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La crónica del Cádiz: sobre la supervivencia

Sobrevivir. A veces (o casi siempre) lo único que importa es sobrevivir.

Cuando Díaz de Mera señaló el túnel de vestuarios y emitió los tres pitidos de rigor (dos cortos y uno largo, “por fin” en código morse) el Cádiz había sobrevivido a un acoso infernal del Celta, desesperado ante la perspectiva de volver a perder en el Abanca-Balaídos en esta quinta jornada del torneo liguero. Quiero pensar que el corazón de todos los cadistas también sobrevivió a ese último cuarto de hora terrorífico en el que el larguero se convirtió en nuestro jugador número doce.

Sin embargo, no todo el choque presentó ese cariz agónico. Muy al contrario, la escuadra de Cervera se mostró contundente y segura durante el primer periodo. Y eso que el técnico guineano había puesto en liza una alineación que podríamos calificar, sin temor, de experimental. Debutaba Chust junto a Haroyan, debutaba el juvenil Bastida en un triple pivote junto a Fali y Marcelo, veían el partido desde el banco Jonson, Álex y Negredo. O puerta grande o enfermería.

El caso es que la apuesta fue exitosa porque el Celta, con su rutilante ataque, apenas si encontró caminos francos en el laberinto amarillo. Su habitual Teseo, Iago Aspas, estuvo bien neutralizado por la zaga y, en el centro del campo, Fali opacaba el fútbol de seda de Denis Suárez. El Cádiz defendía con energía y agresividad, colocando la línea un poco más adelantada que en los partidos anteriores y, así, la primera mitad del librillo cerveriano se cumplía a la perfección: arena a mansalva para atascar el engranaje rival, que apenas si generaba ocasiones. El segundo mandamiento, contragolpear con peligro, tuvo nombre propio: Choco Lozano. El hondureño protagonizó varias acciones de mérito, permitiendo al equipo oxigenarse y metiendo el miedo en el cuerpo a la defensa gallega. En el minuto 38 el ariete remató a gol una falta bien ejecutada por Alarcón, que obsequió al catracho con una rosca dulce. No terminaron ahí las diabluras del Choco: unos minutos más tarde le ganó a Fontán la carrera y la posición, provocando un penalti de la subespecie “frustración de central”. Salvi lo tiró mal, pero Espino (imperial y volcánico toda la noche) llegó antes al rechace y colocó el segundo tanto en el marcador. El Cádiz se marchaba al entreacto con un contundente cero a dos y con magníficas sensaciones. Si la grada local no entonó música de viento en señal de disgusto fue solo porque la prolongada ausencia ha enternecido el corazón de los hinchas.

La ventaja era tranquilizadora, sí, pero en estos inicios de temporada los equipos parecen bebés titubeantes y los tropezones son no solo previsibles, sino inevitables. Ningún cadista daba el partido por ganado, ningún celtiña arrojaba la toalla. Coudet tocó a rebato y efectuó un triple cambio en el descanso: Nolito, Galhardo, Brais. Más troncos (con perdón) para la locomotora.

Desde el principio de la segunda mitad las sensaciones no eran del todo buenas para los gaditanos. Ante la acumulación de atacantes, el balcón del área se convirtió en burladero y los metros de césped regalados significaron asedio constante, saques de esquina, disparos lejanos. Para colmo, los dos bastiones del equipo en defensa y ataque (Fali y Lozano) sufrieron sendas lesiones que mermaron sensiblemente el potencial del equipo. Como suele ocurrir en estas ocasiones, los locales abrieron la lata en una jugada mitad meritoria, mitad estrambótica. Al final de los rechaces, Santi Mina se encontró con un balón en posición franca y pudo batir a Ledesma.

A partir de ahí, Numancia, Zaragoza, Stalingrado.

No pude evitar acordarme del capítulo en el que Homer Simpson se dedicaba al boxeo por una cualidad insólita: no podía caerse por más golpes que sufriera. El Cádiz, como un tentetieso, recibía ganchos, directos y uppercuts que encajaba con estoicismo y, tal vez, musitando una oración. El descuento, que nos birló la victoria contra Osasuna, fue esta vez piadoso con nosotros y, en lugar de goles en contra, nos regaló largueros salvadores.

Y así, entre la desesperación del Celta y la agonía del Cádiz, el partido, convertido en un ejercicio de supervivencia que ríase usted de los marines, concluyó.

Al final, sobrevivió el Cádiz y sobrevivimos los cadistas. Hay muchas cosas que mejorar, pero siempre será preferible hacerlo entre sonrisas (que, gracias a la victoria, también sobrevivirán).

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