Entre las muchas rendiciones del equipo que nunca se rinde está haberse rendido a la evidencia: no tiene para más. No se puede caminar una temporada entera de puntillas. Y menos aún cuando se recorrió así el último tramo de la última. Ese reconocimiento de la propia debilidad fue quizá lo más llamativo de la derrota contra el Levante. Es como si todas las esperanzas, infladas por el optimismo y la propaganda, hubieran muerto la misma tarde. Lo mejor del Madrid son varios futbolistas veteranos que ya han doblado la esquina; el resto es incierto o directamente insustancial. No habrá confluencia entre la gloriosa experiencia y el talento juvenil porque esos ríos son de países distintos. No es cuestión de tiempo. No nos engañemos más. Habrá que reconstruirlo todo y dejar de hablar de la Superliga durante un tiempo.
La señal de la renuncia es la imagen final: los brazos bajados, la aceptación del resultado, la ausencia de drama. Lo peor fue dimitir de la Liga sin un asedio agónico, sin oportunidades de gol. Lo peor, para ser más preciso, fue la falta de desesperación. Desde que fue expulsado Militao (8’), el Real Madrid fue víctima de su propio abatimiento, como si aquello no fuera un accidente de tantos, sino una desgracia terrible, una pérdida irreparable. El equipo ni siquiera se repuso cuando se adelantó en el marcador (Asensio). Así que podemos afirmar que la primera claudicación fue ante las matemáticas: con diez jugadores no era posible ganar al Levante. Con esos diez jugadores, al menos. En su estado actual. Ya hemos dicho por aquí que este Real Madrid sólo es competitivo en condiciones muy determinadas de calor y temperatura; necesita que sus piezas fundamentales (Ramos, Modric, Kroos y Benzema) coincidan a su mejor nivel, físico y anímico. Si falla alguien o algo todo se viene al traste.
Sin Ramos, con Modric boqueando y con Benzema bajo mínimos, los jugadores del Madrid percibieron la superioridad numérica del Levante como una montaña gigantesca, casi inabordable. Tuvieron razón.
Un aviso, antes de proseguir. En lo ocurrido no pienso conceder ninguna importancia al árbitro por no añadir elementos de distracción. También en este asunto conviene no engañarse más. Al Madrid no le persiguen los árbitros, le persigue el victimismo, jaleado en ocasiones desde el propio club como si fuera posible ser al mismo tiempo imperio y colonia, león y mosquito. Es de agradecer que Roger fallara un penalti muy discutible para evitarnos la discusión.
Como siempre en estos casos, el entrenador aparece como el responsable definitivo. Es cierto que Zidane ha fracasado como gestor de jóvenes promesas y la nómina es demasiado amplia como para pensar que todos han sido unos pusilánimes. Es verdad que entre sus virtudes no está aportar soluciones imaginativas a imprevistos tácticos; contra el Levante volvió a dejar muestras de su inacción estratégica. Dicho todo esto, el club debería preguntarse si hay alguien digno de su confianza. Si Zidane es apreciado como el mejor entrenador de la historia del club, o uno de los mejores, lo más coherente sería aceptar que esta será una temporada en barbecho y conceder al entrenador la autoridad para diseñar el futuro. La alternativa es recorrer un camino plagado de cepos. Gustan los entrenadores con mano dura, pero deben plegarse a los desginios de la dirección deportiva, concepto tan evanescente como el comité de expertos del ministerio de sanidad. Gustan los entrenadores tácticos, pero no tanto como Benítez… Gusta Pochettino pero lo fichó un jeque y gusta Klopp, pero está por ver si a Klopp le gusta este Madrid. Tal vez la siguiente vuelta de tuerca sea apostar por Raúl González Blanco, último parapeto…
Me alejo del partido y el Levante no lo merece. Los jugadores son listos y los de ambos equipos reconocieron enseguida quién era más fuerte. Otra cosa es aceptar el papel protagonista y comportarse en consecuencia. Eso hizo el equipo de Paco López: actuar como el equipo grande, confiar en sus recursos y esperar su momento. Es difícil controlar mejor un partido. Recuerdo pocos rivales que hayan congelado las ansias del Madrid en los últimos minutos. Quizá ayudó al Levante que en ese último tramo el campeón de Liga atacara con Vinicius, Mariano y Arribas. Pero no quiero cargar las tintas ni en ese hecho ni en esos nombres, salvo por constatar que Zidane no mide la amenaza a la que se enfrenta. O, tal vez, la mida perfectamente.
De acuerdo en general, en algunas cosas más que en otras, salvo en esto:» Habrá que reconstruirlo todo y dejar de hablar de la Superliga durante un tiempo.»
Quizá sea al revés, y no solo porque la Superliga es una buena distracción, que permite soñar con rutilantes alineaciones futuras y consuela de las miserias presentes.
Es que realmente permitiría recaudar lo que el club necesitaría para afrontar lo que viene. De cara al futuro los grandes fichajes le saldrán mucho más caros de lo que ya son. Y sin margen de error: Fallar en un megafichaje (lesiones, físicas o mentales, jugadores sobredimensionados etc) será tirar un tercio del presupuesto. Lo de Bale o Hazard podría ser una broma.
En este contexto, la Superliga podría ser la solución. Eso o ver cómo muchos clubs que fueron inferiores siempre, ahora son tus iguales.
Y solo por ir acercándonos a la gran cuestión, que empieza a ser como el elefante en la habitación: ¿ Todo eso se podría hacer con un club que siguiera siendo de los socios?
Pues pensándolo bien, casi es mejor que hablen de la crisis futbolística para que nadie se fije en esto.