Querido P.:
Hace poco más de un mes, cuando el Madrid aún estaba vivo en dos competiciones y las lesiones solo llegaban a la quinta decena y no a la sexta, quise arengarte en la previa de la eliminatoria contra el Liverpool recordando la precisa identificación de nuestro club con el estilo de los Rolling Stones. Lo recordarás: aquello de la voracidad, la letra de Sympathy for the Devil y todo eso. Tras las victorias contra los de Klopp y contra el Barcelona, y aun a pesar de que la lengua fuera de media plantilla casi rozase los tobillos como en un cómic de Mortadelo, unos pocos llegamos a creer en la posibilidad de un doblete inesperado en el curso más complicado de las últimas décadas. Hubiera sido, ay, glorioso. Aunque, finalmente, la temporada ha elegido para su banda sonora conclusiva un tema menos idílico del repertorio de los Stones: You can’t always get what you want, obra maestra que te recomiendo escuchar mientras lees el resto de la carta.
Llegados a este punto, y antes de que el sabor agridulce nuble nuestro juicio, conviene no escatimar en loas a Zidane. Del francés hemos hablado muchísimo en nuestra correspondencia: de su primera etapa poderosa y exuberante, caracterizada por una cierta anarquía y en la que el desenlace feliz parecía asegurado en cada partido; pero también de su segundo periplo, en el papel del sobrio lampista que parcheó el equipo italianizándolo y exprimiendo a los veteranos hasta las últimas gotas, retrasando la transición. Esta segunda versión, probablemente más hija de la necesidad que de la convicción auténtica, redujo nuestra simpatía hacia su labor, hasta el punto de que, cuando el barco atravesó las peores tempestades en noviembre y en enero, algunos cuestionamos seriamente su idoneidad como líder. No se trató, deseo pensar, de un capricho volátil, sino del convencimiento de que en todos los ámbitos de la vida hay gente extraordinaria en las maduras que se ve superada en las duras. En cualquier caso, y pese a todos sus déficits tácticos de lectura de los encuentros, Zidane supo reconducir la situación contra pronóstico y logró retrasar el naufragio hasta la orilla, una hazaña mucho más laudable de lo que suena en primera instancia.
Decía Ortega que el esfuerzo inútil conduce a la melancolía. Algo de eso hay en el arreón postrero de Benzema y Modric, nuestros mejores jugadores del año junto a Courtois, exhaustos jerarcas que no podían con las botas y que remontaron en el minuto 92, probablemente hartos de la impotente decadencia de la mayoría de los compañeros que los rodeaban en el campo. El golazo de Luka, cuando ya de nada servía al haberse rendido el fuerte de Zorrilla ante los indios, dejó un aroma a Mundial 2006, otro campeonato en el que Zidane llevó a los suyos hasta las puertas de la gloria para que esta se les escapase entre los dedos en el último instante. Me dirás que, dado que yo siempre sostengo que el Madrid es el equipo más literario de la historia, imposible mejor final simbólico que este. Pero me temo que el carácter literario del Madrid no se reduce a la coquetería derrotista del “Un bel morir tutta una vita onora”, ni constituye un refugio autocompasivo ni se trata de un cliché monotemático.
Si el Madrid es el equipo más literario de la historia se debe, en primer lugar, a su condición de crisol incomparable de historias diversas: héroes, villanos, énfasis, acometidas, tragedia, traición… todas ellas cosidas por el mínimo hilo común de la épica, en mayor o menor dosis. En segundo lugar, a la inexplicable importancia de los secundarios más insignificantes en los momentos más cruciales —de Karembeu a José Antonio Reyes, pasando por Anelka, Paco Llorente, Zamorano, Amavisca, Portillo, Geremi, McManaman, Coentrao, Luquitas… la lista es interminable—. Y, last but not least, a su tendencia irreversible a dejar cada temporada un final a menudo feliz pero siempre abierto. Dicen que la mejor literatura actual se hace en las series, y cuesta imaginar un mejor cliffhanger que la siguiente sucesión de escenas: Benzema derrengado en el césped tras asistir a Modric en el último esfuerzo del año; Luka con una mueca de dolor y un grito sordo al comprobar la intrascendencia de su gol; Ramos observando todo desde la grada con el ceño fruncido, de repente interrumpido por una llamada entrante de su hermano en el teléfono; plano cenital de las obras del Bernabéu, contempladas por Alaba y Gareth Bale mientras sus respectivos aviones aterrizan en Barajas; la espalda trajeada de Zidane desapareciendo al cerrarse las puertas del despacho de Florentino; puertas que, al reabrirse, dejan paso a un estudio de la televisión francesa en el que Kylian Mbappé, entre flashes, va a dar una rueda de prensa inesperada. Y un primer plano de la cara de Zizou avanzando hacia la cámara, con gafas de sol y media sonrisa, sosteniendo una carpeta en la que desconocemos si, espoleado por la pírrica proeza, se halla la rúbrica de su continuidad o el nombre de su sustituto. Todo ello, claro, con la canción de Jagger, Richards y el London Bach Choir.
You can’t always get what you want. But if you try, sometimes you might find you get what you need.
El Madrid y los Stones, redundancia.
Nos vemos el año que viene. Saludos afectuosos.
P.