los sentidos. Desde el arbitral, con expulsión de Parejo y penalti de Pique omitidos por el colegiado y por el VAR, al futbolístico con intercambio de ocasiones, principalmente blaugranas, incluidos dos tiros al palo. Las buenas sensaciones de Abdé —más fiable en dos partidos que DembeLOL en 5 años— contrarrestaban con las malas de Memphis: la cuesta abajo del holandés parece no tener fin. En El Madrigal dio todo un clínic de impotencia. Si al principio de temporada Adrianeaba, ahora mismo Kluivertea. Y de seguir así, no hay que descartar un Dugarryeo a final de temporada. Vino como saldo pero hay quien empieza a parecerle caro.
Porque, aunque el juego ha mejorado sustancialmente, el equipo sigue lastrado por la versión azulgrana de aquel trio madridista Salgado-Guti-Raúl. A veces hay que fijarse en cómo cortó sus barbas el vecino. Se sigue dando lástima en ambas áreas: tan lejano se ve el marcar un gol como cercano el que el rival marque en la primera ocasión. Cuando a los 20 minutos el Villarreal se dio cuenta de que el experimento de Eric García como lateral iba a funcionar tan mal como el de Mingueza se cambió el rumbo del partido. Los de Emery, que demostró tener estudiado al Barça al milímetro, comenzaron a desplegar su mejor fútbol. Llegaron así los peores minutos de la recién inagurada “Era Xavi” aunque su rival adolecía de lo mismo que los azulgrana: en pleno dominio local llegó el gol de De Jong El Bueno tras un remate en semifallo de Memphis.
El gol llegaba cuando menos lo estaba mereciendo un Barça que, conforme avanzaba el partido, más se alejaba de la propuesta inicial. Pérdida absoluta del balón, ausencia de ideas, y la habitual caída física. El perfecto prólogo del empate. Pérdida en saque de banda azulgrana corroborada con una “defensa visual” de Busquets y Piqué. Hace tiempo que ambos llegan tarde a todo. Especialmente a su retirada.
Con todo, lo peor no era el empate sino la sensación de que aún había tiempo para la remontada amarilla. La entrada de Coutimo enfatizó aún más el temor entre la culerada. “Encerrados y con 10 jugadores” era la afirmación más racional. Y sin embargo, fue cuando decidió reaparecer el mejor Memphis, acaso inspirado por Rajoy —“cuanto peor mejor para todos y cuanto peor para todos mejor, mejor para mí”—. A 10 minutos del final aprovechó que Estupiñán se vistió de Mingueza y con toda la calma del mundo, evitó la espada de Damoclés que ya pendía sobre él: ser bautizado como Memphis Defail. Los regalos del Villarreal no acabaron ahí: hasta Coutimo se dio el lujo de deambular por el área y ser derribado. Si hasta un futbolista prejubilado como el brasileño es capaz de marcar es que la flor de Sabi es casi como la Cruyff. Y aquella era grande. Muy grande.