Cuando Ronaldo Nazario se empeñaba en ganar un partido era difícil que alguien le llevara la contraria. Se le notaba mucho cuando tenía un interés extraordinario, cosa que no ocurría siempre. En esas fechas señaladas su gestión de la victoria era estrictamente individual. Desde hace algún tiempo, Benzema comparte la capacidad para decidir partidos (reservada a los más grandes, sobra el apunte), pero su gestión de la victoria es colectiva y su interés permanente. Cuando el equipo decae, su preocupación es agitarlo con fútbol, y entonces se comporta como si repartiera galletas chinas de la suerte. Cada pase incluye un mensaje, motivador a veces y estratégico casi siempre. Nos hemos pasado años buscando una definición que le encaje y quizá la más adecuada sea la de delantero-entrenador. Más que repartir juego, Benzema reparte ideas.
Cuando conectó con Vinicius en la jugada del empate, el balón que le entregó era de la marca Chuta. Y el chico chutó. La siguiente pelota que le llegó era de la marca Pasa y Vinicius volvió a obedecer. El movimiento de Benzema fue más académico que el remate (marcó con el hombro), pero hasta ese detalle (arrimar el hombro) sirve para demostrar que su obsesión no es el gol, sino la ventaja, convertida en última instancia en victoria.
El partido lo ganó Benzema y lo maduró la determinación del equipo en el asedio. En ese arreón final se escuchaba la música de Tiburón mientras el Valencia chapoteaba en la orilla a dos brazadas de salvarse. La pura esencia del Real Madrid no es jugar mejor, sino creer más. Pero no hablo de una confianza cualquiera, sino de una confianza caníbal que le arrebata la esperanza al enemigo. Iker Jiménez debería dedicar un programa a ese efluvio que inhalan incluso los recién llegados (Camavinga) y que convierte en depredador a quien hasta entonces parecía la víctima. Antes de morir, el Valencia ya estuvo muerto de miedo. En esos últimos minutos ya no quedaba rastro del equipo que había zarandeado al Madrid y se había hecho merecedor del triunfo. Hasta los centrales (Paulista y Alderete), inexpugnables durante 85 minutos, desaparecieron de pronto. Con ellos se evaporó también el imponente portero.
No quisiera pasar por alto que el Madrid remontó con Isco y Jovic sobre el campo. Y sin Modric y Casemiro. Es la demostración palpable de que Ancelotti puede tirar los dados como quiera porque cuando no le sale un seis le sale Benzema.