El ciclismo tiene una particularidad, los premios más importantes no son copas. Sí, existe un trofeo al campeón del Tour, la París-Roubaix premia con un adoquín al ganador, incluso la Clásica de San Sebastián corona con una txapela al txapeldun, pero el objeto más deseado por cualquier ciclista y con el que siempre sueña, es el maillot. El inconfundible maillot amarillo del Tour y otro que tiene tanto valor o más que el primero, el arco iris que viste el campeón del mundo y que este año cumple cien años desde su nacimiento, en 1921 como prueba para ciclistas amateurs y desde 1927 incluyendo ya a profesionales.
A diferencia del maillot amarillo, el campeón del mundo viste la elegancia del arco iris durante toda una temporada y desde las primeras carreras siente el peso que tiene en el pelotón. En esa selva en la que muchas veces un hueco se hace a base de codazos y empujones, en pequeños espacios en los que antes siempre aparecía una rueda rival, el arco iris tiene la mágica capacidad de abrir pequeños espacios y permitir a su portador rodar más cómodamente. Fuera de la carretera también puede cambiar la carrera de un ciclista. Llegan ofertas de los mejores equipos, con cifras mucho más tentadoras y crece también su jerarquía; ya no te toca trabajar tanto para los compañeros y serán ellos quienes se esfuercen para que tú disputes las victorias.
Oscar Freire era un ciclista prácticamente desconocido que formaba parte del equipo Vitalicio cuando logró su primer campeonato del mundo con apenas 23 años. Luego ganaría dos más para igualar a Binda, Van Steenbergen, Merckx y Sagan en ese altar de los ciclistas con más títulos mundiales, pero fue aquel primero el que le abrió las puertas de los mejores equipos de clásicas del mundo. Él sabía desde muy joven que los equipos españoles no daban importancia a las carreras de un día y que debía buscar un hueco en alguno de los grandes equipos belgas o italianos para aprovechar sus condiciones de clasicómano.
Porque el ciclismo español siempre ha puesto su punto de mira en las grandes vueltas y puede que no haya sido hasta el triunfo de Valverde en 2018 cuando se ha empezado a valorar el campeonato del mundo al mismo nivel que siempre lo han hecho en otros países. Valverde persiguió el maillot arco iris casi como una obsesión. Es, de hecho, el ciclista con más medallas en la historia de los Mundiales. La primera la logró con apenas 23 años, una plata que daba más brillo aún al oro logrado por Igor Astarloa. Después logró otra plata y cuatro bronces más, pero el maillot arco iris se le resistió durante quince años, hasta que lo logró en Innsbrück con 38 años de edad.
No es casualidad que sean belgas, franceses e italianos quienes más veces han vestido el arco iris, no en vano son los países donde la cultura de clásicas está más arraigada y de donde han salido los mejores rodadores. No es fácil conseguir una plaza en una de esas selecciones, de hecho, el italiano Sciandri optó por aprovechar su doble nacionalidad para correr con la selección del Reino Unido y asegurarse una plaza en el mundial. Por el contrario, ganarte la categoría de líder de una de estas escuadras aumenta mucho tus probabilidades de victoria.
En el Mundial del 2002, disputado en Zolder (Bélgica), la selección italiana quería aprovechar el poco desnivel del circuito para hacer que la carrera terminara al sprint y asegurar la victoria del mejor velocista del mundo, Mario Cipollini. Figuras del calibre de Bettini, Nardello o Di Luca trabajaron para controlar las escapadas, en los últimos kilómetros Scirea, Lombardi y Petacchi se encargaron de lanzar el sprint y Cipollini coronó con suficiencia un trabajo de equipo.
Pero no siempre resulta tan sencillo ganar el maillot arco iris. A veces, formar parte de uno de los equipos más fuertes puede ser un freno. El belga Rik Van Looy figura entre los grandes corredores de clásicas de la historia, sin embargo, el inicio de su carrera coincidió con el zenit de otro fuera de serie, el también belga Van Steenbergen. En 1956 ambos llegaron al sprint final con opciones de victoria, pero Van Looy vio cómo su compatriota De Bruyne se aliaba con Van Steenbergen para arrebatarle la victoria y dejarlo con el segundo puesto. Van Looy, enfurecido, no quiso subir al podio. Debió esperar cuatro años para disputar un campeonato del mundo como líder del equipo belga y, entonces sí, logró hacerse con dos triunfos consecutivos. En 1964 todo apuntaba a que Van Looy igualaría la mágica cifra de tres victorias. Hasta que otro belga, Benoni Beheyt, se saltó la disciplina del equipo, se atrevió a disputarle el sprint a su líder y le arrebató el maillot arco iris a pocos metros de la llegada. Previamente había rechazado ayudar a su líder argumentando que ya se había vaciado en carrera. Van Looy, enfurecido una vez más, se sintió traicionado y marcó con una cruz a Beheyt. En adelante cualquier intento de victoria suya en cualquier carrera sería respondido por la “guardia roja” liderada por Van Looy. El acoso fue de tal calibre que Beheyt decidió dejar el ciclismo a los 26 años. “Es mejor así” declaró.
En las antípodas de aquel desenlace tenemos la respuesta de Indurain ante el ataque de su compañero Olano. Aquel año un recorrido muy montañoso favorecía las condiciones del navarro y el equipo español trabajó para que todo fuera según lo previsto. Cuando Olano atacó a falta de una vuelta para el final, Indurain miró para atrás y con su mera presencia imponente frenó la respuesta de cualquiera de sus rivales. Luego, el pinchazo de Olano a falta de un kilómetro contribuyó a que la primera victoria de un ciclista español tuviera el más épico de los finales.
Por suerte el ciclismo es un deporte tan impredecible que no siempre es necesario contar con el respaldo de un gran equipo para ser campeón del mundo. Para la edición de 1933 Francia contaba con Magne y Lapébie como líderes. La baja por enfermedad de Chocque obligó a llamar a última hora a Georges Speicher, último ganador del Tour de Francia, que se encontraba disfrutando de su victoria en una sala de fiestas de París. Llegó a Monthery con poco tiempo de antelación y avisó a sus compañeros, “voy a atacar en cuanto empiece la prueba, así hago trabajar a los italianos y os facilito la victoria”. Efectivamente, atacó a los cien metros de darse la salida, pero el resto de participantes no volvió a verlo hasta cruzar la meta. Speicher se convirtió en el primer francés en vestir el maillot arco iris, ayudado por la utilización de cambios en su bicicleta, un avance tecnológico del que fue pionero y que no tardó en extenderse en el pelotón.
En 2013 fue el portugués Rui Costa quien se benefició del trabajo de los españoles para terminar siendo campeón del mundo. “Purito” Rodríguez lo tenía todo a su favor a falta de apenas dos kilómetros, escapado con varios segundos de ventaja y con Valverde controlando a los perseguidores. En la larga recta de meta, el portugués saltó y el Bala no pudo frenarlo. Alcanzó a Purito a falta de doscientos metros y terminó llevándose la victoria. Las caras de los dos españoles en el podio delataban la magnitud del golpe.
Al final, para vestir el maillot arco iris es necesario leer bien la carrera, tener buenas piernas y contar con un poco de suerte. En 1988, en el Mundial disputado en la localidad belga de Renaix, fueron Criquielion, el canadiense Bauer y el italiano Fondriest quienes llegaron escapados al sprint final. El belga corría en casa y quería aprovechar su experiencia. Cuando Bauer lanzó el sprint siguió su rueda, dejando a Fondriest atrás. Aceleró a 150 metros de la meta y trató de adelantar a Bauer, pero el canadiense lo cerró contra las vallas. Criquielion terminó en el suelo, Bauer se desequilibró y Fondriest rodó en cabeza hasta la meta. El belga entró caminando, con su bicicleta rota en la mano, levantando su brazo en señal de protesta, mientras el italiano se echaba las manos a la cabeza sin creerse todavía campeón del mundo. Bauer salió escoltado por la policía, ante las protestas del público belga.
Fondriest terminó luciendo el maillot arco iris en el podio. Al año siguiente, su mayor victoria fue la Copa Sabatini. Como dice Bernard Hinault, “ganar el maillot arco iris está bien, pero luego hay que confirmarlo”. Porque semejante distinción obliga también a estar a la altura del prestigio de la prenda y algunos ciclistas han terminado por completar una mala temporada, a veces superados por la presión y otras víctimas de esa mala suerte que algunos llaman la maldición del arco iris y que se cebó con el belga Monseré, campeón del mundo en 1970 y fallecido el marzo del año siguiente cuando fue atropellado por un vehículo que se cruzó en el recorrido de una carrera. Cinco años más tarde falleció también su hijo, atropellado por un coche cuando andaba en bici vistiendo el maillot arco iris.
Este domingo, en el centenario de la prueba, los mejores ciclistas del mundo volverán a competir por vestir la prenda más deseada del pelotón. Los favoritos, Van der Poel, Van Aert y Alaphlippe están respaldados por tres grandes selecciones, pero ya hemos visto que esta ventaja no siempre es garantía de victoria.