No hay jornadas fáciles en esta Euroliga. El Mónaco no posee una gran tradición como club de baloncesto —lo que no motivó mucho al público madridista: acudieron pocos más de 3.000 dejando una fría estampa de gradas salpicadas de huecos—, pero conviene recordar que se trata del campeón de la Eurocup, segunda competición del basket europeo. Y, por encima de todo, que cuenta entre sus filas con uno de los mejores talentos del continente: un genio individualista, complicado, polémico e inverosímil llamado Mike James, que ha encontrado en la Costa Azul un refugio estupendo en el que disfrutar liderando un proyecto más “humilde” y olvidar sus cuitas existencialistas moscovitas.
El arranque del encuentro, sin embargo, parecía dar la razón a aquellos que habían preferido quedarse en casa, confiados en solucionar el trámite por la vía rápida. El afrancesado quinteto titular del Madrid ofreció una salida fulgurante dirigida por Heurtel —cada vez más suelto, pese a algunas pérdidas— y coronada por Yabusele, fichaje extraordinario al que dan ganas de decirle que se corte un poco, no vaya a ser que haya un ojeador de la NBA ocioso en pleno invierno. Hanga aparecía por todas partes repartiendo ayudas y corriendo al contraataque, y la intimidación de Tavares en ambas pinturas negaba cualquier opción a los monegascos. El marcador llegó a estirarse hasta los veinticinco puntos de ventaja, con un contundente 44-19 que prometía tres cuartos de balsa de aceite.
Uno nunca sabe del todo los motivos de los cambios bruscos de inercia. Quizá fue la entrada de una segunda unidad blanca bastante menos acertada, quizá una inconsciente relajación promovida por el apretado calendario —cinco citas en nueve días, ni un universitario con Tinder—, quizá una serie de acciones mal arbitradas por parte de un compasivo Lamonica —si los colegiados ya suelen de por sí compensar inconscientemente cuando un equipo recibe una paliza, qué decir de un italiano, pueblo inclinado a la piedad—, quizá el encomiable empeño de Hall en no rendirse y acumular rebotes para buscar las segundas opciones. Quizá todo a la vez. En cualquier caso, para cuando el público del Palacio se quiso dar cuenta el viento del partido había variado y había emergido la figura de Mike James, más dispuesto a derribar la puerta que a llamar educadamente.
Los triples del norteamericano, en algunas ocasiones hasta rocambolescos, iban minando la confianza mostrada por el Madrid, que en cada posesión perdía un poco de autoridad. El tercer cuarto fue especialmente preocupante: la ventaja se dilapidó como la herencia de un hijo acomodado. Causeur era incapaz de defender al francotirador de Portland, de modo que Laso acudió al marcaje de Taylor para tratar de reducir daños —el sueco, por cierto, aportó dos triples valiosos a los que últimamente nos había desacostumbrado—. No obstante, animados por los canastones de James, sus compañeros también se crecieron. Andjusic y Will Thomas castigaron desde el perímetro, y el segundo culminó la remontada: 81-83 a falta de tres minutos.
Heurtel pedía la bola demostrando personalidad, aunque sin encontrar después espacios ni líneas de pase. Yabusele dio un poco de aire anotando tres tiros libres, pero el partido seguía en un puño y el miedo se palpaba en el ambiente y en la pista, donde cada jugada salía a trompicones. En ese aciago instante, con el encuentro a punto de convertirse en esa ruleta rusa que los entrenadores detestan, un triple frontal y lejanísimo de Rudy, hasta hoy desacertado en el tiro en el inicio de temporada, noqueó a un Mónaco que había logrado lo más difícil. En la siguiente acción su héroe caía lesionado del gemelo —fue ovacionado al retirarse— y el Madrid aprovechaba los últimos segundos sin el timón rival. El sonido final de la bocina casi quedó amortiguado por el de los resoplidos de alivio.
Dicen que las victorias sufridas saben mejor y que además sirven de mayor aprendizaje. Añadiría que no solo para los de la pista: el público comprobó anoche que la falta de nombre en el rival no constituye una excusa convincente para no acudir a dar aliento. Sobre todo si enfrente hay alguien como Mike James. En cuarenta y ocho horas viene el Panathinaikos, que en principio se halla muy lejos de aquellos de Wilkins, Spanoulis, Giannakis o Nikos Galis. Pero cualquiera se atreve a relajarse.