En todos los partidos en Saint James’s Park, la afición de las urracas da la bienvenida al equipo al son de Local Hero, música de Mark Knopfler compuesta para la película del mismo título, traducida en España, vayan a saber por qué, como Un tipo genial. Los alrededor de 50.000 espectadores que acuden a ver su equipo componen una afición peculiar, por cuanto consideran a su club como un grande a pesar de que su ultimo trofeo oficial, logrado hace mas de 50 años, ya ni siquiera existe: la Copa de Ferias fue reemplazada primero por la Copa de la UEFA y luego por la Europa League.
Hubo un tiempo, no muy lejano, en que el club estuvo en la pelea por los títulos. Lo hizo con Kevin Keegan en el banquillo y con jugadores de la talla de Alan Shearer, Faustino Asprilla o Phillippe Albert. El equipo jugaba un fútbol tan valiente que en ocasiones se pasaba de largo. De tal manera que mezclaba derrotas épicas (un 4-3 en Anfield ha quedado como uno de los mejores partidos de la Premier League) con goleadas memorables, como un 5-0 a un United lleno de estrellas. Dos veces muerto en la orilla en el campeonato de Liga (subcampeón en 1998 y 1999), el Newcastle al menos pudo participar en la Champions.
La historia más reciente es la de un Newcastle que se ha visto en la segunda categoría con frecuencia y que no ha sido capaz de competir con los más grandes del Inglaterra. Los propietarios de fondos ilimitados, como los del Chelsea o Manchester City, alejaron al Newcastle aún más de la elite.
En este tiempo de vacas flacas, los aficionados han cargado contra el propietario, Mike Ashley, un londinense al que han acusado —no sin razón— de tener el club simplemente como un negocio más, como una de sus tiendas de deportes, feliz mientras la cuenta de resultados financieros sea positiva. Durante sus 14 años al mando del club, la inversión en fichajes ha sido mínima en comparación con el resto de la Premier. La prueba es que se tardó varios años en superar el gasto histórico del club, los 15 millones de libras pagados por Shearer en los años 90, entonces récord mundial y hoy el coste de un lateral suplente de la primera división francesa. Su gestión y su procedencia londinense (no olvidemos la habitual fractura entre norte y sur de Inglaterra) no hicieron de Ashley el héroe local de la música de Knopfler. Año tras año, la afición se manifestaba reclamando la venta del club.
Ashley estaba en su derecho de vender cuándo y a quién quisiera, o así parecía hasta que la Premier League, por una vez, aplicó su normativa, la llamada fit and propper person, que describe los requisitos necesarios para que un comprador sea la “persona adecuada”. Pero no se equivoquen. La oferta de compra de la familia real de Arabia Saudí no fue rechazada por las continuas violaciones de derechos humanos en el país, ni por el asesinato de Jamal Khashoggi en Turquía o por la presunta participación del gobierno saudí en la operación. No, el problema era el pirateo de la señal de televisión de los partidos de la Premier en Arabia Saudí, de nuevo, con la participación estatal en primerísima línea. La Premier había vendido a BeIn Sport los derechos para la zona, pero en Arabia Saudí se ofrecía la señal a través de BeOut, una canal pirata —máxima puntuación por el sentido del humor— que no tenía otro objeto que sabotear a BeIn, de propiedad catarí.
La decisión de la Premier fue algo más que una china en el zapato de Boris Johnson. Arabia Saudí es un cliente importante, como lo es para España, en el mercado militar. Que la Premier impidiera a la familia real darse el capricho de comprarse un club de fútbol amenazó varias negociaciones en curso. Mientras tanto, la afición del Newcastle, deseosa de despedir a Ashley, protestaba por el parón en las conversaciones. Unos querían el dinero del jeque para ser “el nuevo PSG”, otros querían que Ashley se fuese… y sólo una minoría se sentía incómoda con en el acecho saudí.
Las negociaciones han continuado durante meses y finalmente el gobierno saudí ha accedido a retirar las emisiones piratas de televisión en su territorio, con lo que la Premier no ha tenido objeción a la hora de aceptar el dinero de un gobierno que no respeta los derechos humanos. Algunos aficionados han celebrado la venta del club como un trofeo y Boris Johnson puede respirar por fin por no perjudicar sus relaciones comerciales. Nada nuevo: si los propietarios del City revitalizaron toda una zona deprimida de Manchester, ¿qué nos puede importar cómo traten a sus ciudadanos en Abu Dhabi? Si los dueños del Newcastle regeneran una parte de la ciudad y dejan de piratear la señal de televisión, bienvenidos sean.
Seguramente empezarán ahora los rumores que pongan a Conte o Zidane en el banquillo, a Haaland, Mbappé, Messi, Kane o Sancho vestidos de blanquinegro. La Premier posiblemente vea su valor al alza y, al tiempo que lanza mensajes corporativos de lucha contra el racismo, la homofobia o en favor de la integración social, habrá mujeres en la cárcel en Arabia Saudí simplemente por exigir derechos que deberían ser básicos.
Poderoso caballero es don dinero. Vaya si lo es.