Hay estrellas que siempre brillan más en el firmamento. Y Francia no solo tiene dos bordadas en el pecho, sino que además cuenta con un tridente que sería la envidia del mismísimo Dumas para cualquiera de sus novelas de caballerías. No hay un frente ofensivo que iguale (y se compenetre) al formado por Benzema, Mbappé y Griezmann. Y hoy quedó demostrado. Capaz de remontar un 2-0 ante la número uno del ranking FIFA. Capaz de sobrevivir al zarandeo de Lukaku y compañía en la primera mitad. Capaz de ganar partidos y campeonatos sin la necesidad de alcanzar nunca la excelencia. Con ese aire de suficiencia que siempre acompañó a los espadachines.
El partido homenajeó a Dante Panzieri y su Dinámica de lo impensado. Al fin y al cabo después del repaso de Bélgica a la campeona del mundo en los primeros 45 minutos nadie podía imaginar el desenlace final. Mientras De Bruyne gobernó el choque, los diablos rojos bailaron sobre el césped de Turín. No había redención posible para una Francia timorata y parapetada en ese 5-2-1-2 que deja a los tres mosqueteros como únicos versos libres. Y en ocasiones libre es sinónimo de aislado. Bélgica, que también se dispone con un dibujo similar, junta centrales y lanza carrileros, pero su esencia tiene más que ver con la del aventurero Tintín.
Quizá influya tener todocampistas como De Bruyne o Tielemans o disfrutar de la madurez de Carrasco tras la mili en China. Fue el carrilero colchonero el encargado de asestar el primer golpe. A contrapié y por el primer palo, así llegó el primer derechazo. El segundo fue una obra de arte que emparentó a Lukaku con Ronaldo Nazario. O’Fenomeno usurpó el corpachón de Romelu para dejar correr la bola entre sus piernas, ganar a su par y lanzar un zapatazo cuando el ángulo era ya minúsculo. Lloris cayó de culo vencido a partes iguales por la impotencia y el Síndrome de Stendhal.
Francia, a remolque, se lanzó a por su rival en la segunda mitad con una presión adelantada que lo reducía todo a duelos individuales. Ahí se imponía el físico y las piernas galas, pero los problemas llegaban a la hora de encontrar rendijas en la zaga belga. Construir siempre es más costoso que demoler. Las pérdidas empezaron a acumularse entre los Diablos Rojos que pese a todo no perdían la compostura y conseguían atenazar los nervios a pesar de que el enjambre galo flotaba ya en la corona del área. Por ahí aparecían Mbappé, Griezmann y Benzema, en unas permutas constantes, con la libertad propia del que se siente monarca en este corral. Fue Griezmann el primero en lanzar un picotazo tras la enésima cabalgada de Mbappé. La diana era todavía esquiva.
Francia entendió entonces que al diablo es mejor engañarlo que convencerlo. Se entregaron al talento de Benzema, que volvió a bailar como Fred Astaire para encender la mecha de la remontada. El taconeo dentro del área del delantero del Madrid desconcertó a todos, incluido su compañero Courtois que nada pudo hacer ante el gol. Los nervios aparecieron entonces en los pupilos de Martínez, al que podría achacársele que no detuviera el partido, que no frenara con cambios o desde la pizarra el alud tricolor que se le venía encima.
Pogba iniciaba las acometidas y servía en bandeja el balón para que los tres gallos hicieran diabluras. Para entonces solo un equipo existía en el Juventus Stadium y en medio de esa inercia el VAR echó un cable a los de Deschamps. La falta fue tan leve como innecesaria, pero el videoarbitraje se chivó del contacto entre Tielemans y Griezmann y Daniel Siebert rectificó para señalar los once metros. Mbappé ponía la igualada con un golpeo excelso a la escuadra. Entonces sí, el campo se volcó hacia la portería de Courtois. El agua se colaba entonces hasta los camarotes y Hazard volvía a levantar la mano para salir de la escena con una inoportuna lesión.
Mientras boqueaba, a Bélgica todavía le quedó un ramalazo de orgullo. Un último tiro de gracia. Fue Carrasco el que se aventuró por la izquierda para ponerle un balón de gol a Lukaku. Romelu remató con la frialdad de los asesinos en serie a pocos segundos del 90. El VAR volvió a dar una vida extra a los franceses anulando el tanto. Dumas y sus protagonistas no tenían salvavidas alguno, pero los de Deschamps no desaprovecharon esta nueva oportunidad. Fue un actor secundario como Theo Hernández quien finalmente acuchilló a Bélgica. Ese balón que susurraba acabar en la bota de Mbappé fue controlado por el lateral del Milán. Su zapatazo se clavó como una daga en el costado de los belgas. Otra vez las semifinales como última frontera de Roberto Martínez y sus chicos. A la Generación de Oro se le está poniendo cara de bronce. Solo la irreverente España de Luis Enrique puede ya frenar a los tres mosqueteros.