En la despedida de un jugador de la dimensión de Pau Gasol la tentación de buscar metáforas a su altura (real y simbólica) es irresistible. Y piensa uno en John Wayne perdiéndose en el horizonte a través del vano de la puerta, tras dejar sana y salva a Natalie Wood en una cabaña polvorienta. O en Bogart dándole a Ingrid Bergman el disgusto de su vida mientras se diluye en la bruma junto a un policía francés (hay elecciones sorprendentes).
Y cuando la vena cinéfila ha quedado satisfecha, surge una revelación posterior: las comparaciones son innecesarias porque la retirada de Gasol ya es una metáfora en sí misma. Representa la clausura de la que ha sido la mejor época de nuestro deporte. La época en la que pasamos del sempiterno complejo carpetovetónico de no pasar de cuartos al eslogan que rezaba “soy español, ¿a qué quieres que te gane?”, tan impertinente como ilustrativo.
Pau tenía doce años cuando se celebraron los Juegos Olímpicos de Barcelona. Saboreó el triunfo de los suyos en la edad en la que los recuerdos se imprimen en la memoria con tinta indeleble y, por tanto, no creció entre la grisura posfranquista de la derrota y la excusa eterna. Cuando tuvo edad de competir, se acostumbró a ganar (porque ganar es una costumbre, como el aperitivo de la una) y comenzó cruzando una línea roja, de las muchas que pisaría en su carrera: derrotando a los americanos en la final del Mundial juvenil de Lisboa 99. Esa victoria significó a la vez un aldabonazo y un alias: aunque su papel en Portugal no fue decisivo, lideraría para siempre a los Juniors de Oro.
La liga española no es hogar para gigantes y, tras hacer campeón al Barcelona, fijó su residencia juntó a Graceland, allá en el lejano Memphis. La segunda línea roja había quedado atrás.
A todo esto, y mientras Pau llevaba a los Grizzlies a playoffs o era nombrado rookie del año, Nadal y Alonso calentaban motores (nunca mejor dicho). En 2006, se conjugaron los astros (en varios sentidos): Nadal levantó la Copa de los Mosqueteros por segunda vez, Alonso ganó su segundo campeonato y España, con Gasol al frente, conquistó su primer título Mundial (¿habíamos hablado ya de líneas rojas?).
Y es que, si la sombra que proyectó el de Sant Boi en la NBA fue descomunal, su relevancia en el baloncesto FIBA solo admite el calificativo de histórica. Más allá de enumerar entorchados (me faltarían píxeles) señalaré que solo mitos como Petrovic o Sabonis pueden mirarle a los ojos (repito, en el básket FIBA; en la NBA, Nowitzki siempre estuvo medio peldaño por encima, pero esa es otra historia).
Pau comandó durante más de una década una generación mágica y seguramente irrepetible: figuras como Calderón, Garbajosa y, sobre todo, Navarro, quedaron oscurecidas ante el fulgor del astro, satélites de un planeta gigantesco. Y mientras que esa hornada atestaba estanterías, otra nos salvaba de un ayuno de lustros: en 2008, la Selección española de fútbol iniciaba su periplo mágico. La costumbre de ganar resultó ser contagiosa.
El tiempo, ese cabrón con pintas, fue añadiendo lastre a las piernas de nuestros héroes. Muchos Juniors de Oro viajan con el IMSERSO, Alonso gira y gira en circuitos remotos, Casillas y Xavi se marcharon juntos, igual que llegaron. Solo Nadal parece capaz de añadir una prórroga a su historia.
Gasol apuró plazos, sufrió en gimnasios, quemó los cartuchos que le quedaban para convertir el hasta siempre en un hasta luego. Cuando dentro de unas décadas se retire la fulgurante estrella que aún no ha nacido, algún cronista comparará su despedida con la de un pívot larguirucho y genial que consiguió decir adiós, entre risas y abrazos.
Cuando un jugador alarga tanto su carrera y le vemos pasar de ser protagonista a ser casi anecdótico, su despedida duele menos que cuando se va un jugador con 34 o 35 años y piensas , aun le quedaban un par de años buenos . Gasol lo ha sido todo, pero este último año y puede que también el pasado le han sobrado en la NBA , igual y agradezco que no fuese su idea ya que soy madridista, esos dos años los habría pasado mejor en el Barça , cerrando el circulo y siendo aun protagonista o al menos un secundario de lujo .