Flandes tiene un lugar destacado en la historia del ciclismo. Para el aficionado español, más atento a las grandes vueltas, esos lugares de honor lo ocupan Alp d’Huez, Covadonga o el Mortirolo. Tendemos a ignorar las clásicas de primavera y ahí también se ve ciclismo del bueno.
El Mundial organizado por Bélgica presentaba un bonito recorrido, con explosivas subidas cubiertas de pavés, un terreno para clasicómanos belgas, neerlandeses, daneses, italianos, franceses y no españoles. Durante toda mi infancia (y algo más) España paseaba por los Mundiales sin nada que hacer salvo un par de medallas de bronce que pescó Juan Fernández. La excusa era siempre que aquello era para sprinters y nosotros sólo teníamos escaladores. La realidad es que el Mundial es el Tour de los especialistas en clásicas, y España las ignoraba.
A partir del triunfo de Olano en Colombia España ha sabido competir, en gran medida porque Valverde y Freire sí entendían las clásicas. Pero incluso ganando o casi siempre había polémica. Olano “se lo robó” a Indurain. Valverde no ayudó a Purito…
En el Mundial de Bélgica España volvió a otras épocas que parecían pasadas. Eso, y la derrota ante Italia y por penaltis en la Eurocopa, nos ha trasladado a un tiempo en el que éramos mucho más jóvenes. Hasta que nos cruzamos con un espejo. En definitiva, el Mundial ha sido la constatación de un pésimo año del ciclismo español que nos pone lejos de las grandes potencias que supone debieran ser nuestra compañía. Sin victorias de etapa en las tres grandes y papeles muy secundarios en los Juegos, el campeonato de Europa y el Mundial ,no queda más remedio que recurrir a la frase de Piqué: es lo que hay, somos lo que somos.
Y somos un ciclismo tan obsesionado en ganar el Tour de Francia como lo estuvo el Madrid con la séptima Copa de Europa o el Reino Unido con ganar Wimbledon. Y para colmo sin corredores capaces de ganar. Si Carapaz, Bernal, Evenepoel, Yates o Roglic fuesen españoles… Ni Mas ni Soler van a ganar una grande. Tampoco sabemos pelear etapas, ni apreciar el valor de las victorias parciales. No voy a volver a insistir en el error que supone ignorar las clásicas.
Sin España en juego (al menos quedó el intento de García Cortina) quedaba disfrutar de una preciosa carrera como aficionado neutral. Dinamarca quería estar presente, Bélgica asumió el papel protagonista e hizo trabajar a Italia, que confiaba en Corbelli. Los Países Bajos quizá no confiaban tanto en Van der Poel y se dejó el trabajo a otros. Francia avisaba a ratos.
El primer protagonista fue Evenepoel. Se sospechaba injustamente de él y se ha sugerido que haría su carrera en perjuicio del gran favorito, su compatriota Wout van Aert. El ataque a 180 kilómetros de meta creó un buen grupo de corredores que dio descanso a Bélgica e hizo trabajar a Italia.
Aún se metió en dos escapadas más Evenepoel. El ataque de García Cortina se convirtió en la escapada definitiva cuando los supervivientes del corte fueron alcanzados por los favoritos que enlazaban tras un ataque más de Alaphilippe en un muro de pavés. Los ataques del francés eliminaron a todos aquellos que ya no tenían fuerzas.
Evenepoel reventó a 25 kilómetros de meta. Alaphilippe volvió a arrancar poco antes de iniciarse la última vuelta, justo cuando Van Aert llegaba al grupo de cabeza. Ya no pudo seguir el ataque y lo intentaron el belga Stuyven, el neerlandés Van Baarle, el danés Valgren y el estadounidense Powless. Llegaron a estar a ocho segundos del francés… pero no le dieron caza.
A falta de Evenepoel y Van Aert (medallistas en la prueba contrarreloj) se esperaba que Stuyven, un buen sprinter, ganara la plata en su ciudad. Fue superado por Van Baarle (ganador de la prueba A través de Flandes este mismo año) y Valgren, dos veces ganador de la Lieja sub-23 y de la Amstel Gold Race. Bélgica se quedaba sin medalla, aunque ofrecieron un gran escenario, espectáculo y ambición.