No hay nada nuevo bajo el sol. Todo el mundo clama contra los árbitros cuando no le marchan bien las cosas. ¿Un ejemplo entre mil? Aquí va uno: 15 de mayo de 1977, penúltima jornada de Liga. Santiago Bernabéu es entrevistado por Mari Carmen Izquierdo al descanso del partido entre el Real Madrid y el Atlético. Rubén Cano había adelantado a los rojiblancos en el minuto 41 (Roberto Martínez empató luego en el 72′).
—»Usted ha visto ahí un penalti clarísimo, luego el negro ese (Luiz Pereira) le ha pegado un empujón al jugador del Madrid y el árbitro no se ha movido. En fin, que a perro flaco todo son pulgas. Usted entiende de fútbol, ¿no? ¿Remontar? Si el árbitro sigue como está…».
Si consiguen no distraerse por las alusiones machistas y racistas (no es fácil), observarán que el insigne presidente se queja como tantos colegas de antes y después. Por cierto, el Real Madrid terminó el campeonato en noveno lugar.
Culpar a los árbitros forma parte de una tradición de la que han participado todos los clubes a lo largo y ancho de la historia del fútbol español, con o sin VAR. Otro ejemplo. Situémonos ahora en 1905, en el campeonato regional madrileño. El Moncloa Football Club abandonó su partido contra el Madrid FC en protesta por la actuación arbitral cuando perdía 2-0 y sólo habían transcurrido 35 minutos. Antes de que los antimadridistas desarrollen alguna teoría protoconspirativa hay que señalar que el árbitro de ese partido fue Prado, el portero del Athletic de Madrid.
En la década de los 40 el fútbol español ya había acuñado la expresión «problema arbitral», lo que era el primer paso para la institucionalización de un lamento: «Los árbitros nos perjudican». A todos, en general. En 1950 la Federación Española de Fútbol, presionada por los clubes, puso en marcha una de las mayores aberraciones en normativa deportiva que han visto los siglos: el derecho de recusación. Los clubes podían rechazar a un número determinado árbitros (cuatro, cinco) por las razones que estimaran oportuno. Tal y como ha escrito José Ignacio Corcuera, aquello era «una atribución feudal». Me permito recordar que por aquel entonces el Real Madrid no era todavía un equipo ganador, lo que nos hace ver que la recusación no era un veto contra árbitros supuestamente madridistas, sino una pataleta colectiva.
Otro ejemplo. Tal y como recoge Cihefe, en la temporada 1967-68, sólo nueve de los 27 árbitros de Primera podían pitar en cualquier estadio por estar libres de recusaciones. En plena paranoia, el Barça recusó para esa temporada a tres de los cuatro árbitros ascendidos y si no hizo lo mismo con el cuarto es porque era del colegio catalán. Los únicos que no hicieron recusaciones fueron el Real Madrid (vigente campeón), el Español, el Elche, el Sabadell y la Real Sociedad.
Pero ni siquiera las recusaciones resolvían «el problema arbitral». El 4 de febrero de 1961, el legendario árbitro Pedro Escartín escribió en ABC sobre la necesidad de reestablecer la designación directa en lugar del sorteo, admitiendo las recusaciones. «El sistema de nombramiento directo, permitiendo la existencia de un número determinado de recusaciones, es lo más lógico». Escartín proponía en su artículo un Comité de Designación compuesto por tres representantes de clubes (dos de Primera y uno de Segunda), más igual número de componentes del Colegio Nacional. Hay camas redondas más aburridas.
El 20 de noviembre de 1966 se abrió el capítulo de las recusaciones míticas. Ortiz de Mendíbil alargó ocho minutos un Barcelona-Real Madrid, lo que permitió a los madridistas marcar en el minuto 94 (Veloso). El árbitro declaró luego que había parado el reloj en cada interrupción. “¿Que cuánto he alargado? No lo sé. Yo sólo sé que paro el reloj cuando se para el juego y lo echo a a andar cuando se reanuda. Se han jugado 90 minutos”. El Barça calificó de «pésimo» al árbitro (los clubes les ponían notas) y reactivó una recusación que ya había hecho efectiva en la 64-65 y que se volvería a renovar tiempo después. Curiosamente, mientras estuvo recusado por el Barcelona, Ortiz de Mendíbil pitó la Intercontinental de 1964 (Inter-Independiente), la final de la Eurocopa de 1968 (Italia-Yugoslavia), la final de la Copa de Europa de 1969 (Milán-Ajax) y una semifinal del Mundial 70 (Uruguay-Brasil). No le fue del todo mal.
En 1970, el Barça recusó a perpetuidad a Guruceta por pitar un penalti de Rifé a Velázquez varios metros fuera del área, un agravio que todavía se recuerda cada 6 de junio. El trauma fue tan grande que durante años los culés gritaban «¡Guruceta, Guruceta!» cada vez que se sentían perjudicados por un arbitraje.
El colegiado vasco estuvo quince años sin pitar al Barcelona, hasta que lo hizo en un torneo de verano, el Ciudad de Palma, en cuya final se enfrentaron el Barça y el Gremio de Porto Alegre. Los brasileños vencieron por 1-0 y, según las crónicas, Guruceta escamoteó un penalti a Schuster.
Llegados a este punto, es momento de citar a Fernando Carreño. En su libro La leyenda negra del Real Madrid escribe: «Y en cuanto a los errores arbitrales, los más imparciales afirman que no es que José Plaza ordenase a los árbitros favorecer al Madrid, sino que había colegiados que participaban de la reverencia de medio país a la entidad blanca». No se me ocurre un análisis más lúcido sobre la influencia que tuvieron los éxitos del Madrid en los árbitros más pusilánimes, la misma que sintieron algunos colegiados cuando el Barcelona encadenó triunfos y elogios en la época dorada del Guardiola entrenador.
Por si los problemas del arbitraje no fueran bastantes, en la temporada 1971-72 se estrenó en Televisión Española La Moviola (el homo antecesor del VAR), un sistema de repetición en cámara lenta que permitía repetir las jugadas polémicas hacia delante y hacia atrás mientras se indagaba en cada fotograma. El invento se puso en marcha en Estudio Estadio, presentado en origen por Pedro Ruiz, de 25 años y autor también del nombre del espacio. Poco tiempo después el programa incorporó a un experto arbitral de nombre infausto para el barcelonismo… Ortiz de Mendíbil.
Al inicio de la temporada 83-84 nada había cambiado: la Real, campeona en 1981 y 1982, mantenía recusado por tres años a Borrás del Barrio y el Barça conservaba el veto a Guruceta. Por lo que se refiere al Real Madrid, Alfredo Di Stéfano recomendó recusar a Pes Pérez, lo que rompió con la tradición madridista de evitar las recusaciones. Los árbitros clamaban contra el sistema. «Las recusaciones son una vulgar y repugnante dictadura que causa un mal tremendo al arbitraje y al propio fútbol. Yo no admito a nadie, sea directivo o presidente de un club que sospeche de mi integridad. Si algún presidente tiene sospechas que no se limite a recusar, que denucie», declaró Guruceta. El tiempo dejó en mal lugar al árbitro donostiarra, fallecido en accidente de coche en 1987. En 1997, el expresidente del Anderlecht, Constant Vandenstock, declaró que en 1984 había pagado a Guruceta cuatro millones de pesetas tras el partido que los belgas jugaron contra el Nottingham Forest en las semifinales de la Copa de la UEFA. El Anderlecht remontó un 2-0 adverso después de que Guruceta pitara un penalti a su favor y anulara un gol a los ingleses en el último minuto.
Las recusaciones duraron hasta la temporada 85-86, cuando el Madrid ganó la primera de cinco ligas consecutivas. Aunque cada cual es libre de sospechar, aquel éxito parece más vinculado a la irrupción de La Quinta del Buitre (más Quinta de los Machos) que a los favores arbitrales.
El mejor colofón lo encontramos en el libro Las cosas del fútbol (1955), de Pablo Hernández Coronado, jugador, árbitro, secretario técnico, entrenador, seleccionador nacional y escritor en ratos libres. «La solución de la cuestión arbitral no puede buscarse a través de los Colegios de Árbitros, sino de los colegios de primera enseñanza. Por algo, un torero amigo mío decía que más práctico que cortar los cuernos al toro era cortárselos al público…».
«Bien están los árbitros como están, aunque a veces nos moleste su autoridad. Al fin y al cabo, es la única autoridad a la que podemos insultar, y esta no es una de las menores satisfacciones que el fútbol nos proporciona».