No es fácil ganar por 0-5 ni a un equipo malo. Y no hay equipos malos en la Champions. Los hay inestables o inconstantes, justos de recursos y hasta deprimidos. Pero no hay pardillos en el torneo, quedó claro cuando pasó por el Bernabéu el Sheriff del condado de Transnistria. De modo que golear en Kiev tiene un valor enorme, aunque no sea un valor que se pueda proyectar al futuro. Tumbar al Shakhtar no altera las opciones del Madrid en la competición (pocas). Significa que hay un lado bueno que a veces es buenísimo y en el que apetece insistir. Hay una medida en la que jóvenes y veteranos combinan como un cóctel del De Diego. Hay un punto en que el equipo se vuelve feliz y tal vez eso sea más importante que bailar sobre el campo como el Bolshoi. La complicidad, expresada con sonrisas, resulta más esperanzadora, incluso, que el juego.
No se puede negar que la influencia de Vinicius en el entusiasmo del grupo es absoluta. Se puede dudar de su permanencia como estrella goleadora (yo dudo), pero es innegable que su optimismo es altamente contagioso. Tampoco se puede negar que su segundo gol está al alcance de muy pocos futbolistas (Messi, Neymar, Mbappé, Benzema…), lo que refuerza la teoría de los que defienden que Vinicius es una figura de primera categoría (yo, pobre incrédulo, sigo dudando).
Mientras el tiempo decide quién tiene razón, Ancelotti explora caminos. Es una obviedad que si el mediocampo titular/eterno funciona (Casemiro-Modric-Kroos), la victoria está más cerca, dando por hecho que Benzema no falla nunca, ya sea como goleador o como tramador de planes ofensivos. Si encima sumamos a un Vinicius reconciliado con las musas, el equipo da un salto de altura y de longitud. La velocidad en los despliegues ha pasado de ser una virtud individual a un valor colectivo. Sobre esas carreras, ahora seguidas con fe, se construyen las mejores opciones de gol. Añadamos a un Rodrygo sin lagunas y tendremos dibujado el mapa del tesoro: así se golea en Kiev a un rival plagado de brasileños, algunos estimables.
Es cierto, y no conviene perderlo de vista, que el Shakhtar abrió el marcador con un gol en propia puerta. Diría, sin embargo, que más que un golpe de suerte fue consecuencia de la insistencia. El Madrid rondaba el gol y seguramente lo hubiera marcado de cualquier otra manera. Pero es inútil enredarse en estas disquisiciones. Lo importante es que el equipo se divirtió en lo que debería haber sido un partido incómodo. Lo relevante es que fue mejor cuando hubo que tocar y superior cuando hubo que correr. Sin prudencias y sin la falsa piedad que en ocasiones se dedica a los rivales noqueados. El objetivo siempre fue marcar otro gol más, y no para hacer sangre, sino para seguir sonriendo.