Casi medio siglo después de la muerte de Franco, hay un hábito que permanece en el fútbol español y que está directamente relacionado con el dictador. La costumbre de referirse a los árbitros por sus dos primeros apellidos tiene origen en diciembre de 1970, cuando se pensó que los posibles abucheos al árbitro murciano Ángel Franco podrían derivar en mofas e insultos contra el General.

La tensión política era máxima entonces. El proceso de Burgos se había iniciado el 3 de diciembre con seis miembros de ETA condenados a muerte por tres asesinatos y juzgados por un tribunal militar en consejo de guerra. El 9 de diciembre terminó la vista y la jurisdicción castrense se tomó 18 días para deliberar antes de dictar sentencia.

Para el domingo 13 estaba programada la visita del Athletic a Atocha, 13ª jornada de Liga. El señor Franco, del colegio murciano, era el árbitro asignado. En un ambiente de manifestaciones a favor de la amnistía, el derbi vasco preocupaba al régimen. Y tan inquietante como que el partido se convirtiera en un acto reivindicativo, era que el público irrumpiera en gritos contra Franco, árbitro o dictador.

Días antes del encuentro, Ángel Franco fue convocado a una reunión “urgente y de máxima discreción” en el piso del canónigo de la Catedral de Murcia. El árbitro pensó que querían comprarlo y se hizo acompañar del presidente del colegio murciano, Manuel Cerezuela. Le esperaban el cura y el ministro de la Gobernación, el falangista Tomás Garicano Goñi, acusado de ser demasiado dialogante por los sectores más radicales del franquismo. La consigna era clara. Ángel Franco debía simular una lesión y borrarse del partido. Por el bien de España y para evitar males mayores.

Franco (el árbitro) siguió la recomendación gubernamental y se lesionó; fue sustituido por el sevillano Leonardo Soto Montesinos, cuya actuación fue elogiada por la prensa. La Real venció por 2-1 en un estadio casi lleno y las crónicas de la época no mencionan incidentes.

El 28 de diciembre se hizo pública sentencia del Proceso de Burgos, que fue más allá de las peticiones de la fiscalía: a las seis penas de muerte se añadieron tres más. Las protestas en España y en el extranjero hicieron recular al dictador y el 30 de diciembre se conmutaron las penas de muerte por otras de grado inferior.

Ángel Franco siguió pitando, pero ya lo hizo como Franco Martínez. Todos los árbitros comenzaron a nombrarse por sus dos primeros apellidos, para mayor desgracia de colegiados como el inolvidable Acebal Pezón. Otros, como Condón Uriz, vieron suavizado el impacto de su tarjeta de visita. La costumbre continúa y nadie se ha planteado el cambio.

Franco (el árbitro) estuvo vetado para las finales de Copa hasta que murió el Caudillo. Con el dictador en el palco, el riesgo de que algún espectador arremetiera contra el Franco equivocado era excesivo. Así lo explicó el colegiado años después al diario Hoy. “Era imposible por los gritos que me iba a dedicar la grada… ‘Franco, hijoputa’, ‘Franco, cabrón’, y que también iban a llegar hasta el jefe del Estado«.

Ángel Franco Martínez fue resarcido años después, ya en democracia: pitó las finales de Copa de 1978, 1980 y 1984.

Actualmente, 49 años después de los hechos relatados, otro árbitro murciano comparte apellido, en este caso, con el presidente del Gobierno: José María Sánchez Martínez. Ya lo dijo Woody Allen: el humor es tragedia más tiempo.

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