Si Vinicius ha sido capaz de convertirse en un certero goleador (recalco certero y recalco goleador) no es imposible que Lucas Boyé termine por serlo, también él lo tiene todo menos la minucia del gol. Si Vinicius ha mutado de velocista a genio no se puede descartar que Mariano pase de extra a protagonista (su taconazo valió el partido). O que Marcelo vuelva a ser importante, no olviden que Chaplin fue padre de su último hijo (el 11º) a los 73 años. Visto que Vinicius ha pasado de recurso a discurso, de optimista a artista, ya es más fácil que suceda lo que un día (ayer) tomamos por improbable: que Militao cuaje en grandísimo central (va camino), que Mendy depure su estilo ofensivo (aún no ha empezado), que Hazard regrese del inframundo (ay), que a Rodrygo se le endurezca la piel (miren Ironman) y que los 36 (de Modric) sean los nuevos 26.
Hay otro resumen que sirve para describir los méritos del equipo sin necesidad de citarlos: el Madrid ganó sin Benzema. Dicho de otra manera, el castillo se mantuvo en pie sin una pieza fundamental. Es cierto que por momentos temblaron los tabiques de la mansión: el Elche reaccionó al primer gol de Vinicius y llegó a tomar el control del partido. Así ocurrió hasta que a Raúl Guti (hermoso homenaje a la cantera blanca) le erupcionaron las hormonas y se autoexpulsó a media hora del final. Todos hemos tenido 24 años y no nos cabían en el pantalón.
No fue un triunfo glorioso salvo para Vinicius, que ha estrenado los pies de Romario. No fue un golpe de autoridad, sino un ejercicio de supervivencia, oficio lo llaman algunos. El mantra dice que en estos campos se pierden las Ligas y el Madrid sale de Elche con la maravillosa certeza de que todo es posible, incluso ser un gran equipo. Por fin se entiende por qué se ríe tanto el tal Vini.