El ciclismo es un deporte inexplicable desde su pura esencia. ¿Quién elige sufrir cuando podría dedicarse a cualquier otra actividad más placentera? ¿Quién elige un bronceado tan horrendo, una dieta tan estricta, una figura tan famélica? Un ejemplo entre millones: el líder es noruego y seguro que pudo decantarse por el curling. Pero no. Algo nos conduce al ciclismo incluso en el nivel globero y no es otra cosa que el gusto por el sufrimiento. Aquí nos acercamos peligrosamente al masoquismo, al placer íntimo que provoca el castigo al cuerpo, al goce inmenso que proporciona dejar de dar pedales, a la incomparable sensación de sentirse agotado y satisfecho. También hay algo de purificación a través del flagelamiento. ¿Por qué piensan que Valverde seguirá corriendo a los 42 años? ¿Qué puede llevar a un ciclista que se estampa contra el asfalto (Vine) a seguir peleando por la victoria, aun con el aspecto de haber sido atropellado por un tren? ¿Qué motiva a un corredor en fuga que pincha dos veces (Holmes)? ¿Por qué no arroja su bicicleta por el barranco más próximo? Ya está contestado: por la sublimación del dolor. Por demostrar y demostrarse. Por tutear al sufrimiento.
La etapa de Guadalupe fue una tortura que desde los parámetros fijados debería haber sido deliciosa. Sin embargo, sólo la disfrutaron los ciclistas de la escapada. Sólo ellos se retorcieron y se desollaron para mayor gloria de lo que denominamos espectáculo. No sé si habrán dado cuenta, pero el show necesita ciclistas en combustión, padecimientos, esfuerzos mal calculados, formidables pajarones. La prudencia es el bromuro del ciclismo, su antimateria. Pocas veces hemos observado tan claramente el contraste entre la heroicidad y la cautela. Por delante se dejaban la vida y por detrás se la guardaban para mejor ocasión. Que mañana haya otra etapa de montaña no es un eximente, sino un agravante. ¿Cómo piensan descabalgar a Roglic sus rivales? ¿Dosificando esfuerzos? El primer mandamiento de un candidato debería ser complicar la vida del favorito y en este caso el favorito se plantó en los últimos tres kilómetros sin un solo ataque. Fue entonces cuando se movió Supermán López. Sus cuatro segundos de ventaja en meta demuestran que no se puede matar a Roglic a pellizcos.
Diez minutos antes se había presentado en meta Romain Bardet, aquella esperanza del ciclismo francés. Su victoria nos mostró el orgullo de un gran campeón o de uno que estuvo muy cerca de serlo. A los 30 años, Bardet ha entendido que su papel es otro, que hay vida más allá de las generales y los generales. En la última ascensión tuvo sangre fría primero y caliente después. Sufrió como un condenado y en pleno padecimiento se le escapó la mínima sonrisa que cabe en su cara cadavérica. De eso se trata.
Para completar el resumen hay que reseñar que Guillaume Martin ideó el plan perfecto para hacerse con el liderato y sólo le fallaron… las fuerzas. Atacó en lo más duro del puerto y pronto entendió por qué el líder no eligió el curling. También le gusta arrancarse la piel a tiras.
Hace no mucho tiempo, y referidos estrictamente al ciclismo, daban muchas ganas de hacerse francés, aunque solo fuera para acompañarlos en la desdicha. Ahora basta con ser español para imaginar los paisajes del desierto. Por cierto, José Herrada fue segundo y Landa septuagésimo, a 21:16.
Me cae fenomenal Landa, pero creer en él es también un esfuerzo extremo. Y yo no soy ciclista.
La etapa ha sido un gatillazo. El ciclismo ha cambiado; ya no se habla en el pelotón una mezcla de francés, italiano y español. Ahora se habla inglés, además con bastante fluidez, y la forma de correr es distinta. A veces creo que el Movistar sigue viviendo en lis dias de Reynolds, o quizá Banesto. Entonces disfrutábamos más de intentonas quijotescas de Delgado o Arroyo que de la calculada progresión de Indurain u Olano. Prefiero ver a Mas octavo intentándolo que segundo a rueda de Roglic.