¿Qué fue lo peor del partido en clave culé? Hay para elegir. Que es el cuarto Clásico seguido que se pierde contra el Real Madrid, algo que no sucedía desde los años 60. Sí, Q-Man sigue haciendo historia. O que al Madrid no le hiciese falta hacer un gran partido. Ni siquiera un buen partido. Simplemente correcto para llevarse cómodamente los 3 puntos. Se le han visto más complicaciones para hacerlo recientemente en Balaídos o en El Sadar. Pero el problema no es que el rival fuesen los de blanco: los culés no recuerdan ya cuando fue la última victoria contra un equipo con cara y ojos. Y verse superados en la clasificación por la Real Sociedad, el Osasuna, el Rayo y el Athletic ya hacen poco creíble la excusa “es lo que hay”. Es eso o pensar que esas plantillas son superiores a las de este Barça.
Cierto es que decir que se le plantó cara durante media hora a este Real Madrid de entreguerras o que si Dest hubiese marcado su clara ocasión habríamos visto otro partido no es mentir. Pero tampoco es decir toda la verdad. Porque faltaría añadir que probablemente un jugador acostumbrado a jugar de extremo habría batido a Courtois. Y que el primer zarpazo madridista sirvió para que todo el espejismo azulgrana se derrumbase cual castillo de naipes: ni Joan Gaspart habría apostado en ese momento a una remontada local.
Señalar otra vez como culpables a las vacas sagradas puede resultar repetitivo pero es más necesario que nunca viendo enfrente al vetusto pero aún competitivo centro del campo merengue. Hoy, sin embargo, los dedos de una mano comienzan a quedarse cortos: los focos también ya iluminan a esos brotes verdes que se marchitan a pasos agigantados. Y en todas las líneas. Empezando por Ter Stegen, cuya santidad parece haberse perdido después de su lesión. De salvar lo imposible ha pasado a solo parar lo parable. El siguiente paso será llegar a lo que pedía Di Stefano: “Al menos no se meta las que vayan fuera”.
Se sigue por Mingueza. Apuntaba a ser un aseado defensa, acaso un Oleguer de la vida con su rendimiento justo pero a bajo precio. En la tarde barcelonesa fue tan ridiculizado por Ficticius que nadie se sorprendería de su marcha al Shaktar Donetsz en el mercado de invierno, imitando los pasos del añorado Chigrinsky. No se salva ya Frenkie De Jong: poco va quedando de aquel jugador alegre que llegó del Ajax. Poseído desde hace varios meses por el espíritu de André Gomes, su pechofriismo empieza a generar el temor de que se esté convirtiendo en el nuevo Hombre Gris. Del posible efecto gaseosa de Memphis-Tenessee se avisó en septiembre: dos meses después no parece haber ya moléculas de anhídrido carbónico.
No cabía esperar una mejor segunda parte azulgrana. Eso significaría no haber visto ni un solo partido de este equipo. Más aún si los supuestos revulsivos debían ser Chutinho —más de 100 millones de dolor— o Sergi Tormento —Una-vez-le-marqué-un-gol-al-PSG—. Una defensa firme y varios contraataques rápidos le bastaban a los de Ancelotti para asustar al Barça una y otra vez. Y tan solo el amago de lesión de Courtois parecía dar un halo de esperanza a la grada. Pero ni eso tuvo suerte el Barça: el susto del belga, provocado por llevar 50 minutos frío, se quedó en un simple tirón. En los últimos diez minutos, saltaba la sorpresa en Las Gaunas: la solución de colgar balones a De Tronk no volvía a funcionar.
Cuando ya se apelaba a la épica para al menos arañar un punto, un contraataque de Asensio y una mayor decisión de Lucas en el rechace terminaba por sacar los colores a la defensa azulgrana personificada en la dejadez de funciones de Eric García. El postrero gol del Kun Agüelo apenas maquillaba un resultado que deja claro que entre la vejez de unos, la excesiva juventud de otros y la falta de calidad de demasiados, van a hacer que la temporada azulgrana se haga larga. Muy larga.