Saltaron las alarmas en París. Messi no carbura en el PSG. Lleva cinco partidos sin hacer gol y el entrenador Pochettino no da con la tecla táctica para ubicarle en el campo. Últimamente le coloca en el costado derecho y ahí Leo no se encuentra cómodo, interviene poco y a sus 34 años ya no tiene la velocidad ni la potencia para desbordar. En el Barça su influencia era más por dentro para llegar al área y tirar paredes que favorecían su disparo ajustado al palo —que en la mayoría de las veces era gol—. También estaba más protegido físicamente porque sus esfuerzos eran más cortos, apenas 8-10 metros. En la banda el desgaste es mayor.
Sin embargo esta situación es superable por el argentino, aunque a lo largo de la temporada estos desajustes tácticos y físicos aparecerán cíclicamente porque Messi ya no es el que era; seguirá metiendo goles, pero su caudal físico va menguando poco a poco y no percibo en el jugador un entusiasmo desmesurado por revertir su situación física cada vez más en entredicho.
Es obvio que a Leo le gusta más jugar que entrenarse. Ese lujo se lo podía permitir con seis u ocho años menos cuando disfrutaba de una energía desbordante. Pero actualmente el físico puede llegar a ser más importante que la técnica. La plenitud física garantiza que las acciones técnicas en velocidad terminen con el desborde de los contrarios por ambos perfiles. Y repetirlos continuamente durante el juego. Y Messi a duras penas es capaz de protagonizar estas secuencias explosivas. Cuando lo hace necesita más tiempo de lo que la competición le regala para recuperar. Gracias a sus recursos técnicos salé airoso de muchas situaciones pero esto, a la velocidad que se juega hoy, es poco bagaje para el jugador que no hace mucho deslumbraba. Orgánicamente y muscularmente está al límite. El paso del tiempo no perdona ni al mejor jugador del mundo. Disfrutemos aunque sea a cuenta gotas de su calidad y de sus gestos técnicos porque su físico se va acercando al final de su trayectoria.