En el principio fue el 2-3-5, aunque inicialmente era un 2-2-6. Así se jugaba al futbol a finales del siglo XIX, en forma de pirámide creciente desde los dos defensas (en inglés llamados full-backs, nombre que aun retienen los laterales) a los tres half-backs (los centrocampistas) y los cinco delanteros. Aunque no lo parezca, la táctica tenía una importante carga defensiva: el fuera de juego se marcaba con tres jugadores, no con dos como hoy, y no se elaboraba la jugada: se imponía el kick and rush, si quieren “patada y carrera”, y estaba tan aceptado el proceso que cuando en Escocia se empezó a usar un juego combinativo se consideró una herejía. 

Lo cierto es que esa táctica tan llamativa producía pocos goles y el espectáculo corría el riesgo de ser dejado de lado por los espectadores, así que se introdujo la modificación del fuera del juego tal y como lo conocemos hoy: dos jugadores, generalmente el portero y otro, deben dar validez a la posición del atacante. Ese cambio, aunque no es el motivo único, cimentó el cambio a tres defensas, retrasando al centre-half (el jugador que ocupaba la posición central en la línea de tres) y generalmente insertándolo entre los laterales. Por eso la numeración tradicional tiene al 2 y 3 como laterales y al 5 como defensa central. La intención es que este jugador se hiciera cargo del delantero cetro del equipo rival en una época en la que se marcaba al hombre.

La táctica en el fútbol ha evolucionado casi desde sus inicios, siempre buscando la solución a un problema anterior. El 2-3-5 prácticamente hacia inútiles a los extremos, así que la siguiente evolución es la conocida W-M, un sistema 3-2-2-3 que retrasa a los dos delanteros que flanquean al centro y reduce los espacios entre los jugadores. Chapman, legendario entrenador del Arsenal, no fue el ideólogo inicial de la táctica, pero sí fue quien hizo mejor uso de ella en Inglaterra. Ni siquiera una serie de malos resultados al comienzo de su etapa le hicieron volver al 2-3-5 y de la mano de la W-M el Arsenal disfrutó de su primera época de grandes resultados.

La táctica se expandió por Europa y América a través de entrenadores británicos, pero apenas tuvo efecto en Inglaterra, en parte por el eterno conservadurismo de la FA y en parte por la falta de jugadores específicos. Chapman retrasaba a su equipo y jugaba en combinaciones en corto buscando el contraataque. Esta forma de jugar, además de no gustar, requería de jugadores con un nivel técnico que escaseaba en la época. Inglaterra fue tan reacia a tomar nota de los cambios tácticos que los ignoraron en sus derrotas ante la Austria de Sindelar, ya jugando como un falso 9 lleno de movilidad, o en las giras victoriosas por las islas del Dinamo de Moscú, que había adaptado la táctica mostrada a su vez por la selección de Euskadi en su gira por Rusia. Sin embargo, la doble derrota contra Hungría (3-6 en Wembley y 7-1 en Budapest) dejó muy claro el retraso de los ingleses en el desarrollo del juego.

Podríamos seguir con la historia de cómo unos cambios produjeron otros, pero lo explica mucho mejor Jonathan Wilson, habitual columnista en The Guardian y frecuente colaborador en el podcast del mismo diario, The Guardian Football Weekly, en su libro La Pirámide Invertida. En él repasa las influencias de unos entrenadores en otros, las razones por las que se produce un cambio táctico y la siguiente evolución. Aparecen nombres tan conocidos como Bielsa, Lobanovskyi o Herrera, junto a otros menos conocidos pero de gran influencia en su estilo. El libro no repasa grandes clubes ni grandes jugadores, y no debe sorprender, por ejemplo, el papel muy secundario del Real Madrid: esta ausencia no quiere decir que el Madrid jugase mal al futbol, simplemente que no tuvo entrenadores innovadores; fue siempre un club de jugadores. Tampoco es la única ausencia: el Liverpool sí es un club donde se venera a los entrenadores, pero ninguno de ellos innovó en Anfield (Klopp ya llegó con su estilo creado). 

A través de documentos y conversaciones mantenidas con los protagonistas de cada época, Wilson analiza como el fútbol de ataque deriva en el catenaccio, de allí a la táctica que anula la utilidad del cierre, y como poco a poco la pirámide original, del 2-3-5, acaba invertida en un 5-3-2. Del mismo modo que las derrotas ante la Hungría de Sebes y Puskas hizo cambiar a Inglaterra, otras derrotas sirven de catarsis en lugares como Argentina, desde donde surge el eterno debate Menotti-Bilardo. 

Voy a terminar la recomendación con mi detalle favorito del libro: el Mundial de 1970 fue el primero mostrado en color y vía satélite a todo el mundo y allí se pudo ver el juego de una selección de Brasil cargada de talento, algo que se quiso combatir en Europa con preparación física y con el fútbol total de Holanda. Los mismos protagonistas de la final del 70, Brasil e Italia, se encontraron en la segunda ronda del Mundial 82. Ese es el día, según Wilson, en que el sistema, la táctica, se impuso al talento puro. Desde entonces, cada entrenador ha podido poner mayor acento en uno u otro según sus gustos o posibilidades, aunque, naturalmente, talento y táctica conviven en todos los equipos.

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