Esto debería ser una crónica conjunta, pero ya aviso de que no llegará ni a media crónica. No vi nada, aunque miré. No vida nada que valga para extraer una conclusión, ni siquiera para armar un elogio o una crítica. Podría engañarles, no sería nuevo. En cierta ocasión escribí una crónica antes de un partido que luego no me llevó la contraria. O quizá fue en dos ocasiones. En otra oportunidad me vi atrapado por un torbellino de gambas al ajillo y cervezas, ustedes se harán cargo. Cuando acabar antes adquirió más importancia que terminar bien, mi percepción de las segundas partes fue la que se tiene de un paisaje cuando se conduce por la noche. Por fortuna, el Real Madrid tuvo el detalle de zanjar no pocos partidos en las primeras partes; en el resto fingí. Como un actor de método. Me sobresalté con goles que se sólo veía en las repeticiones, con sensaciones que transmitían los comentaristas, con la reacción del entorno.
Lo de ahora es nuevo. De inicio, compaginé el Athletic-Real Madrid con el partido de Nadal. No se asombren. En la historia del deporte tendrán más relevancia sus duelos con Djokovic que el desenlace de la edición número 90 del campeonato de Liga. Y soy un fingidor respetuoso con la historia. En algún momento traté de encontrar paralelismos entre lo que sucedía en Roma y lo que pasaba en San Mamés. Pero desistí pronto. Mi embotamiento no sólo era visual, sino cognitivo. Por un momento pensé que Nadal tendría prisa por acabar para seguir la jornada futbolera; en situaciones de máxima tensión vienen la cabeza todo tipo de imbecilidades. Luego, dejé de pensar. Nadal se replegaba para tomar impulso y el Madrid se enredaba en un duelo áspero. Hasta ahí alcanzaba mi análisis.
Al tiempo me llegaba que el Atlético encadenaba ocasiones de gol, nada sorprendente. Nunca vislumbré en esta jornada un cambio de liderato; siempre me pareció que la única aspiración del Madrid era llegar vivo a la última jornada. Admito que durante diez minutos cambié de convicciones. El 0-1 en Bilbao en combinación con el 0-1 del Metropolitano era la descripción teórica de un terremoto. Pero sólo teórica. Según acerté a distinguir (Nadal ya había terminado), al Atlético sólo le temblaba el Cholo. Los jugadores estaban situación de zafarrancho de combate, pero no aterrorizados. Después de asistir a unas cuantas docenas de remontadas heroicas del Real Madrid sé cómo funcionan estas cosas. Quien inclina el campo a su favor suele tener mucho ganado. Quien no tiene miedo. Quien se cree impelido por una fuerza superior. Así estaba el Atleti, borradas de su memoria (no de la del Cholo) toda una enciclopedia de experiencias traumáticas.
Atendí poco al Madrid después del gol de Nacho, lo confieso. Pensé en titular Nacho Man, y quizá sea esto de lo que debería confesarme. Sentí que el Madrid tenía seguro el triunfo porque había crionizado el duelo y me liberé de un terrible peso. De no haber vencido en San Mamés, la facción victimista del madridismo se habría movilizado contra el sistema (arbitral y decimal), en reclamación de un penalti que debió ser pitado según el reglamento actual (no según el sentido común). Sigo creyendo que en el presente campeonato rige el caos, no la conspiración. Sigo pensando que la única oportunidad de que el Madrid sea campeón, y es mínima, pasa porque algo extraordinario, casi disparatado, suceda en Valladolid. Ese es el lugar del desembarco. Y en cuanto el Madrid se recupere de la ilusión interruptus, entenderá que todo salió mejor de lo esperado. Que el Valladolid tenga todavía opciones de salvarse añadirá fuego real a las hogueras circundantes. Por lo que se refiere al Atlético, entiendo que el triunfo agónico le hace sentir protegido, pero todas las vidas se gastan. Es verdad que lo tiene en la mano. Sin embargo, después de celebrar otra victoria que sabe a título, el título se resiste. Y el camión sigue detrás sin respetar la distancia de seguridad.
Como me ha encantado la idea de la crónica sin crónica, voy a aprovechar para algo parecido, y algo que hay que hacer antes de la última jornada. Después, sea cual sea el resultado, ya no será lo mismo.
Yo también vi y no vi nada. El partido, a saltos, entre el Wanda y San Mamés. A Nadal muy poco. Me espantó el segundo set y me habría resultado insoportable ver a Djokovic ganar y al Madrid en el filo de la navaja al mismo tiempo.
Lo que sí que vi, con toda claridad, fue un Delorean maravilloso, de bronce, sobre un pedestal en el que podía leerse, en letras doradas pero humildes, «GRACIAS,VIEJO».
Creo que voy a pasar mucho tiempo mirándolo.