Hace ya mucho tiempo que los clubes ingleses abandonaron la tradición de mantener al entrenador contra viento y marea. Por un lado, el deporte británico siempre tuvo un punto conservador, adverso a cualquier cambio. Por otro, tampoco había tanto en juego como desde la creación de la Premier. Ahora hay mucho dinero en juego y cada vez más. De modo que no tomar decisiones es más arriesgado que tomarlas. El caso es que en Inglaterra los entrenadores están tan expuestos a perder su empleo como si trabajaran para Jesús Gil.
La salida de Steve Bruce del Newcastle estaba cantada desde hace tiempo. Pese a ser geordie (nativo de la región), nunca contó con el respaldo de los aficionados. No gustaban ni su pasado como entrenador del máximo rival (Sunderland) ni el juego que proponía, tan insípido como unos guisantes sin jamón. El propietario anterior a los saudíes lo veía de otra manera: Bruce mantenía al equipo en la liga (a duras penas) y era un buen paraguas ante las constantes críticas de la afición. Después de ser despedido por los nuevos propietarios, Bruce ha sido fotografiado sonriente y relajado bajo el sol en Dubái.
El final de Nuno en el Tottenham tampoco ha sido una sorpresa. El equipo no estaba funcionando y bastaron 17 partidos para que la directiva de Daniel Levy se diera cuenta de que su entrenador continuaba la propuesta de Mourinho, aunque fuera con exquisitos modales. No era lo que querían y se fueron a por Antonio Conte.
¿Por qué sucede todo esto precisamente ahora? Quienes conocen la cultura británica pueden pensar que tiene relación con el 5 de noviembre, el día que se celebra La noche de las hogueras (bonfire night) o de Guy Fawkes. Fawkes, un rebelde católico, guardaba dinamita para hacer volar la Cámara de los Comunes a la llegada del rey protestante Jaime I. El complot fracasó y Fawkes fue ahorcado. Las hogueras, y en la actualidad los fuegos artificiales, no son más que una forma de burlarse del fracaso de la operación. Pero no es la tentación de mandar a la hoguera al entrenador lo que propicia los cambios en los banquillos: es el parón de la liga lo que les condena.
Tiene su lógica. Hay dos semanas sin partidos de clubes y hay tiempo para organizar la llegada de un nuevo entrenador. Además el cambio se hace antes de la apertura del mercado de invierno, que ahora se afrontará con las recomendaciones del técnico entrante.
Daniel Farke también ha sido víctima de la tradición del cambio de entrenadores: deja el Norwich tras ganar su primer partido del año (1-2 al Brentford). Queda claro que el club le tenía sentenciado: ni la victoria ni ascender al equipo dos veces a la Premier le ha salvado de la hoguera.
Tampoco a Dean Smith le sirvió el ascenso desde el Championship y la mejora progresiva del equipo. El Aston Villa acumulaba cinco derrotas consecutivas y tenía dificultades para encontrar un sistema sin Grealish. Seguramente duela más cuando el club que te despide es el club del que siempre fuiste aficionado.
Ole Gunnar Solskjaer aún respira, pero con la soga al cuello, casi como Fawkes. El entrenador del United ha sido víctima de una insoportable crueldad futbolística: ha jugado consecutivamente contra los máximos rivales del club, Liverpool y City, y ambos le han sacado los colores. El Liverpool dejó de hacer sangre tras el 0-5 y contra el City solo un gran De Gea evitó una debacle similar.
No obstante, Solskjaer tiene bastante protección en los medios. Roy Keane, Gary Neville, Paul Scholes o Rio Ferdinand son comentaristas habituales, todos ex compañeros del noruego. Ninguno esconde los problemas del equipo —lo contrario sería absurdo—, pero sólo Neville se atreve a decir que a final de temporada quizá haya que tomar una decisión sobre la continuidad del entrenador. Por si fuera poca protección, Alex Ferguson apuesta por la continuidad. Y lo que dice el Sir de Old Trafford es ley en la parte roja de Manchester.