Anoche me inquirió mi amigo Nacho que qué partido había visto yo en Mestalla (en directo) para afirmar que el partido de Vinicius había sido, una vez más, inocuo, insulso, una nada sin asas a la que agarrarse.
Aún intentando sacar el debate de nuestra Guerra de los Cien años futbolera (a mí me gustaba Robben, a él Robinho; a mí Benzema y Negredo, a él Higuaín; a mí Isco o Granero y a él James…), asisto con asombro a diversos y variados MVP’s mensuales, semanales y diarios con la sensación de que me están dando gato por liebre, cual show de Truman.
Si bien su partido contra el Celta fue bueno hasta mi asombro, el de Mestalla resultó desasosegante. Es verdad que luego marcó (no se puede negar que muestra talento para el billar) y que puso un centro que logró convertir el de siempre en un gol que puede ser decisivo a final de Liga. No obstante, en los 85 minutos anteriores tuvo dos marcadores —Correia y Foulquier— que distan mucho de la élite aunque son aguerridos y físicos cuales estibadores marselleses. Y de ninguno se fue. Ni una vez. Más bien al contrario. Algo a tener en cuenta en tanto en cuanto el principal argumento de su recio bufete de abogados defensores es que “es el único que al menos encara/desborda”.
Pero esa ya no es la cuestión, ni tampoco que dos cuñados de diferente equipo coincidan en que mucha más trascendencia para el marcador final tuvo el descarado paso atrás que supuso el triple cambio efectuado por Bordalás que la pericia o el empuje de ningún jugador de verde quirófano, con la salvedad, tal vez, de quien no merecía los minutos destinados al ínclito Higuaín.
En esta sociedad en la que cambiamos de gustos y criterio como quien desliza el dedo sobre fotos de desconocidos en Tinder (según me cuentan), se hace necesario para vender una Liga bombardeada —no desde dentro, sino desde su falangista cúspide— elevar actuaciones afortunadas pero mediocres a altares antaño reservados a semidioses de la psicomotricidad. Porque el balón entró y eso hace tres meses no era vara para medirle y ahora sí, según parece. Que cómo iba a cambiar alguien jugar con Messi a jugar con él, se leía.
Por eso, quién soy yo para descartar que el joven y optimista Vinicius pueda hacer lo del Celta todos los días cuando todo cambia, nada permanece y las opiniones son efímeras cual cerveza en Agosto.
En otro orden de cosas, como autoproclamado viudo de Zidane debo decir que asisto con estupor a las bienaventuranzas del en su día defenestrado Ancelotti. Tan inexplicable me resulta el aumento de puntería de Vini como el desmantelamiento del sistema defensivo que hace cinco meses casi lleva a ganar una Liga a lomos del nuevo capitán de facto. Ya sé, la manta corta. Pero es que se ha recortado la manta por abajo sin extenderla por arriba. Y me temo que esta primaveral explosión de acierto cara a gol en minutos finales preceda a un desplome similar al posterior al otoño de los récords con James e Isco compartiendo mediocampo tan fraternalmente como Nacho y yo solomillos de ternera. Seré un pesimista, como Nacho (Fernández, el cumplidor). O un inconsciente, como Lucas, al que otra alucinación colectiva le ha hecho creer que es lateral, como en Goodbye Lenin. Pero lo que no me considero es desmemoriado. Y estoy convencido de que Zidane se fue porque no estaba dispuesto a resfriarse con una manta deshilachada de tanto estirarla esperando, iluso de él, un calefactor parisino que tal vez nunca llegue por problemas logísticos.