Si la temporada del Real Madrid de baloncesto fuese un thriller, la mayoría de los cinéfilos habrían abandonado la sala hace semanas abjurando de los excesos del guionista. Al fin y al cabo, el género se caracteriza por poner en múltiples aprietos a los protagonistas, pero al mismo tiempo se ve obligado a dejar mínimos asideros que permitan al espectador aferrarse a la esperanza. Tras la desoladora ristra de desgracias tantas veces enumeradas —la marcha de Campazzo, la rotura de Randolph, las bajas de Llull y Rudy…—, el Madrid llegaba a Estambul obligado a ganar para sobrevivir. Y, en tan precaria situación, se encontraba de nuevo con otro contratiempo: Alocén, base imberbe que se había hecho con las riendas del equipo, se caía de la lista. El impulso de arrojar las palomitas a la pantalla y salir del cine escupiendo improperios se convertía en tentación muy complicada de evitar.
Sin embargo, cuando más llovía y cuando menos se esperaba, emergió el equipo de las grandes noches. Pero no con los chispazos puntuales que a base de oficio y competitividad aún ha logrado mostrar en algunas rachas de este insólito año: el juego de anoche, en una de las peores canchas de Europa, llegó a evocar al Madrid de los mejores instantes del lasismo. Para mayor incredulidad, el foco no estuvo en Tavares, piedra grandiosa sobre la que se ha edificado estos meses en medio de la tempestad. Contra todo pronóstico, el caboverdiano, renqueante ayer tras su golpe en la cadera, tuvo un papel más secundario. El conjunto de Laso arrasó desde el perímetro, con 19 mandarinas que llevaron a los altares a Causeur, Thompkins, Deck y hasta a Llull, en su cortísima reaparición. Aunque, por encima de todos, al héroe en el que nadie jamás confió: Nicolás Laprovittola. Nueva ocurrencia del guionista.
El argentino se trata de un jugador irregular, de ritmo pausado y un poco frágil ante las contrariedades, que necesita sentirse respaldado y con mando en plaza para dirigir sin presión. Su fichaje por el Madrid, avalado por un galardón de MVP de la Liga regular —y por aquella valoración escandalosa en la Copa de 2019 contra el Baskonia—, anticipaba una inevitable dificultad en el acople que todo el mundo deseaba se solventase pronto, pero con el paso de los meses a la sombra de Campazzo, Nico parecía contentarse con un rol gris, como de primo pequeño. Cuando saltaba al parqué, las pérdidas y la falta de velocidad levantaban suspicacias, y a su rictus al enfilar el banquillo tras cada sustitución solo le faltaba una nube negra como las de los dibujos para completar el cuadro. Anoche, por fin, pudo desterrar todos sus miedos: excepcional labor en la dirección, superioridad en su emparejamiento con De Colo y extraordinario acierto en el tiro, con sus cuatro primeros triples anotados y un casillero final de dieciocho puntos. Con Heurtel en la recámara, puede que sea demasiado tarde para garantizar su continuidad, aunque en la vida hay puntos de inflexión inesperados que enmiendan trayectorias. De nuevo, caprichos de guionista.
La tormenta de triples destrozó al Fenerbahçe en las dos mitades, a pesar de que tras el descanso quisiera reaccionar gracias al oficio de De Colo y a los puntos de Lorenzo Brown: un bagaje demasiado pobre. Quien se encargó de eliminar cualquier duda sobre el devenir del encuentro fue la Tortuga Deck, con su habitual dominio en el poste acompañado de sus lanzamientos tan poco ortodoxos como dañinos. En la euforia del arreón del último cuarto llamaba un poco la atención su semblante serio posterior a las canastas, aunque su tradicional laconismo podía constituir suficiente explicación, y resultaba ridículo escudriñar detalles tan nimios en medio del exultante vendaval. Con el pitido final, el Madrid pasaba de un preludio de drama a soñar con un quinto puesto —dependerá del Barça-Bayern— que aumente sus opciones de estar en la Final Four. El madridismo se fue a dormir radiante, ajeno al nuevo giro de guion que el enajenado escritor de la temporada blanca tenía reservado.
A última hora, Chema de Lucas destrozaba cualquier atisbo optimista para los dos meses restantes: la marcha inminente de Deck a la NBA, puntal insustituible, supone el torpedo definitivo en esta serie de catastróficas desdichas incomprensiblemente lidiadas hasta ahora. Laso volverá a tratar de arrancar el automóvil, pero resulta imposible —e inmoral— pedirle nada más este año. Uno, embargado por la impotencia, no sabe a qué taquilla acudir a pedir explicaciones. Mientras tanto, el Barcelona aparece en el horizonte buscando el asalto al liderato de la ACB, en menos de setenta y dos horas. Es probable que la única opción que le quede a este Madrid con cara de Pirro sea esperar la muerte a tumba abierta y vender caro lo que queda de su piel. Eso sí, llegados a este punto, parece evidente que, para el ejercicio de la profesión de guionista, antes convendría al menos aprobar un psicotécnico.