El año de 1934 fue un mal presagio para España. En 1933 se habían celebrado elecciones, las primeras en las que votaban las mujeres. En aquellos comicios ganó el Partido Republicano Radical, liderado por Alejandro Lerroux. Sin embargo, el Partido Radical no pudo formar Gobierno en solitario y contó con el apoyo en las Cortes de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA). Dicho apoyo generó el rechazo de los monárquicos —partidarios de Alfonso XIII— y los carlistas, que lo consideraron una traición por parte de la CEDA. Por otro lado, el malestar de la izquierda se hacía patente al respecto de su fracaso electoral. Ese contexto histórico resultó ser el preludio de la Revolución de octubre de 1934. En aquella inestable coyuntura histórica hizo su primera aparición mundialista el combinado nacional en representación de la República Española.
La participación en el Mundial fue un grito a la esperanza, como siempre lo ha sido en España, para una población cada vez más descontenta con la clase política. Era la primera vez que España se iba a medir en el torneo internacional más prestigioso del fútbol a otros grandes combinados nacionales. La expectación era máxima. El equipo lo conformaban el mítico Ricardo Zamora bajo palos con Juan José Nogués como su suplente. La línea defensiva fue la más llamativa porque tan solo asistieron tres jugadores que era puramente defensivos: Ciriaco, Quincoces y Ramón Zabalo. En la medular estaban Leonardo Cilaurren, Martín Marculeta, José Muguerza y Crisanto Bosch. Finalmente, haciendo gala del juego ofensivo de España, la línea de jugadores atacantes fue la más poblada, contando con la asistencia de Chacho, Fede, Gorostiza, Hilario, José Iararagorri, Lafuente, Isidro Lángara, Simón Lecue, Luis Marín, Pedro Solé, Luis Regueiro y Martí Ventolrà.
Una convocatoria poco convencional teniendo en cuenta que de los 22 jugadores, doce eran de corte ofensivo, contando con tan solo tres defensas naturales. Eso obligó al seleccionador, Amadeo García, a utilizar a jugadores en posiciones que no eran las suyas. Amadeo García, además de ser el seleccionador, era un prestigioso médico vitoriano conocido por ser el principal impulsor del Deportivo Alavés, y también por participar en los movimientos nacionalistas vascos que se sucedían en Vitoria.
Desgraciadamente, la Selección no pudo cosechar un gran resultado en su primera participación mundialista a pesar de haber hecho un esperanzador debut contra Brasil (3-1). Aunque el arranque invitaba a la esperanza, España cayó eliminada en la siguiente ronda (cuartos de final), ante la anfitriona, la Italia de Benito Mussolini. La eliminación de España ha pasado a la historia como uno de los mayores escándalos arbitrales en la historia de los Mundiales.
Para entender la eliminación de España es importante conocer el marco histórico internacional. El fascismo experimentaba un claro auge en Europa de la mano de Adolf Hitler en Alemania y de Benito Mussolini en Italia. Cuentan que Mussolini no era un gran apasionado del fútbol y que, de hecho, solo había visto un partido en su vida hasta el Mundial de 1934. Sin embargo, Il Duce representaba una ideología que, desde sus orígenes, exaltaba como valores supremos la juventud —el himno fascista italiano, Giovenezza, era un claro ejemplo—, la acción, la fuerza y la misma violencia. Es por eso que todos los regímenes fascistas potenciaron la práctica deportiva para educar a la juventud como forma de cumplimiento de los deberes para con la patria.
El fútbol comenzaba a convertirse en un deporte de masas y ante ese evidente e imparable suceso Mussolini decidió utilizar el Mundial de 1934 como escaparate propagandístico, al igual que hizo Hitler con los Juegos de Berlín, en 1936. Il Duce ya había pretendido que se celebrase en Italia la primera edición del Mundial que, finalmente, se celebró en Uruguay, en 1930. Tras el fallido intento, el fascista italiano se empeñó en acoger la segunda edición. Así que no dudó en presionar a Suecia, la otra candidata, que acabó por ceder. El éxito era el siguiente objetivo. Mussolini se dirigió al presidente de la Federación Italiana de Fútbol, el General Giorgio Vaccaro, en los siguientes términos: “No sé cómo lo hará, pero Italia debe ganar este campeonato”. Vaccaro respondió que se haría “todo lo posible” y Mussolini fue más claro todavía: “No me ha comprendido bien, general… Italia debe ganar este Mundial. Es una orden”.
La trampa italiana comenzó a gestarse desde la conclusión del Mundial anterior. Tras la victoria uruguaya, un ojeador italiano convenció a al astro argentino Luis Monti para que fichase por la Juventus de Turín, tras ofrecerle el irrechazable sueldo de 5.000 dólares mensuales. La intención desde el principio fue nacionalizar al argentino poco después para que pudiese jugar con la azzurra, lo mismo que hicieron más tarde con sus compatriotas Atilio Demaría, Enrique Guaita y Raimundo Orsi, así como con el brasileño Guarisi. Las nacionalizaciones no estuvieron exentas de críticas, ante ello, el seleccionador italiano, Vittorio Pozzo afirmo: “Si pueden morir por Italia, pueden jugar con Italia”.
Para contribuir a la presión, Italia entera se llenó de carteles anunciando el Mundial en el que aparecían jóvenes deportistas realizando el saludo romano. Los partidos se iniciaban al grito de “Italia Duce” y con el saludo fascista desde el centro del campo. Saludo que también hacía el trio arbitral. Aquello dejaba bien patente que los arbitrajes no se lo iban a poner nada fácil a los rivales de la azzurra, como finalmente sucedió.
En mitad de ese ambiente llegó el partido que enfrentó a la Italia fascista con la España republicana en los cuartos de final. La cita tuvo lugar en el estadio Giuseppe Berta de Florencia, con capacidad para 43.000 espectadores que, espoleados durante meses por el régimen, convirtieron el campo en el Coliseo romano. De hecho, el encuentro se asemejó más a una batalla que a un partido de fútbol. Los italianos lo tenían claro, debían “vencer o morir”. Hasta siete españoles acabaron lesionados.
España era superior a Italia técnicamente. Además, llegaba a aquel Mundial con dos referentes como el guardameta Ricardo Zamora —que se había convertido en el partido contra Brasil en el primer portero en parar un penalti en un Mundial— y el goleador Lángara. La Selección española se adelantó con un gol de Luis Regueiro en el minuto 31, pero al borde del descanso llegó la primera ayuda arbitral para facilitar que Italia a empatara el encuentro. Ferrari remató al fondo de las redes un centro mientras Schiavio agarraba a Zamora para impedir que el cancerbero atajara el balón. El colegiado belga, Luis Baert, no vio, o más bien no quiso ver, la clara falta cometida por el italiano.
La segunda parte fue la de la confirmación de la violencia italiana. A la finalización del encuentro —prorroga de media hora incluida—, Zamora, Ciriaco, Lafuente, Iraragorri, Gorostiza y Lángara se fueron lesionados y no pudieron disputar el partido de desempate, disputado al día siguiente. Zamora terminó con un par de costillas rotas en una acción que no fue señalada como falta.
Durante el partido de desempate, la tónica de la selección italiana fue la misma. Aplicar el juego violento ante la permisividad arbitral para contrarrestar el juego español. En esta ocasión los lesionados fueron Bosh, Chacho, Quincoces y el goleador del primer partido, Luis Regueiro. Aquel encuentro lo arbitró el suizo René Mercert, que también clara la consigna. A España le anularon dos goles legales de Regueiro y Quincoces con la justificación de que estaban en fuera de juego. No contento con eso, el árbitro dio por válido el definitivo tanto de Giuseppe Meazza —mítico jugador italiano que da nombre al estadio de Milán—, a pesar de que otro jugador azzurro, Demaría, estaba obstaculizando de forma antirreglamentaria a Nogués, el guardameta. El escándalo arbitral tuvo tal repercusión que Mercet fue inhabilitado de por vida para el arbitraje por parte de la FIFA y la federación de su país.
De esta forma, la Selección española fue apeada de su primera participación en un Mundial, la primera y única de la España republicana. El propio Jules Rimet, tercer presidente de la FIFA y principal valedor de los Mundiales, describió aquel partido como “un encuentro espectacular, dramático y jugado con una intensidad muy pocas veces vista”. Un partido que pasó a la historia como La Batalla de Florencia. Fue la primera vez que el fascismo derrotó a la República; lo volvió a hacer en la Guerra Civil.
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