Adoro el ciclismo, pero las etapas llanas para mayor gloria de los sprinters son un coñazo. Entiendo que el menú de una gran carrera tiene que ser variado y que no pueden programarse cada día etapas de montaña o finales con rampas maléficas. Hasta aquí llego. No aspiro a que se supriman las etapas llanas, aunque no sería mala cosa que se moderaran. No es justo que un velocista tenga más oportunidades de ganar que un escalador. No es razonable que el bueno de Fabio Jakobsen (4) haya ganado ya más etapas que José Manuel Fuente (3).
Es hora de plantear una evolución de esas etapas, conocido que son las que generan menos interés entre los aficionados. Más aún si se hacen coincidir con un sábado, como el caso que nos ocupa. Más aún si vienen precedidas de otros tres sprints en una semana (añadan la crono inicial). Es el momento de que la tecnología nos rescate del sopor. Las retransmisiones televisivas se han quedado obsoletas, al menos para esta clase de jornadas. No se puede pretender que dos o tres comentaristas sostengan la emoción que no existe durante tres o cuatro horas. Está bien que el helicóptero nos muestre castillos o sugerentes playas, pero hace falta algo más. Tampoco es suficiente, en el caso de TVE, el excelente trabajo de Juan Carlos García desde la moto. Me permito recordar que hubo un tiempo en que la Vuelta era un esplendoroso espectáculo radiofónico. Espectáculo comunicativo en última instancia. Si la televisión no alcanzaba el despliegue de las radios es porque bastante tenía con que la señal no se cortara por el mal tiempo. Pero han pasado treinta años de aquello. Ahora es posible completar la transmisión con estadísticas, con datos en tiempo real, con referencias históricas, con imágenes del Nodo si es necesario.
Hay que buscar historias en las cunetas. El ciclismo no puede ser la nana de todas las siestas. Propongo que se abra un canal para escuchar a directores y ciclistas al modo de la Fórmula 1. Que se insista en las cámaras subjetivas y que se instalen también en los coches (El día menos pensado nos ha descubierto que esa otra carrera es apasionante). Propongo que cada sprint se convierta en una oportunidad para inventar algo. Que percibamos el ruido de las volatas, los gritos de los corredores, las muecas de sus caras.
Algo.
O todo.
Porque seguir así es dejarse vencer por la película alemana de La 1. Y eso es triste.
Por cierto, ganó Jakobsen y nadie habló de los peces muertos del Mar Menor. O tal vez me pilló dormido.
Evidentemente los velocistas tienen derecho a su espacio en el ciclismo, y mucho lo tienen en las carreras de un día, a menudo incluyendo el Mundial, que nunca acabará en Alp d’Huez o en los Lagos, aunque alguna vez haya carreras francamente duras
También merecen su espacio en las grandes vueltas, pero sin abusar. Se podría racionalizar un poco el calendario si las grandes ocuparon 3 fines de semana, empezando un viernes y con una jornada de descanso, dejando la prueba en 16 días. Habría menos días de “nada” aún cabiendo etapas para sprinters.
Otro error es colocar etapas intranscendentes cuando la audiencia está disponible. A esas horas no hay fútbol con el que competir y, al contrario, una etapa espectáculo puede ser un estupendo aperitivo al fin de semana deportivo.
Lo de los micrófonos abiertos sería tan gran avance como choque cultural. Escucharíamos entonces la razón por la que dos fugados no colaboran cuando todo parece bueno para ambos: “hace 4 años tu equipo ayudó a mi rival en la Vuelta al Alentejo”. Quizá hacer públicas esas actitudes sonrojaría a más de uno y obligaría al ciclismo a dejar de lado vendettas y extrañas alianzas.