Si a un aficionado culé le dijeran hace 10 años que iba a haber una pandemia mundial, ese escenario cuasi-apocalíptico le parecería más factible que la posibilidad de ver algún día a su Barça jugando con un planteamiento digno del futbol paleolítico. Desplegando el famoso “fútbol de hombres con coraje”. Colgando balones a la olla como en cualquier patio de colegio que se precie. Los Bulls post Jordan ya están aquí.
El caso es que nunca se sabrá si Q-Man tenía otro tipo de planteamiento táctico en su cabeza (seguramente no) pero el tempranero gol del Granada destapó todos los males de su equipo. Sin profundidad, sin ideas, sin regates, sin pases entre líneas… sin un atisbo de fútbol. Desde ese minuto 1, el técnico holandés debió pensar que si un centro siempre puede ser gol, centremos hasta morir pues. De ser cierta la hipótesis Koemaniana, el Barça pudo haber ganado 54 a 1. Porque hizo nada más y nada menos que 54 centros al área. Cincuenta y cuatro. Y todo para que De Tronk, a menos de un metro de la línea de gol, rematase con los ojos cerrados por encima del larguero. Los que pensaban que era el cuarto delantero del Sevilla porque sí o porque Lopetegui le tenía manía, no habían tenido en cuenta que el “supuesto especialista” había metido menos goles de cabeza en toda su carrera que Messi con 1,69 en una sola temporada.
Analizado con perspectiva, tal vez la opción de bombear balones era la única manera efectiva de llegar al área ante el paupérrimo despliegue del centro del campo blaugrana, otrora referente mundial. Del Busquets crepuscular, al tormento de Le-Metí-Un-Gol-Al-PSG pasando por un De Jong desconocido y todo ello coronado con la vuelta a la titularidad de Coutimo, el hombre de los 160 millones a.k.a “La mayor estafa de la historia del fútbol”. Ya ni siquiera es capaz de hacer su característico disparo desde fuera del área.
La traca final coincidió con la salida de Piqué para jugar de 9. “Para Cruyffista yo”, debió pensar Q-Man. Porque no estaba el partido aún en el descuento. Ni cerca de él. Con casi 20 minutos por delante, el Barça asediaba el área del Granada a melonazos buscando las cabezas de Piqué, Araujo y De Tronk. Recuerden cuál era el tridente que atacaba en ese área hace menos de un lustro y traten de no llorar. Ante el apocalipsis futbolero, solo el refranero popular pudo salvar al Barça de un ridículo mayor: Araujo sacó el barro, le dio forma, lo metió al horno, cogió el cántaro recién hecho, corrió hasta la fuente más de 10 veces, lo llenó, lo vació, lo volvió a llenar y finalmente lo rompió. Todo el club esperando hasta el último minuto del cierre de mercado buscando un buen rematador y resultaba que el especialista ya estaba aquí.